OPINIÓN

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Begin Again
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Cinemanía
Begin Again

Se conocen cuando ninguno de los dos tiene suscripción premium a una plataforma de música. Se ponen el uno al otro sus temas preferidos, en un intento de mostrarse el uno al otro de forma sintetizada, pero todo ello pagando el precio de no ser premium, es decir, siendo interrumpidos cada 5 o 6 canciones por anuncios estridentes que les alientan a asistir a un concierto homenaje a Paco de Lucía o a escuchar el nuevo single de Antonio Orozco. 

Viven en el empezar a conocerse y amarse con ansia. Los dos están en paro, así que pasean, se acompañan a hacer recados, pasan largos ratos contándose cosas y follando. Y poniéndose canciones. Pero han sido niños de mucha película con banda sonora manipuladora. Tienen un corrillo de neuronas empeñadas en que un momento emocionante lo es más si de fondo suena un tema atronador que potencie la energía que ya existe. Así pues, intentan de forma tácita hacerlo todo con la banda sonora perfecta, una sintonía que haga que dar la mano o una mirada resulten mejores de lo que ya son.

Cada cinco canciones, un violento revés: los instantes perfectos son interrumpidos por la voz dinámica de un anuncio que anima a hacer clic en el banner de abajo y comprar entradas para el concierto de Robyn, o, en una especie de regañina, a hacerse premium de una vez. Así pues, cada vez que pasa, interrumpen el momento que estén viviendo. Cuando el anuncio termina, vuelven a lo suyo con una pasión no del todo recuperada. Algo se ha perdido por el camino. No se baila igual, los besos se apagan, el sexo pierde fuelle. 

Años después, cuando le pregunté a él, borracho un lunes por la mañana, que por qué había terminado su relación con ella, solo alcanzó a lanzar un gruñido y decir algo que sonó a “capitalismo”. Después tarareó la lambada hasta que se durmió.

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