Barbacoa de amigos

No pocos directores viven en un continuo sinvivir en busca del Shangri-La de la Comedia, del número áureo del feeling, del tirabuzón y doble carpado del gag perfecto. Allá ellos, su úlcera y su psicoanalista. Algún otro, como Eric Lavaine(Incógnito, Bienvenidos a bordo), no se anda con alquimias ni filosofías metacinéfilas y se limita a manufacturar un impecable divertimento de tres piezas y discreto adorno florido en el ojal, con la sana intención de entretener (sí, entretener, eso que este negocio debería hacer más a menudo) y tratar a la audiencia con el debido respeto neuronal.

Así, sin pretender descubrir la cuadratura de la tortilla de patatas, se las gasta una película que, admitámoslo, comienza pisando terreno peliagudo, con una manada de runners tardocuarentones en cautividad y con frases no menos temibles tipo “una barbacoa es como un ballet”. Por suerte, las brasas corrupias se apagan rápido y la historia toma rumbo hacia un retiro-balneario solariego, donde un puñado de viejos amigos, capitaneados por un Lambert Wilson con su mejor encanto fibroso (apunten el truco del retrato al carboncillo para ligar este verano), se cuidan, se regañan, se apoyan y, finalmente, brindan por ellos mismos y por el Olympique de Lyon. Ni más ni menos. No es “sangría gran reserva” pero, con la que está cayendo, destila en forma de pura agua bendita y fresquita.