En los títulos de crédito de la última película de La saga Crepusculo, Amanecer. Parte 2, van apareciendo los personajes (vivos, muertos y no muertos) que han intervenido en cada una de sus cinco entregas. Esa imagen de “Fulano de tal as... Fulano de cual” recuerda, muy guapos ellos sonriendo a cámara –comedia pura–, al espíritu de soap opera que preside la obra de la mormona Stephanie Meyer. Más allá del vampirismo, la licantropía o los guiños al cine de superhéroes (aquí hay poderes chulísimos para todos), la esencia de culebrón se manifiesta entre la multitud de personajes (casi siempre metidos a calzador), la constante amenaza de los malvadísimos Volturi y, cómo no, la relación romanticoide y neoconservadora de los protagonistas Bella y Edward.
Frente a la primera parte de Amanecer, se nota que Bill Condon guarda la carne para el segundo plato y rueda un filme con mayor músculo, mayor interés e igual deslavazamiento, aunque su hazaña tenga tanto mérito como ser el mejor nadador de Burkina Faso. Aparte de esto, todo sigue igual: en primer plano el trío de protagonistas, ya despojado de tensión sexual pero con un grimoso bebé digital -Mira quién habla– de por medio, y se repite su afición al momento emotivo “tequerrésiempre” de mechero, lagrimilla y club de lectura.
Al final, un genio de altura me dice que el cierre de la saga es igual que el de Los Serrano pero sin Resines, y parece lógico. Le contesto que se llama culebronismo puro.
VEREDICTO: El serial de Stephanie Meyer termina reivinicando el culebrón.
FICHA TÉCNICA
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Sinopsis:
Bella queda embarazada y el rápido crecimiento del feto mitad humano mitad vampiro afectan su salud y la llevan al borde de la muerte, pero finalmente da a luz a la niña Renesmee.
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RESUMEN: Bella y Edward despiden su romance entre esencias de telenovela.
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