Libros

Albert Espinosa: "Amor, muerte, sexo y música deberían ser asignaturas obligatorias"

El escritor y guionista Albert Espinosa
JORGE PARÍS

Compañero de muchos enfermos de cáncer y uno de los responsables de que los niños sientan mayor compañía y sus padres menos dolor, Albert Espinosa (Barcelona, 1973) sigue cumpliendo el pacto que hizo a sus amigos de hospital y de vida (aunque sólo sobrevivió él de los 60 con los que acabó contando).

El pacto: "Teníamos que vivir las vidas de los que se quedaban por el camino. Y me tocó vivir 3,7 vidas más la mía, 4,7". Sólo quedó él. Las pruebas: las películas Planta 4ª, Va a ser que nadie es perfecto, Tu vida en 65', No me pidas que te besé porque te besaré y Héroes; la serie que ha ganado un Emmy, Pulseras rojas; y los libros de Brújulas que buscan sonrisas, Si tú me dices ven lo dejo todo..., pero dime ven, Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos tú y yo y El mundo amarillo.

Ahora, recuperado del cáncer de huesos con metástasis por el que estuvo hospitalizado entre los 14 y los 24 años, suma una novela más (la más vendida en Sant Jordi): El mundo azul. Ama tu caos (Mondadori). La obra arranca con algo que tiene mucho que ver con él: un grupo de chavales se va a una isla como manera de rebelión contra quienes intentan terminar con el caos que es su forma de vida y su ser. Porque para Espinosa, que cuando le dieron un mes de vida se fue a una isla a vivir los últimos 30 días, al caos hay que amarlo.

Que se iría a una isla está claro, ya lo hizo cuando le dieron un  mes de vida, pero si fuera ahora ¿dudaría?

No, no tendría duda. Y me llevaría a la gente que quiero, así que ya no sería tan desierta. Y música, todo lo que encontrara de Elvis me lo llevaría. Y quizá me llevaría una piscina, porque es mi locura ahora: nadar. Y un libro, seguramente, uno de Patricia Highsmith, a la altura de Elvis.

De lo que ha dicho, ¿qué es lo que más le ha acompañado?

La música, porque las noches que no hay nadie es la voz que te acompaña. Todos la escuchábamos en el hospital con 14 o 15 años. Así no oíamos los ruidos, porque hay muchos ruidos en un hospital, gritos de dolor... Desde los 14 hasta los 24 años dormí con música en el hospital. Ponía los cascos y me dormía con ellas. Y mis amigos del hospital eran básicos, podías ir a verlos a las cuatro de la mañana o a las siete.

¿Cuántos amigos fueron?

Sesenta. Fueron diez hospitales. Y fueron básicos en mi vida. Y mis padres, claro, mi familia.

¿Están todos ellos en esta nueva novela?

Sí, aunque es la menos autobiográfica, están todos ellos.

Pero se basa en algo que usted hizo: irse a una isla...

Sí, me fui a Menorca a pasar el último mes de vida cuando me dieron un 3% de posibilidades de vivir. El médico me dijo: vete a alguna isla. Y fue irse a morir para aprender a vivir. A los trece días me llamaron, había un tratamiento que podía probar y dije: vamos. Allí conocí a gente que pensaba que no es triste morir que lo triste es no vivir.

¿Sigue yendo a Menorca?

Voy todos los años. Aquel viaje me enseñó muchas cosas. En aquellos 13 días aprendí que morirse no es triste. Cada vez que vuelvo recuerdo aquel que iba a ser el último viaje. Es volver a aquella gente, que me enseñó mucho. Aprendí que los miedos son dudas no resueltas, y me resolvieron las dudas sobre la muerte, por eso no tengo miedo a morir.

¿No lo es?

Mis amigos del hospital y yo siempre pensábamos que no era tan importante vivir o morir. El día de Sant Jordi vino una mujer a la cola de la firma. Era la madre de una chica de 16 años que dos años antes había hecho cola para que le firmara un libro. Tenía cáncer y me lo conté, conecté con ella y le di un encendedor que ponía París y le dije: cuando te cures, vete a París. Su madre me traía el encendedor. La habíamos perdido.

¿Y no le entristeció su muerte?

