Un pequeño gesto y una clase de tantra

Todo empezó cuando mi mejor amigo, Ángel, que había decidido encontrar una pareja estable a toda costa y buscaba en todos los lugares que se le ocurrían, me pidió permiso para asistir a mis clases de tantra (imaginó que era el lugar idóneo). Una de mis normas inquebrantables era que ni mis amigos ni mis familiares acudieran a los cursos que imparto. Ahora esa norma ya no me hace falta.

En el caso de Ángel mi negativa fue mucho más tajante, pues creía que me descabalaría media clase y a la otra media la cautivaría con sus encantos. Yo nunca he entendido bien por qué este tipo de hombre vuelve tan loca a cierto tipo de mujer, pero es así y de nada me serviría encontrar una respuesta. Además, creo, desde mi postura es más complicado entender este tipo de gustos.Le dije que no varias veces, pero él, que es muy insistente y está acostumbrado a obtener síes por respuesta y por sistema,

logró que me cayera de mi firmeza y le dejara venir a mis clases.

Le dediqué dos mañanas enteras para enseñarle un poco de yoga y de filosofía yogui, porque estaba segura de que su concepto de esto era el mismo que en la tele muestran una y otra vez.

Me sorprendió y doblemente. Estuvo a la altura, casi como si fuera un experimentado practicante de yoga. Mis alumnas, durante la clase, no le prestaron excesiva atención y él, lejos de desplegar su cola de pavo real en busca de alguna víctima, estuvo muy atento a mis explicaciones. Primera sorpresa.

Al finalizar la clase, Ángel se disponía a salir con normalidad, sin siquiera mirar a las chicas (y eso que había algunas muy guapas y él es de los que miran siempre y sin pudor). Una de mis alumnas, de hecho ella era mi favorita, se le acercó antes de que saliera y delante de todos nosotros le pidió con una inmensa sonrisa y una naturalidad apabullante que practicaran un poco de tantra esa misma noche, que quería estar bien entrenada para el verano pues le esperaba un mes muy intenso.Mi amigo se giró para mirarme y hacerme un gesto que me pareció de pregunta y al que no respondí. No soy su madre, pensé indignada y molesta. Fui a mi despachito y me cambié de ropa tratando de emplear el tiempo suficiente como para que Ángel y mi alumna hubieran salido y

no tener que ver cómo salían juntos.

No me sirvió de nada. Me estaban esperando con una media sonrisa que no me gustó nada. ¿Qué querían?, ¿no me habían humillado ya bastante?... Ya, ya sé que ellos no tenían ni idea de que yo estaba loca por la chica... pero esas cosas se notan, ¿o es verdad que hay que explicarlo todo, hasta lo más obvio? Me estaban esperando para hacerme una propuesta. Y ahí llegó la segunda sorpresa: querían que me uniera a su tarde de entrenamiento.

De aquello ha pasado ya bastante tiempo. El suficiente como para que no me arañe demasiado ver cómo Ángel es ahora el director del centro de yoga donde yo impartía mis cursos de tantra.

Mi amiga Espido tenía razón: a veces son los pequeños gestos los que lo cambian todo.

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