Si se ven tiempo después, las películas que escandalizaron en su momento y de las que tanto se habló adquieren recorrido en cuanto a que evocan el contexto en el que llegaron, por el que pueden haber adquirido simbolismo. Así ocurre con Me siento extraña, la película de amistad y amor lésbico entre Rocío Dúrcal y Bárbara Rey disponible en FlixOlé, la plataforma especializada en cine español, después de su minuciosa restauración en 4K.
Dirigido por Enrique Martí Maqueda, el drama erótico fue un éxito de taquilla en 1977 al llevar a las salas a casi un millón de espectadores. Conllevó que se viera de otra manera a Dúrcal, reina de las rancheras y antes niña prodigio y adolescente ye-ye, quien siempre renegaría de aquel trabajo (de hecho ya rehusó acudir al estreno), y reforzó la popularidad de Rey y su condición de figura del destape.
Hay que entender la coyuntura de los inicios de la Transición, representada por la propia obra en esa imagen con la foto del rey Juan Carlos en la mesa de un despacho y la de Franco guardada en un cajón. Los cambios sociales empezaban a aparecer, si bien los tabúes seguían instalados, de ahí la repercusión del filme, pionero en la exposición de una relación entre mujeres.
El interés de Me siento extraña no se limita al morbo y a la escena de sexo entre los dos iconos. Si se aparcan los prejuicios por ese tipo de cine se percibe por qué se ha convertido a su modo en un título de culto, en especial entre el colectivo LGTBIQ+. La razón se debe a que muestra a una mujer que necesita liberarse, dejar de sufrir y volver a encontrarse y a otra que lleva la vida que desea sin que le afecte en exceso lo que dicen alrededor.
Un drama acompañado de lo erótico
La historia exhibe un revestimiento y un fondo serios, base acompañada, eso sí, de apuntes y concesiones eróticas. Por ejemplo, cuando Marta (el personaje de Rey), con una vestimenta sensual, pide a los hombres que trabajan en su jardín que le ayuden a mover unos muebles del salón y luego les invita a darse un baño y, al momento, dejarlos en el agua con el calentón. También por ese tramo centrado en la noche en que los invitados a su casa montan una bacanal.
Dúrcal encarna a Laura, una mujer que deja a su marido, un pusilánime que no obstante transluce su naturaleza violenta. Un aspecto corroborado cuando, avanzado el relato, saca su verdadera cara después de aparecer en la nueva vivienda de su esposa (le pide que vuelva, hacen el amor y la incomodidad de ella le enerva). En todo caso, la principal razón de su marcha se debe a la actitud del suegro, un hombre a la antigua, importante y con grandes planes políticos que le exige a su hijo que solucione sus asuntos porque no quiere que se vea dañada la imagen de la familia.
Por medio de una amiga, Laura, que al casarse aparcó su carrera, conoce a Marta, una artista de revista que le deja instalarse en su casa, un chalé fuera de Madrid, y que la contrata como pianista para sus espectáculos. Si Laura buscaba respirar, Marta, como le dice a su amante cuando rompe la relación, desea un cambio. A partir del apoyo, la ayuda y la hospitalidad de Marta, entre ambas se establece un vínculo.
La narración incluye apuntes eróticos como anticipo de lo que vendrá: Laura con escasa ropa tumbada en la cama en la primera noche en la casa, el baño de Marta desnuda en la piscina esa misma madrugada, los recuerdos de dormitorio que le asaltan en ocasiones a la anfitriona o la escena en la que Laura le quita una mota del ojo a Marta.
Las habladurías en el pueblo... y el machismo
Si el estilo de vida de Marta ya deparaba de por sí miradas y habladurías, estas aumentan a raíz de que en el pueblo vean a Laura con ella. Mas allá de esta situación, tan reconocible del ambiente rural, lo importante, y en lo que Martí Maqueda pone el foco, es en el machismo de los mamarrachos de bar por sus comentarios, actitudes y, después, acciones. Hablan de lo que le harían a Marta, condicionan con sus burlas y presiones al discapacitado de la localidad, a quien la artista le tiene cariño, y señalan que no pueden entender el sexo entre mujeres.
Se intuye va a ocurrir algo por el perfil de estos hombres, como se corrobora cuando, en su estado de embriaguez habitual, acuden al chalé de Marta, la agreden e intentan violarla. Aparte, los rasgos críticos laten asimismo en lo referente al suegro de Laura, personaje que representa el viejo régimen existente en el marco nuevo (lo mencionado de las fotos del monarca y del caudillo) y que quiere seguir en el sistema. Sus frases, en distintos momentos, de "atado y bien atado" y "como Dios manda"… Al final el relato no termina de desarrollar su subtrama, pero la evocación queda ahí.
El título elegido para la película recuperada por FlixOlé remite al sentir de las dos mujeres en un momento de cambio. La propia Marta lo verbaliza cuando cenan juntas la noche en la que ya se nota lo que ha brotado en ella, aspecto reforzado por su 'indisposición' cuando el amigo 'moderno' de Laura la visita y le insiste en que la acompañe en uno de sus viajes de trabajo.
La recordada escena de sexo, vista ahora más emocional que carnal, se produce en el desenlace como unión una vez han pasado el peligro y la amenaza. Martí Maqueda deja claro que este cierre constituye también el principio.
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