Cuando los romanos comenzaron con el cultivo de la vid en el valle del Ebro, en lo que más tarde sería la comunidad autónoma de La Rioja, jamás pensaron que su tradición importada se convertiría en una de las enseñas culturales de no sólo una región, sino de todo el país. Y es que La Rioja es conocida en el ancho mundo no sólo por sus paisajes regados de verde y rojo, por sus prados y orografía, ni incluso por su fantástica gastronomía (de la que destacamos las patatas a la riojana y o las chuletillas de cordero al sarmiento), sino que es su vino la joya de la corona.
Pero en la actualidad las bodegas son mucho más allá que un mero lugar donde se fabrica el vino, y poseen una arquitectura propia que va desde aquellas excavadas en roca o en arena, pasando por las tradicionales erigidas con maderas nobles, hasta llegar a las más actuales que combinan los nuevos materiales (vidrio, metal y acero) con los trazados más vanguardistas.
Muchas de ellas se han convertido en alojamientos e incluso forman parte de un tour turístico vinícola que recorre las principales bodegas y organiza catas a lo largo y ancho la de región. Por último y para los más exigentes se puede visitar los cinco museos del vino de la región, cursos de cata, estudios de postgrado en enología e incluso tratamientos de belleza fundamentados en estos caldos.
No menos importante es hacer una parada en la capital, Logroño y disfrutar de con la catedral de Santa María de la Redonda, pasear por los casi doscientos metros del puente de piedra o disfrutar de su gastronomía en los alrededores de los palacetes del Espolón. Una tierra milenaria donde el vino es el sustento y la razón que el viajero encontrará en su descanso.
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