31 años sin Marlene Dietrich, la diva alemana que rechazó a Hitler y redefinió la estética femenina

Fue la actriz más misteriosa e indomable del Hollywood clásico y consiguió todo lo que se propuso.
Marlene Dietrich
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Marlene Dietrich

Treinta años después de su muerte, Marlene Dietrich sigue siendo una de las caras más reconocidas de la historia del cine. Muchos cinéfilos la recuerdan como un icono de sofisticación, estilo y transgresión. 

Lo esperable de alguien que, desde principios de los años treinta, jugó a la ambigüedad sexual en el cine, y se atrevió a afirmar su modernidad y androginia llevando prendas tradicionalmente adscritas al vestuario masculino, como el pantalón o el frac (algo prácticamente prohibido para las mujeres de la época). Tanto en su vida como en los papeles que eligió, Dietrich dinamitó los códigos para reivindicar la libertad de vestirse como le diera la gana.

En 2022, la exposición Cine y moda. Por Jean Paul Gaultier abordó el espíritu indomable de la mujer que redefinió la estética femenina. “Algunos años antes de que se reforzara la censura en Hollywood con el llamado código Hays (1934)”, cuentan sus responsables, “cobraron cierta asiduidad los papeles de mujeres más liberadas, y las alusiones a la homosexualidad. Tanto Marlene Dietrich como Greta Garbo y Katharine Hepburn usaron, cada una a su manera, atuendos masculinos para emborronar el concepto de género y plasmar unos deseos de emancipación que rompían con el orden social”.

Marlene Dietrich, un caballero

“En el fondo, soy un caballero”, afirmó una vez Maria Magdalena Dietrich —en el colegio la apodarían Marlene—, quien nació el 27 de diciembre de 1901 en el seno de una acomodada familia de Berlín, y trabajó como cantante de cabaret antes de convertirse en una estrella de Hollywood. 

Aquella joven humilde y de mirada penetrante estrenó en 1930 la película que la lanzaría a la fama y sería el origen de su mito, El ángel azul, un melodrama de Josef von Sternberg donde Dietrich interpretaba a Lola Lola, una exuberante cantante cuya cautivadora belleza se convierte en la obsesión de un prestigioso profesor.

El ángel azul
El ángel azul
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“Ya sea en el papel de dama o en el de prostituta, en el de conquistadora o en el de víctima, Marlene Dietrich siempre da vida a un sueño universal, como la heroína de una de sus películas. Es la mujer que todos desean; todos, no éste o aquel, sino cada uno, el pueblo, el mundo, el tiempo”, escribió el alemán Franz Hessel en un libro publicado en 1931.

La actriz rodó siete películas con Josef von Sternberg, al que tenía en gran estima. El cineasta fue la persona que la convenció para viajar a Hollywood, donde Dietrich firmó un contrato con los estudios Paramount (empecinados en convertirla en rival de la Greta Garbo de Metro Goldwyn Mayer), y el que ejerció de Pigmalión de la berlinesa, que adelgazó 15 kilos y empezó a exigir un maquillaje y una iluminación capaces de disimular sus rasgos eslavos. Lo que ya no disimulaba tanto era aquel acento alemán cerrado que llevó a que los americanos la vieran siempre como una ‘extranjera’.

Marlene Dietrich, una diva

También fue Von Sternberg el que construyó en torno a Dietrich el mito de la diva gracias a películas como Marruecos (1930), donde compartía romance con Gary Cooper y por la que recibió una nominación al Oscar, o El diablo es una mujer (1935), ambientada en España y donde daba vida a una chica casquivana. 

El diablo es una mujer
El diablo es una mujer
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Esta última cinta fue un escándalo en tiempos de la Segunda República española, y el gobierno patrio, que la consideró una españolada, le pidió a Paramount que destruyera todas las copias existentes. La productora se plegó a sus exigencias y el filme desapareció durante años del mercado hasta que, en 1959, con motivo de una retrospectiva de la obra de Von Sternberg, Dietrich proporcionó una copia que había guardado en su casa.

