He estado dos días sin aparecer por casa desde que Conchi, mi mujer, se puso insoportable con lo de que no entendía por qué Telma Ortiz se iba a Manila en vez de venirse a Toledo y hoy, al entrar en casa, lo primero que me dice es que cómo se me ocurre irme de casa estando Risto en la situación que está. No sé qué ha leído de que peligra su trabajo (para ella lo de Risto es un trabajo) porque me ha dicho: "al Risto alemán le han puesto una multa y a ver qué va a pasar ahora con el nuestro. Yo, de verdad te digo Manolo, soy capaz, si le echan, de encadenarme a un árbol en medio de Recoletos". Tenía dos opciones: volverme a marchar para no regresar o claudicar. Llevo toda la vida dedicado a la literatura, soy profesor de instituto y además escribo estudios sobre escritores del Siglo de Oro.Lo he intentado todo con ella: desde escribir en una de las paredes del salón:
En una ocasión tiré un vaso de agua sobre el aparato, se estropeó, y esa misma tarde había comprado uno nuevo. No atiende a razones. La tele le ha hecho un daño irreparable. "Manolo, ¿no me estás escuchando?" Vuelve a la carga. "Es increíble, de verdad te lo digo, sabiendo como sabes, que a mí Risto me salvó la vida de este aburrimiento al que me tenías sometida, que estaba apunto de caer en una depresión..." No puedo creer que yo me enamorara de esta mujer. "Ojalá aprendieras un poco de él", me grita, "porque ¿sabes una cosa, Manolo? A mí Risto me gusta como hombre. No tú que estás todo el día con tus payasadas y tus libros y tus frasecitas pedantes. Anda y lárgate a leer a la calle, a ver quién te aguanta. Y otra cosa te digo: no vuelvas hasta que esté claro que Risto sigue en la tele, porque si se va, entonces sí que no pienso aguantarte".
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