Lo triste fue no poder hablar más tiempo con aquella madre. Eso es lo que es triste para mí. En el hospital pensábamos que lo importante era luchar y teníamos la teoría de que cada vez que moría uno nos salvábamos dos o tres, era una distracción para el cáncer. Le pedí a la madre de aquella chica una foto de ella y la llevo en la cartera. Ahora creo que esa chica también vive en ti ahora que la he compartido. Es lo que hice en Pulseras rojas: los amigos que perdí están allí.

¿Cuál es su caos?

Dejé de trabajar 8 meses para buscar mi caos. Y he decidido que lo que me gusta es hacer cosas aunque no las haga bien. He probado catorce instrumentos, nunca he tocado nada bien, en ocho meses.

¿Se ha quedado con alguno?

Sí, con la trompeta, aunque sólo tenga un pulmón solo. Soy viento: los de viento lo decimos todo; los de cuerda se adaptan; y los de percusión para mí son volátiles. Si en el colegio en vez de la flauta nos hubieran enseñado a tocar otros instrumentos... Y otras asignaturas. Amor, sexo, muerte y música deberían ser asignaturas obligatorias.

¿Y si en vez tanta televisión ese tiempo se dedicara a aprender algo de música?

Pues todo el mundo estaría apaciguado, la música te lleva muy lejos, es casi como una religión.

¿Hay un caos bueno y uno malo o para usted todos son aceptables?

Si no entiendo a alguien, le digo: amo tu caos pero lejos. O amas tu caos o acabas formando parte del caos de otra gente. Y hay gente que me dice con el libro: estoy amando mi caos. Es tomarse las cosas de otra manera.

Para ello hacen falta experiencias, años, actitud...

Cada uno tiene un caos que va cambiando. Muchas veces el colegio te mata ese caos y al final se trata de otra cosa, de decirte y saber qué quieres hacer en la vida y hacerlo. La individualidad dentro de la colectividad es muy importante.

El colegio sigue siendo una especie de entrenamiento...

Siguen estando asignaturas que no sirven y que lo que buscan es estandarizar. Si hubiera clase sobre sentimientos cambiaría todo. Amor, sexo, muerte y música debería ser la columna vertebral de la educación y de quienes somos y cuando te haces mayor es de lo que sigues hablando.

Hasta el final...

Son los temas de los que hablo con mis amigos. El quinto: los sentimientos. Siempre he pensado que el mundo es el patio más grande que existe, no una escuela. Un problema es la diferencia entre lo que esperas y lo que obtienes. Nunca me tomo algo como un problema porque si no esperas grandes cosas no habrá grandes problemas.

¿La gente quiere que cambies lo que no le gusta o lo que no entienden de ti?

Cuando a alguien no le gusta tu es porque no te entiende. Hay que aceptar todos los caos: unos más cerca y otros más lejos. Y pasa, amigos que eran geniales y cambian y ya no quieres.

¿Y se lo dice?

Sí, hay que extraer a esa gente.

¿Y por qué pasa?

Muchos arrastran amistades... Y creo que son finitas las amistades. Alguna es infinita. No hay que tener miedo a apartar, la vida es rotar, quizá no cambió el amigo sino tú. La vida va a sesenta minutos por hora seas quien seas.

¿El amor de pareja también es finito?

Hay amores infinitos, pero también finitos. Existe el infinito, yo aún no lo he visto, pero creo que existe.

¿Lo que menos ha cambiado de su caos?

El recuerdo del cáncer. Como cada semana voy a hospitales es lo que menos ha cambiado. Cuando me curé seguí con el pacto que hice con aquel chaval de 14 años. Él quería ser futbolista, yo ya no podía serlo, entonces hice un pacto: siempre tendría 14 años. Y lo llevo siempre conmigo, ese chaval no ha cambiado.

¿No ha sentido la necesidad de alejarse?

No, me gusta. Hemos cambiado mucho las cosas. Con la película Planta 4ª aumentaron un 40% las visitas a hospitales. Cuando yo era pequeño casi nadie te venía a ver, se tenía esa imagen de pobre niño desahuciado con cáncer. Era una época donde se asociaba con muerte y niños tristes. Una serie de un niño con cáncer era impensable. Que los futbolistas se cortaran el pelo al cero ayudó mucho, no tener pelo era como: me parezco a Ronaldo. Y con la serie ahora, también. No se sienten solos, sienten que es una lucha compartida. Y era algo que he hecho yo, pero que habría hecho cualquiera de mis compañeros, porque era el pacto: cambiar algunas cosas de aquellas.

