"La camarera Camelia era morena, ojos verdes y un cuerpo que llamaba al pecado"

Era el verano del 2005 cuando decidimos iniciar un viaje a la costa gaditana buscando sol y diversión. Éramos tres amigos, Nacho, Sergio y yo. El lugar donde nos encontrábamos invitaba a pasar unas vacaciones que siempre recordaríamos.

El chiringuito donde se servían los mejores mojitos del verano, el calor y la fiesta, creaban un ambiente mágico que parecía insuperable hasta que apareció la mujer más bella e increíble que jamás podría llegar a conocer. La camarera Camelia era morena, con ojos verdes, una sonrisa que enamoraba y un cuerpo que llamaba al pecado.

No hicieron falta palabras, el lenguaje de nuestros cuerpos nos sirvió para decirnos todo

Pasamos allí varias noches y a pesar de las miradas y gestos cómplices entre los dos, no encontraba el momento de lanzarme. Estas dudas e indecisiones me jugarían una mala pasada, el alcohol y mi falta de valor la llevaron a los brazos de mi amigo Nacho. Descubrirles allí tumbados en la arena gimiendo de placer atravesó como un puñal mi corazón, me sentía traicionado. Las disculpas de mi amigo no se hicieron esperar:

- Tío, perdóname, no sabía que lo que sentías era tan fuerte, estábamos borrachos y nos dejamos llevar. No hay nada entre nosotros.

Pensé que no merecía la pena pasarlo mal, decidí actuar como si nada hubiera pasado.

La noche antes de volver a Madrid, nos quedamos en el chiringuito hasta el cierre, estábamos muy animados, de pronto noté que alguien se acercaba y me susurraba al oído, me di la vuelta y nuevamente la sonrisa de Camelia me hipnotizó. Sin pronunciar palabra alguna, me cogió de la mano y me llevó a un lugar íntimo. Mi cuerpo temblaba de excitación, el primer roce con su cuerpo me estremeció. La turgencia de sus pechos recorridos con mis manos con pasión me hacían enloquecer, la humedad empapaba su cuerpo y me llevaba al delirio. Nuestros cuerpos se compaginaban a un ritmo frenético hasta que estallamos.

No hicieron falta palabras, el lenguaje de nuestros cuerpos nos sirvió para decirnos todo.  Siempre recordaré aquella noche, aunque nunca volví a saber de ella.

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