Volker Schlöndorff: el ilustre cabreado se pone sentimental

Tras rodar barrabasadas como 'El tambor de hojalata' y 'El cuento de la doncella', el director alemán debuta en el drama romántico con 'Regreso a Montauk'
Volker Schlöndorff: el ilustre cabreado se pone sentimental
Volker Schlöndorff: el ilustre cabreado se pone sentimental
Volker Schlöndorff: el ilustre cabreado se pone sentimental

En todas las escenas artísticas  hay un reparto (consciente o inconsciente) de roles para la galería. Y el Nuevo Cine Alemán de los 60 y los 70 no fue una excepción. De modo que, cuando a uno le toca compartir los focos con un cerebro teórico (Alexander Kluge), un kamikaze hiperactivo (Fassbinder), una valkiria (Von Trotta), un melancólico de oficio (Wenders) y un Werner Herzog, ¿qué persona adoptará? Pues la del serio, el reconcentrado que expresa su furia apretando la mandíbula. Ese fue el caso de Volker Schlöndorff, y para comprobarlo sólo hay que ver cintas como El joven Törless, El tambor de hojalata (su doblete histórico: Oscar en 1980, más una Palma de Oro ex aequo con Apocalypse Now) y El cuento de la doncella, primera versión audiovisual de la novela de Margaret Atwood que ahora triunfa como serie. Trabajos, en suma, cuyo visionado anima a pedir un vasito de agua para quitarse la sequera de la garganta.

Sin embargo, el tiempo pasa, y con él se aclaran los humores. De hecho, Schlöndorff está más optimista que nunca: si el filme bélico Diplomacia prefería centrarse en un rayo de esperanza, más que en el espanto, ahora el director estrena en España Regreso a Montauk. Una cinta que (¡tachán!) se atiene casi del todo a las premisas del drama romántico de toda la vida.

Algo que no ha caído bien entre la crítica (aunque sin condenar el filme, Variety lo describió como “la versión europea y con clase de un telefilme de sobremesa”), pero que le ha procurado una buena acogida en su país de origen. En todo caso, aunque no rebose sentido del humor, esta historia de un escritor madurito (Stellan Skarsgård) que aprovecha un viaje a EE UU para reencontrarse con un amor de juventud (Nina Hoss, marmórea) deja entrever que su autor se lo ha pasado pipa rodándola.

“La primera vez que estuve en Nueva York fue para rodar Muerte de un viajante [1985]. Disfruté de cada minuto”, señala Schlöndorff. “No sé cómo decir esto sin hacer de menos al cine europeo, pero trabajar en EE UU tiene un efecto liberador: el cine es el arte propio de la civilización americana”. El director también admite que algo hay de autobiográfico en la cinta, y que se decidió a rodar su guión (firmado junto al escritor Colm Toibin) para buscar “un nuevo comienzo”. En espera de saber si lo ha conseguido o no, prosigue, le queda el gusto de haber filmado sin permiso escenas callejeras en Nueva York. “Cuando Stellan pide un taxi, lo está pidiendo de verdad, no está preparado. Al principio, tenía miedo: ‘¿Y si le atropella un coche? ¿Y si me lo secuestran?’ Pero luego me dije: ‘¡Al diablo con ello!”.

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