OPINIÓN

El viaje del héroe

Fue evaluada con un 10 en el año de 1976 al completar su rutina obligatoria de barras paralelas asimétricas, durante las olimpiadas de Montreal. Fue la primera rutina perfecta para una gimnasta en toda la historia de los Juegos Olímpicos.
Nadia Comaneci en los Juegos Olímpicos.
20MINUTOS.ES
Fue evaluada con un 10 en el año de 1976 al completar su rutina obligatoria de barras paralelas asimétricas, durante las olimpiadas de Montreal. Fue la primera rutina perfecta para una gimnasta en toda la historia de los Juegos Olímpicos.

Lo he buscado en internet desde mi habitación en Iowa City, tecleando con los dedos helados. Afuera nieva. Pronto subirán las temperaturas, todo se descongelará, la ciudad llorará su hielo antes de rebrotar. Lo he buscado, pero me parece mentira, así que vuelvo para asegurarme: Google Maps dice que Nadia Comaneci vive a 10 horas en coche de mi casa. 55 horas en bici. 216 caminando. Harina, leche, huevos, azúcar, levadura y cuatro manzanas. “Acid green apple”, así las he pedido. 

En el supermercado me miran perplejos: ¿Por qué alguien querría comer una manzana ácida? Aquí no existe la manzana reineta. El bizcocho es una pasta quebrada sencilla. Hundo los dedos en ella, la moldeo imaginando el viaje. Parto las manzanas, las coloco sobre la crema. Ya en el horno, aparecen en la superficie dos pequeños agujeros que burbujean, ojos que me interrogan: ¿Serás capaz? Nadia tiene 50 años, un hijo, una academia de gimnasia en la que ella y su marido entrenan a jóvenes deportistas. 

Me parece posible caminar desde aquí hasta su casa. Cuando lo comento, la gente se ríe pensando que bromeo. Espérate al verano mejor. Pero no, tiene que ser ahora. Sólo mis manos ateridas, el tremendo cansancio, pueden igualar sus 12 horas de entrenamiento a los 8 años, la dieta estricta, vivir lejos de su familia. Solo perder dos o tres dedos por congelación es comparable a perder una infancia. Cruzaré el Mark Twain National Forest con mi tarta en las manos, recorreré casi inconsciente la Cherokee Nation. 

Después de eso, solo unos cuantos días. Imagino a una señora Amish que me arropa en un catre austero, que me obliga a beber un caldo caliente de una taza de hojalata. Al día siguiente retomaré el camino con fuerzas recobradas, la tarta de manzana casi intacta. Llegaré temblando a la entrada de Norman, Oklahoma. 

Para entonces, mi cuerpo se habrá endurecido, el dolor será un punto lejano tras la satisfacción de la gran gesta. Miraré hacia la verja de su casa con esa misma mirada de águila que casi asustaba a la gente en las Olimpiadas de Montreal. Depositaré, como una ofrenda, la tarta de manzana en su alféizar. Y volveré a casa.

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