Brooklyn

Nosotros lo llamamos “morriña”, “nostalgia”, “echar mucho de menos”. Los angloparlantes lo resumen en una única palabra, muy gráfica, “homesickness”, la ruptura que se produce cuando dejas tu hogar, el malestar que te entra al estar lejos de casa, una herida que nunca se cierra del todo. Vives con ella, remendada, mientras estás lejos. Pero cuando pasas demasiado tiempo en otro lugar, ¿qué es casa? ¿Dónde está tu hogar? Es lo que le ocurre a Eilis, la protagonista de Brooklyn, en esta adaptación escrita por Nick Hornby de la novela homónima de Colm Tóibín. Más sensiblera, quizá. Pero porque el cine se puede permitir en una escena y con música muy subrayada, es cierto –de Michel Brooks–, explicar algo para lo que Tóibín necesite páginas. Hornby y el director John Crowley quizá abusen de esa ventaja de la imagen, pero la historia de esa emigrante no pierde su poder ni su vigencia. Porque no habrá ni una referencia obvia a las olas de inmigrantes hoy, ya sea la fuga de cerebros de la Europa pobre, como era Irlanda en aquellos años 50; o de las mareas de refugiados. Pero está. Esa “homesickness” ataca siempre, ese dolor de no sentir nunca como tuyo el nuevo hogar. Hasta que lo haces. Porque te has dado cuenta de que lo difícil no era marcharse, sino regresar. Ese día descubres que lo que dejaste atrás jamás volverá a ser igual. Tú nunca volverás a ser igual. Y cuando más lo sientes es cuando vuelves al que creías tu hogar. Y la herida se abre un poco más.

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