'All Light, Everywhere': el documental más completo sobre vigilancia, castigo y todas las cámaras que te rodean

DocumentaMadrid 2021 muestra una visión panorámica sobre el desarrollo de las tecnologías de control con un título premiado en Sundance.
All Lights, Everywhere
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Cinemanía
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“Arma. Ojo. Archivo. Interpretación. Automatización”. Capturar una imagen es, desde los orígenes del cine, sinónimo de disparar. Y no solo porque en inglés el término ‘shot’ permite esa doble acepción, sino porque existe una rama genealógica que liga íntimamente imágenes en movimiento y desarrollo armamentístico. 

Esa fascinante y perturbadora relación, mucho menos sucinta de lo que parece a priori, es el tema que Theo Anthony despliega en el documental All Light, Everywhere. Como otros ejercicios previos alrededor de esta cuestión, nos recuerda que las ideas distópicas sobre la tecnología que planteaba Black Mirror son un juego de niños al lado de lo que está por venir.

All Light, Everywhere concursa en la sección oficial internacional de DocumentaMadrid 2021, inaugurado el pasado miércoles 26 de mayo y que desplegará su versión híbrida en Filmin pocos días después de que el jurado delibere y reparta premios. 

No sabemos aún si se fijarán en el filme de Anthony, pero sí sabemos que el cineasta, responsable de Subject to Review (2019) –participante en la anterior edición del certamen, la de diciembre de 2020–, se ha tomado en serio la labor y ha realizado un documental de tesis estimulante, experimental y accesible, que ofrece una visión panorámica sobre la historia de las tecnologías de vigilancia y castigo. 

Si te lo estás preguntando, en efecto, All Light, Everywhere es un documental que Michel Foucault pondría en clase.

Dividida en tres capítulos y un epílogo, Theo Anthony toma como casilla de salida la empresa Axon, dedicada al desarrollo tecnológico y, más concretamente, a la fabricación de “dispositivos electrónicos de control” –un eufemismo para designar las pistolas táser–, y, por otra parte, a la elaboración de cámaras corporales, pensadas para ser utilizadas por los cuerpos policiales. 

Las imágenes registradas por estas cámaras, que se colocan en la zona del tórax, servirían como evidencias en situaciones policiales ambiguas y, una vez grabadas, se suben de manera automática a un servidor web, accesible desde la dirección Evidence.com. “Arma. Ojo. Archivo. Interpretación. Automatización”.

Adelantamos desde estas líneas que el material que Anthony logra de su visita a Axon es oro de buenos quilates: unas oficinas conformadas como, literalmente, un gran panóptico, donde todo y todos son visibles; un entorno fabril de producción en cadena rodeado de frases inspiracionales; y un relaciones públicas, Steve Tuttle, que tan pronto dispara argumentario corporativo sobre las bondades del producto que fabrican como acertadas e inquietantes reflexiones en torno al efecto disuasorio y disciplinario que comparten una cámara y un arma.

En paralelo y como apoyo teórico, el cineasta se atreve a realizar con agilidad una investigación en la disciplina de la arqueología de medios y, empleando bibliografía de referencia al respecto –de Jonathan Crary a Allan Sekula, Lorraine Daston y Peter Galison, o Donna Haraway–, nos lleva al momento cero en que imagen en movimiento y armas quedaron indisolublemente unidas para la eternidad.

“El transporte de imágenes sólo repite el transporte de balas”, afirmaba Friedrich Kittler en el seminal libro Gramophone, Film, Typewrite. También Harun Farocki reincidiría en esa idea, visualizada de manera radical en su brutal Imágenes de prisión (2000): “La cámara y el arma están al lado, el campo visual y el campo de tiro son iguales”, reflexionaría sobre la escena de esa película en la que una cámara de vigilancia del patio de una prisión hace las funciones de fusil, apuntando para filmar y matar a la vez a uno de los presos, enzarzado en una trifulca.

Pero Anthony se retrotrae aún más lejos, al año cero de 1874, cuando Jules Janssen inventó un revólver astronómico para captar en 1874 el tránsito de Venus por el Sol en Nagasaki, Japón. Ese dispositivo fue el modelo por el cual Étienne-Jules Marey acabó creando en 1882 su rifle fotográfico, que, con un tambor circular que giraba alrededor de un cañón, donde se imprimían las imágenes, podía capturar doce imágenes por segundo y, así, congelar el movimiento y detener el tiempo. Una cámara cronofotográfica que era, como dicen en All Light, Everywhere, la primera cámara portátil de la Historia.

En el filme se siguen dos arcos argumentales más, uno también vinculado a la tecnología de Axon y un segundo sobre la empresa Persistent Survilliance System, y que, a medida que se avanza, van cohesionando la tesis que Anthony despliega de manera intuitiva y sin ánimos de ofrecer una clase magistral. 

Más bien lo contrario: en All Light, Everywhere desfilan figuras históricas como Alphonse Bertillon, Francis Galton, Julius Neubronner –inventor de un dispositivo fotográfico que portaban las palomas para realizar fotografías aéreas– y otros padres fundadores en la materia de las tecnologías de vigilancia; pero la película también se preocupa por cómo las actuales tecnologías de control afectan a las comunidades más vulnerables, como, por ejemplo, un grupo de vecinos afroamericanos de Baltimore. “Las historias convergen en el presente”, subraya la voz narradora del documental.

A la postre, la película recuerda que detrás de cualquier pantalla, de cualquier aparato de visión, siempre hay un cuerpo. Incluso en el ámbito de las nuevas inteligencias artificiales a las cuales se les está enseñando a mirar “por sí mismas”. 

All Light, Everywhere insiste, así, en la falacia que se esconde detrás del sueño de crear dispositivos que sustituyan la visión humana, falible e incapaz, y así conseguir una mirada neutra sobre el mundo. Las máquinas no funcionan solas y depende, claro, de qué manos las manejen, postula el cineasta.

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