-Conchi, ¿cómo es que hoy no me dices nada de lo de Penélope Cruz?
-¿Qué dices, Manolo?
-Que si no te has enterado de lo que ha dicho que le pasa la actriz que te gusta tanto. Penélope Cruz se llama, ¿no?
Conchi está tan asombrada ante las palabras de su marido que no sabe qué responder. Algo malo le debe de estar pasando, piensa, porque no se puede cambiar de esta manera en cuatro días. A ver, reflexiona Conchi, si me he excedido obligándole a conversar conmigo sobre temas de corazón y prohibiéndole leer los libracos gordos y viejos que poblaban la casa.
-Conchi, ¿no quieres hablar del tema? -el tono de Manolo ahora ya sí es claramente irónico y Conchi se da cuenta.
-No tiene gracia.
-Ya, claro, ¿por qué? ¿No será que a ti te pasa un poco lo mismo que a esa Penélope?
La mujer, enfadada ella en esta ocasión, es la que se levanta del sillón (gesto habitual de su marido) y en absoluto silencio recorre el pasillo y se va de casa.
Manolo rescata de su escondite varios de los libros que ocultó ante las censuras de su esposa y se tumba tranquilo al fin a leer a su querido Quevedo.
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