[Festival D'A] 'Malmkrog': esperando al siglo XX en la falda de una montaña

Tras 'Sieranevada', Cristi Puiu vuelve a proponer un ejercicio de tiempos dilatados guiado por las fecundas conversaciones de un grupo de aristócratas
Malmkrog
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Cinemanía
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El D’A Film Festival dejó para el final de su undécima edición, en la que recuperaba la presencialidad tras el obligado hiato pandémico del año pasado, algunos de sus platos fuertes. Y lo cierto es que es gratificante el que sea en una sala de cine, y posteriormente en los corrillos que se forman a la salida de las mismas, donde puedan experimentarse propuestas tan estimulantes como Malmkrog, el último filme del rumano Cristi Puiu. 

Al término de sus tres horas y veinte minutos de metraje había quienes estaban por retirarle la confianza al autor de Sieranevada o La muerte del sr. Lazarescu. Otros, igualmente abrumados, se inclinaban por dejarla reposar. “¡Es increíble!”, avisaba antes de la proyección alguien que ya la había visto.

Como en Sieranevada, la anterior película de Puiu, aquí asistiremos, ante todo, a la circulación de la palabra. Es decir, a las largas conversaciones sobre lo divino y lo humano que mantienen tres mujeres y dos hombres de clase alta en un palacete cuyo exterior cubierto de nieve tan solo veremos al principio y en un momento crucial a la mitad del filme. 

Nos encontramos en territorio ruso y en los estertores del siglo XIX, que también son los de un conde convaleciente al que, en uno de los escasos momentos en los que la puerta de su habitación se abre, oiremos balbucear un par de versos de La Internacional. Malmkrog es una película de fantasmas y presagios: los del siglo por venir.

El cineasta rumano nos introduce en esta tertulia, rica en digresiones y acaloramientos, empleando largos planos donde la profundidad de campo delata el trajín del servicio doméstico, sumido en un movimiento incesante que contrasta con el relativo estatismo de los invitados. Viendo hablar a una de estas aristócratas prácticamente fuera del encuadre mientras los demás escuchan con atención, quizá anticipemos un dispositivo formal mucho más rígido del que en realidad propone una película en absoluto carente de enigmas y requiebros.

El mayor de ellos es la desconcertante e inesperada cesura que parte en dos Malmkrog. De ahí en adelante, el día se habrá convertido en noche y la conversación pronto pasará a articularse en medidos planos contraplanos que muestran el cortés hostigamiento al que es sometida Olga, una devota cristiana que lleva toda la velada tratando de argumentar que hay que ser piadoso sin esperar nada a cambio. Nadie comenta el estallido de violencia que hemos presenciado poco antes, circunstancia que enrarece la atmósfera de la reunión, como si ya no estuviéramos exactamente en el mismo lugar.

Partiendo de Los tres diálogos y el relato del Anticristo, un texto del filósofo ruso Vladimir Soloviev, Puiu hace hablar a sus personajes sobre la guerra, la inevitabilidad del mal y de la muerte o sobre una noción profundamente reaccionaria de Europa que no es difícil extrapolar a ciertos discursos del presente; es como si, aun barnizando su película con un halo casi apocalíptico, de fin de los tiempos, el director de Aurora, un asesino muy común quiera sugerirnos que la existencia es cíclica y que estamos condenados a regresar una y otra vez a los mismos falsos puntos de inflexión.

Puede que el tono más bien trascendente que toman estas conversaciones, distinto de aquel humor cáustico que desprendía la charla en el estrecho apartamento en el que transcurría Sieranevada, haga mella en quienes no estén predispuestos al ejercicio de suma atención que exige Malmkrog. Pero, como ya sucedía en su anterior filme, hay algo intrínsecamente magnético en esa extenuante esgrima verbal apenas interrumpida: quizá diste mucho de la discusión que tendríamos con nuestros amigos en un bar, pero fluye con una naturalidad envidiable.

Cristi Puiu cierra su película sin avisar, mientras esperamos a Nikolai, que poco antes defendía la inutilidad de hacer el bien en una vida que, para todos, tendrá el mismo y silencioso final: la muerte. También las ficciones se terminan, a veces de las formas más insoslayables: pienso en el fotograma que se disuelve al final de Carretera asfaltada en dos direcciones, del recientemente fallecido Monte Hellman. Y sin embargo, la posibilidad misma de la ficción cinematográfica permite trampear ese límite que trastorna al mismo Nikolai: la resurrección real de la carne.

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