¿Ha hablado en esta novela de todo lo que quería?

Sí, cierra una trilogía de aprender a vivir y morir.

¿No tiene miedo a nada?

Llevo viviendo años extra. Como me ha tocado la lotería. No tengo miedos no. Ni siquiera a que no funcione un libro. Cuando empecé no funcionaba nada, estaba en el teatro más pequeño y me rechazaban todas las editoriales. Quizá mi única cosa es el aire acondicionado, porque con un solo pulmón me quedó como amarillo.

Algún tema le quedará por tratar...

Las madres que han perdido a un hijo. Me gustaría hacer una película, porque sobrevivir a tu hijo... Le pregunté a mi madre hace poco por primera vez: ¿y si yo hubiera muerto? Y me dijo: no sé qué hubiera sido de mí. Para un padre es diferente. No soy padre pero creo que es mejor así, porque si lo eres ya lo ves de manera diferente. Vería la cara de mi hijo. La cara que puso mi madre fue....

¿Cómo?

Habría sido otra persona. Es la persona más feliz que conozco. Es importante, hay una sensación de que ellos siguen...

Tal vez porque si no, no podrían sobrevivir...

Claro... Pero me interesa. Hay películas... Pero no me convencen. Hablando con madres les he preguntado por ellos, por los padres, y dicen: no, no, ellos, no.

¿El momento más emocionante?

En Argentina el año pasado en la Feria del Libro había una chica que había perdido brazos y piernas y la hice subir y dio la conferencia en vez de darla yo. La perdimos hace un año. Me dijo que aquel día se había sentido increíble. Fue su momento. Los supervivientes son también los que se han ido, ellos siguen vivos en nosotros.

Cuando va al hospital, ¿qué es lo primero que le preguntan los niños?

El primer mes no voy porque es de duelo. Lloras todo: te sacan del colegio y te llevan al hospital. No hay nada que puedas decir el primer mes. Luego, sí. Primero vas con los padres y por la tarde vuelves y los niños ya sí hablan.

¿Alguna preocupación común?

Si les cortan una pierna por la enfermedad, te preguntan si bailarán o cómo decirle a alguien que te gusta que te falta una pierna. Y les dices: se notará, no te preocupes, no caminarás perfecto. Todos con 14 años queremos ser futbolistas. Yo quería ser futbolista, y era portero, jugaba todo el tiempo y era bastante bueno. Mi vida era el fútbol. Pero cuando te pasa algo como eso, aparece la fuerza por sobrevivir. No he conocido a ningún niño o adolescente con cáncer que no quiera sobrevivir. Ven el mundo diferente, tienen una mirada diferente. La gente que va a corear un estadio de fútbol estaría bien que fueran a hacerlo alrededor de un hospital, porque ahí hay una lucha enorme.

¿Le piden que escriba otras historias?

Sí, me han pedido que escriba una sobre la esquizofrenia. Y es interesante hacerlo para una serie. La gente tiene miedo a las enfermedades mentales. Pero hace falta mucha libertad, y si no la tengo, no la hago. No hago concesiones. Y pienso que los actores para este tipo de series muchas veces tienen que ser desconocidos.

¿De qué no escribiría?

Sobre traer mierda al mundo, no me interesan las películas que potencian la maldad.

¿Qué es para usted lo más desesperanzador?

En general: olvidarse de vivir. Para vivir hay que vivir, y la sociedad te lleva a veces a no vivir, te vas a dormir y dices qué rápido pasó. Y por eso digo que no a muchas cosas. Me dicen por qué no has hecho otra serie después de Pulseras Rojas. Porque no quiero.

¿Sigue pensando que por cada cosa mala que le pase vendrán tres buenas?

Sí, y por cada dos buenas, una tercera sensacional. Es entender que cualquier pérdida es una ganancia. Pierdo un avión y digo: ¿a quién conoceré? Si es que yo estoy aquí de milagro.