CINEMANÍA nº 314

'Última noche en el Soho' de Edgar Wright, nuestra portada de noviembre de 2021
'Última noche en el Soho' de Edgar Wright, nuestra portada de noviembre de 2021
Cinemanía
'Última noche en el Soho' de Edgar Wright, nuestra portada de noviembre de 2021

1 Londres. Algo tendrá el Soho, esa cuadrícula de callejas entre Oxford Street y Picadilly, en pleno West End londinense, para que hasta el bueno de Ken Loach, el emblema del cine social británico, siga manteniendo allí su oficina. No me imagino al maestro de Bath, con sus dos Palmas de Oro en Cannes y su reciente baja en el Partido Laborista (ya le caía demasiado a la derecha), comiéndose un Cornetto. Ni tampoco a Edgar Wright viendo llover piedras en sus películas. Pero ambos son conscientes de que este rincón popular de Londres, el de los neones, los cines y los night clubs, mantiene un aura especial. 

No es el Whitechapel de Jack el Destripador, pero dos de las más potentes referencias de Última noche en el Soho suceden aquí, en esta zona que tomó el nombre del grito secular de advertencia (¡Soho!) en la caza del zorro, cuando todo esto era campo. Además del asesino de Frenesí, que anda suelto por Covent Garden mientras el inspector de Scotland Yard sobrevive a los menús afrancesados de su esposa, los rincones del Soho son el coto del protagonista con acento alemán (Karlheinz Böhm, merengado emperador Francisco José en las películas de Sissi) de El fotógrafo del pánico, que busca rodar el último grito de sus víctimas.

Ambas películas, sin embargo, tienen su leyenda negra. La sorna de Hitchcock estaba llegando a su fin. Tanto esta como su siguiente y última película (La trama), fueron incomprendidas, y han tardado en ser reivindicadas. Por no hablar del Peeping Tom (el mirón: en la tradición anglosajona, el único que osó mirar la desnudez de Lady Godiva y quedó ciego) de Michael Powell, retirada de los cines a los pocos días de estrenarse, y que aceleró el final de su carrera con absurdas películas en Australia. 

La noche del mago del suspense, siempre retorcido, remite a La hora de Alfred Hitchcock en familia, a carreras por el monte Rushmore y a Grace Kelly al teléfono con el asesino tras la cortina. El golpe nocturno de Michael Powell fue la prueba de que se quitó la maldición de encima al casarse con Thelma Schoonmaker, montadora de Scorsese. Fue Powell el que dio la idea al director de ¡Jo, qué noche! de terminar la película en círculo, ante la oficina donde todo había comenzado. Edgar Wright ya ha conocido el fin del mundo al caer la noche sobre los pubs de Newton Haven, pero, ay, esto es Londres. El espíritu de Diana Rigg, musa del Swinging London, le protege por si llueven piedras.

2 París. Wes Anderson es un director diurno. De desayunos y meriendas. Su nueva película es específicamente todo lo contrario a esa cuenta de Instagram (Accidentally Wes Anderson) que ha hecho fortuna hasta convertirse en libro (ahí el papel ganó una pequeña batalla de prestigio: el negocio cuajó, albricias, al publicarse un coffee table book que ha derrotado a las redes sociales). 

La crónica francesa podría titularse On Purpose Wes Anderson, y no solo porque parte de una máxima que el editor Bill Murray hace suya: intentar que parezca que lo has hecho a propósito, sino porque de todos los personalísimos viajes del director, este es el que más se parece a él mismo. La preciosa grisura de Ennui-sur-Blasé (aburrimiento sobre lo hastiado) vive de espaldas al mito de París la nuit. 

Se rodó en Angulema, la ciudad con el festival de cómic más prestigioso del mundo, conexión perfecta para la vida en viñetas de este cineasta que huye de las noches o las convierte en postales coloreadas. Noches estrelladas de Ennui, Megasaki o el hotel Budapest, como miniaturas de Van Gogh, que nos preparan para una nueva sorpresa al día siguiente.

3 Nueva Jersey. Esa noche. El camino de Tony Soprano hacia la noche comienza en Manhattan, pasa por el Lincoln Tunnel bajo el río Hudson, atraviesa ese turnpike donde paga peaje y llega a North Caldwell en Nueva Jersey, la auténtica patria de un italiano que solo estuvo en Europa de visita, y ni siquiera disfrutó. El retorno al cine de (una cierta idea de) Los Soprano con Santos criminales nos remite a la vuelta a casa del criminal con el que hemos empatizado durante años. 

El miedo a que no esté a la altura de nuestros recuerdos junto a James Gandolfini nos acecha. Y acabamos volviendo a la noche en Holsten’s, con Tony esperando a su familia y la tensión desbocada mientras no paran de entrar sospechosos de liarse a tiros. “¿No es lo que me decías, papá?”, pregunta A. J. Soprano. “Trata de recordar los buenos momentos”. A ellos nos agarramos día y noche.

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