En un momento dado, Dietrich se convirtió en la actriz mejor pagada del planeta. Lo curioso es que, a pesar del enorme éxito que cosechó en Hollywood, a ella no le gustaba demasiado la meca del cine. “Pensaba que todos los demás actores eran gitanos baratos por debajo de ella, campesinos. Ella era la aristócrata, y la única razón que la mantuvo en Hollywood fue Von Sternberg, la única persona a la que escuchaba. Ella no oía a los estudios cinematográficos, no los respetaba. Solo hacía algo si lo decía Von Sternberg”, aseguró su hija Maria Riva en una biografía de Dietrich publicada en 1992.

Marlene Dietrich, una femme fatale

La perfecta encarnación de la mujer fatal, casada desde 1923 con un cineasta alemán (Rudolf Sieber) del que nunca se divorciaría (pese a que los dos llevaron siempre vidas totalmente independientes), rechazaba también el nazismo. 

Por lo visto, Hitler, quien era un gran admirador de su trabajo, intentó ficharla como estrella del Tercer Reich, pero Dietrich, que en 1937 se nacionalizó estadounidense, se negó en rotundo. “Cuando abandoné Alemania oí por la radio un discurso de Hitler y fui presa de un gran malestar. No, jamás podría volver a mi país mientras semejante hombre fanatice a las masas”, contó en una ocasión Dietrich.

Berlín occidente
Berlín occidente
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En efecto, la actriz de las piernas perfectas, quien después de la guerra compaginó su carrera interpretativa con una musical, solo volvió a su ciudad natal para rodar con Billy Wilder Berlín occidente (1948) —una comedia romańtica sobre la ayuda de los ganadores de la II Guerra Mundial a la reconstrucción de la capital alemana—, y para una gira de conciertos en 1960, un año antes de la construcción del muro. Muchos alemanes, que le tenían ojeriza por sus espectáculos para soldados estadounidenses durante la II Guerra Mundial, la recibieron entonces con carteles que decían “Go home, Marlene”.

El extravagante vestuario que Dietrich lucía en sus actuaciones musicales contrastaba con la ropa cómoda que vestía siempre que estaba en casa o que no tenía una cámara (o al público) delante. Según contó Maria Riva en Marlene Dietrich por su hija, la diva berlinesa “detestaba la moda y adoraba el estilo", y no hacía honor a su fama de devoradora de hombres (y mujeres).

“No entendía nada de sexo”, relató Riva en el libro. “No creo que nunca conociese o experimentase el amor sexual real. Jugaba a ello, lo pretendía, hacía la farsa (era una gran farsante). Creo que su poder como mujer sobre los hombres es un hecho que se remonta a Helena de Troya: los hombres sueñan con la posibilidad de hacer sentir a la diosa algo que ella no haya experimentado nunca antes”.

Marlene Dietrich, últimos años

Con el paso de los años, a medida que los signos del envejecimiento hicieron acto de presencia, Dietrich se fue aislando cada vez más, hasta que en 1975, tras romperse una pierna mientras actuaba en Sidney, tomó la decisión de retirarse de los escenarios. Tres años más tarde, protagonizó su última aparición cinematográfica en la película Gigolo, donde encarnó a una baronesa que regenta un club de gigolós y por la que se dice que cobró (por solo dos días de rodaje) 250 mil dólares.

Desde entonces, Dietrich vivió bastante tranquila y alejada de los focos en su apartamento de la avenida Montaigne de París, aunque en 1982 consintió en ser entrevistada por el cineasta Maximilian Schell para un documental sobre su vida y carrera titulado Marlene (1984). En aquella cinta (donde aparece únicamente su seductora voz, puesto que no aceptó salir ante la cámara), Dietrich hizo gala de su carácter refunfuñón y caprichoso, y aseguró a su entrevistador que “nunca tomé en serio mi carrera”.

Antes de morir de un infarto a los 90 años, la artista logró reconciliarse con su país natal y dejó escrita su voluntad de ser enterrada en la capital alemana, al lado de su madre. Minutos antes de exhalar el último suspiro, le comentó al amigo que en ese momento la acompañaba en el dormitorio: “Lo quisimos todo y lo conseguimos, ¿no es verdad?”.

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