A los espectadores nos gusta más un asesinato en pantalla que a un político una campaña electoral. Tanto da que sea Jack el Destripador que el Arropiero, nuestra fascinación por el Mal en su máxima expresión no conoce límites desde aquel asuntillo entre Caín y Abel.
Obviamente, el mundo del audiovisual no iba a ser ajeno a esta pasión por lo criminal, de la que da cuenta un ciclo en Cinema Jove. Se trata de ocho largometrajes que nos ayudan, ya que no a entender la psique de los asesinos, sí las formas en que podemos exponer sus crímenes.
El origen: de 'The Thin Blue Line' a 'Cuarto milenio'
Vistos con la debida distancia, parece evidente que, tal vez, la película que más ha influido en las formas contemporáneas, y especialmente en la televisión, haya sido The Thin Blue Line, obra maestra del incomparable Errol Morris (1988). Nadie que la haya visto podrá olvidarla.
Morris analizaba el caso de Randall Adams, condenado a muerte por el asesinato de un policía en 1976. Con el uso de una estructura narrativa basada en la multiperspectiva a lo Rashomon, acababas la película con la sensación de que la única certeza que puedes tener en la vida es que no existe la verdad, y que hay tantas versiones de un hecho objetivo como personas comentan ese hecho.
The Thin Blue Line es un documental, pero tiene la forma del más adrenalítico de los thrillers. Normal que su disposición, su forma de entrevistar, sus recreaciones, se hayan diluido y popularizado hasta ser rastreables en programas tan variopintos como Crímenes imperfectos o Cuarto milenio.
Los 'mockumentaries' y el primer true crime de España
The Thin Blue Line rompía con la tradición anterior, bien reflejada en el ciclo por películas como El asesino de Pedralbes (Gonzalo Herralde, 1978), una de las obras cumbres del cine de la Transición española. José Luis Cerveto, el protagonista, apuñaló en 1974 a dos acaudalados vecinos barceloneses.
La cámara acude a la cárcel en la que cumple condena y capta con espeluznante frialdad su confesión. Normal que, para muchos estudiosos, nos encontremos ante el primer ejemplo de true crime realizado en nuestro país.
La pasión por la telerrealidad también permearía los mockumentaries, los falsos documentales. Tan influyente como el cine de Chantal Akerman será el de sus compatriotas Rémy Belvaux, André Bonzel, Benoît Poelvoorde, que, en 1992, filmaron la obra maestra Ocurrió cerca de su casa, otra de las joyas incluidas en la selección.
Se trata de la historia de un intrépido (y pelín bobalicón) equipo de reporteros que, filmando las andanzas de un asesino en serie, acaban colaborando en sus tropelías. Un falso realismo que acabaría por mutar en películas como [REC], de Balagueró y Plaza (2007) o, en un tono más festivo, en Lo que hacemos en las sombras (Waititi, Clement, 2014).
Películas que nos hablan de nuestra fascinación por la grabación de absolutamente todo en un mundo desbordado por la cantidad de imágenes a nuestra disposición.
'Cette maison': más que un crimen
Con el pasar de los años, el true crime se deconstruye y pierde su ingenuidad, su aspiración a reconstruir lo imposible. Así, se llega a niveles de abstracción como el de Cette maison (Myriam Charles, 2022), una de las joyas del certamen por ser estreno en España.
La directora pretende volver aquí sobre el asesinato, en 2008, de su prima en la localidad estadounidense de Bridgeport. A principios de aquel año, la adolescente aparece ahorcada. Pero la autopsia revela que, en realidad, ha sido un asesinato agravado con violación.
Ante el rechazo de su familia, de origen haitiano, a participar en el documental, Charles regresa a tan traumático evento a través de una versión teatralizada y abstracta.
El crimen ya no es tan importante como la reflexión acerca del duelo y la violencia irracional sobre escenarios irreales. La fallecida conversa con su madre en un tono entre testimonial y lírico. Alrededor del crimen se despliega una reflexión acerca de la violencia de género, la raza y las relaciones maternofiliales.
Aunque por momentos el cine-ensayo supera a la pura narración cinematográfica, se trata de un llamativo ejemplo de hasta qué punto el true crime es uno de los géneros más maleables y transgresores del cine contemporáneo.
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