Into the woods

A priori se podría pensar que este clásico del género musical -estrenado en en 1986 y repuesto innumerables veces- era el material perfecto para expandir la filial `carne y hueso´ del universo Disney: un mash-up de cuentos de hadas de los hermanos Grimm como Caperucita Roja, Jack y las habichuelas, Cenicienta o Rapunzel. Pero sólo a priori, porque en él no se comen perdices -¡el príncipe azul es adúltero!- ni saldrás del cine esperando una versión sing-along. Como Sweeny Todd o Follies, las obras maestras más conocidas de Stephen Sondheim, su música es áspera y compleja, más cercana a la atonalidad de la ópera contemporánea que al digerible canon de franquicia Broadway; su humor es sofisticado y oscuro; y su peripecia un atajo para hablar de temas más profundos, como las consecuencias que tienen nuestros deseos o el legado que les dejamos a nuestros hijos. Todo esto puede provocar un desencuentro con ese gran público que espere lo que -intuimos- va a ofrecer la Cenicienta de Kenneth Branagh: colorido (y previsible) fondant para masajear la vista y el paladar.

Puede que Rob Marshall –al que le sonó la flauta con Chicago– sea uno de los directores más competentes de la industria; pero también uno de los menos imaginativos. Su adaptación al cine de Into the woods peca de teatral y en ese bosque que funciona como limbo transformador de sus personajes canta hasta el cartón piedra. Menos mal que por ahí andan dos anómalas bellezas como Emily Blunt y Anna Kendrick para desviar el foco hacía sus prodigiosos gorgoritos -¿por qué no están nominadas al Oscar?- y La Más Grande: una Meryl Streep desgarradora y estremecedora dando otra lección de Poderío como la mala (no tan mala) del cuento. Cada una de sus apariciones te provocarán ganas de levantarte de la butaca y aplaudir. La de Johnny Depp sin embargo es tan breve que no merece ni un elogio.