'El teléfono del señor Harrigan': Netflix aburre con una anodina adaptación de Stephen King

Imagen promocional de 'El teléfono del señor Harrigan'
Imagen promocional de 'El teléfono del señor Harrigan'
(Netflix)
Imagen promocional de 'El teléfono del señor Harrigan'

Siempre se habla de la dudosa calidad media (por supuesto con excepciones) de las películas concebidas para Netflix. Con sus matices, puede decirse que muchas de ellas no aportan nada en lo cinematográfico, percepción que vuelve a manifestarse con El teléfono del señor Harrigan, más que anodina a pesar de tratarse de la adaptación de un relato corto de Stephen King y que señala la rutina en la que también caen el prolífico Ryan Murphy y Jason Blum (Blumhouse).

Enseguida se comprueba que la historia se enfoca al drama con el suspense como pequeño complemento. Sin embargo, es incapaz de transmitir la hondura emocional a la que apela, la cual asoma por lo abordado y ahí se queda, y su parte de thriller exhibe una pobreza que resalta su nulidad. El tráiler ya dejaba malas sensaciones al respecto. Aparte, el perfil de los créditos iniciales, de puro telefilme, supone otra pista, ratificada después en los de cierre.

El teléfono del señor Harrigan constituye una verdadera nadería. Lenta y pesada, asusta por lo que aburre en algunos tramos. No ayuda en absoluto el plano trabajo de John Lee Hancock, que venía de firmar la atrayente Pequeños detalles (y antes El fundador, Al encuentro de Mr. Banks y The Blind Side). El director incurre además en el serio problema narrativo de la falta de concisión, tan necesaria para minimizar lo accesorio y reforzar las situaciones.

Donald Sutherland, como el señor Harrigan
Donald Sutherland, como el señor Harrigan
(Netflix)

De sus interminables 104 minutos hay que rescatar, más allá de detalles aislados, la aportación del veterano Donald Sutherland. Y no porque el actor, muy mayor, regale una interpretación destacada, sino por la presencia que retiene y por el significado cinéfilo de verlo en pantalla. El joven Jaeden Martell, conocido por It y Puñales por la espalda, está correcto pero lo plomizo e intrascendente de la exposición le condiciona.

El filme intenta ser un relato de iniciación adolescente a los dramas de la vida y reflejar el proceso de la pérdida, su asimilación y la evolución que implica cuando se sobrelleva. Desarrollada, cómo no, en pueblos de Maine, remite a los vínculos que calan en la edad juvenil, en este caso la de un joven y un millonario solitario. Durante años el chico acude semanalmente a la casa del anciano, con problemas de visión, para leerle libros.

La historia acontece en el contexto del surgimiento de los smartphones, con el foco puesto en los primeros iPhone. Se detiene (en exceso) en el hecho de que el chaval le regala al señor Harrigan uno de estos móviles y le explica el uso que le puede dar, pasaje en el que incide por aquello del papel clave que juega después el teléfono.

Cuando el anciano fallece, el joven mete su móvil en el ataúd, y en medio de la tristeza tiene el impulso de llamarle y decirle que le echa de menos. En este marco emocional, se asusta al recibir mensajes del fallecido, como si quisiera contactar con él. A pesar de la circunstancia paranormal, le llama cuando necesita ayuda, primero por el acoso que sufre en el instituto, y luego le invade la culpa por los sucesos que provoca haber recurrido a Harrigan.

No obstante, como se ha indicado el suspense se adscribe a la sosada. Lo único con un mínimo de interés reside en la reflexión de Harrigan sobre Internet y los móviles cuando se familiariza con la tecnología (la droga de iniciación, la gratuidad como paso previo a tener que pagar, la desinformación orquestada) y en su frase alusiva a la adicción digital cuando estaba más inmerso en la pantalla que en la lectura del chico. "Apártate de mí, Satanás", dice al darse cuenta de su inmersión excesiva en el iPhone.

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