Nunca es tarde para enamorarse

Toni Vall

CADA VEZ ESTOY MÁS CONVENCIDO de que hay pelis que son de sus actores. Y siguiendo esta aplastante lógica, Nunca es tarde para enamorarse –y tampoco para poner títulos penosos– es toda, absolutamente toda, de Dustin Hoffman. No se me quitan de la cabeza las carcajadas que solté viéndole compadrear con De Niro y Streisand en Los padres de él –curiosa su coincidencia aquí con James Brolin–, tampoco su breve pero magnética presencia en El perfume y me temo que por suerte también tardaré en olvidar a este Harvey, a la par amargo, conmovedor y tierno. Sí, efectivamente, no es ésta una película extraordinaria, transita de lo previsible a lo más previsible todavía, las situaciones se adivinan a la legua y a lo sorprendente nadie le ha convocado. Seguro que asqueará a los talibanes del relato modernillo,a todos los que disfrutaron con el raro enfurruñamiento de Un cuento de Navidad. También es ésta la historia de un desencuentro, también aquí se nos habla de desamor y de injusticia emocional. El tono es, por suerte, otro. Pero, amigos, por encima de cualquier otra consideración es ésta una de esas obras cuya delicadeza es más una sombra que una evidencia, una intuición más que una certeza. Y esto a los cinéfilos nos encanta: hay un actor mostrándose, dando lo máximo con lo mínimo y sólo por él merece la pena verla. Hoffman es el rey absoluto de una función (con Thompson de meritoria comparsa, pero en un claro y me temo que inevitable segundo plano) orquestada y ejecutada para su único lucimiento. Llámenme baboso, pero uno no puede evitar sentir algo especial al ver en pantalla a un actor sensacional lucir lustroso el cuerpo y el alma de un clásico. No sé, en fin, explicarme mejor, supongo que servirá si les digo que contemplar al protagonista de Cowboy de medianoche, Marathon Man y Perros de paja se convirtió en un inesperado y gozoso manantial de placer. Me acordé de su Lenny, una de las interpretaciones más acojonantes que he visto nunca y fue entonces cuando tuve la certeza de que Nunca es tarde para enamorarse no es exactamente una película, sino más bien un apunte, un esbozo, como un relámpago imperfecto y luminoso. Y Hoffman es esa luz, nada menos.