[Crónica Sundance 2014] Adaptándose al cambio

Sundance sigue amparándose en una de sus más eternas y desesperantes virtudes: imposible anticipar sus movimientos. En terrenos tan inestables, Adam Wingard y Lenny Abrahamson se crecen; Cutter Hodierne y Mona Fastvold prueban suerte. Por VÍCTOR ESQUIROL
[Crónica Sundance 2014] Adaptándose al cambio
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[Crónica Sundance 2014] Adaptándose al cambio

Y una vez más, caes en ese error tan humano: hacer planes. Porque te engañas y te auto-convences de que la infinidad de factores que van a alegrarte (o a joderte) el día depende de ti y sólo de ti. Como se dice por estas tierras: Bullshit. Sin ir demasiado lejos (y a riesgo de quemarme a base de batallitas), anoche mi querido sofá en Salt Lake City no pudo disfrutar de mi compañía porque, por circunstancias ajenas a mi voluntad (¿lo ven?), terminamos todos (larga historia) en un sótano de Park City. La mar de confortable, eso sí. Y las idas y venidas que nos ahorramos. Al mal tiempo buena cara, ¿y qué si las cosas no salen cómo en un principio queríamos?

En estas que el irlandés Lenny Abrahamson (una de las vacas sagradas del rebaño Sundance) sube al escenario del Eccles Theatre y suelta: “Nunca sabes cómo es tu película hasta que no la has compartido con la audiencia, porque estrenar oficialmente una película es acabarla del todo". Lo dicho. Su último trabajo, que ahora sí puede decir orgullosamente que ha sido finalizado, se titula Frank, y trata, grosso modo, sobre un aspirante a músico-compositor que, por mucho que lo intente, parece no poder saltar el muro de su propia mediocridad. Quiere pero no puede. El caso es que, por caprichos más o menos macabros, el destino le concederá una última oportunidad en una estrafalaria banda de rock vanguardista comandada por un inquietante artista que oculta su cara (como lo hiciera el humorista Chris Sievey) detrás de una máscara más cercana a la categoría de escafandra.

Abrahamson quizás no sabía cómo terminaría su película (en la ronda de preguntas posterior a la proyección ha insistido mucho en la concepción orgánica y semi-improvisada de ésta), pero sí debía verse con la seguridad suficiente para apostar por algunas decisiones que podrían haberle salido carísimas. Por ejemplo, la de hacerse con los servicios de Michael Fassbender... para que su rostro aparezca sólo durante cinco minutos de número musical (eso sí, qué cinco minutos... cosas de los colosos). Asentándose en lo raro (de tal modo que casi ninguno de sus gags parece venir a cuento... y aún así, están perfectamente acoplados al conjunto), el director dublinés reflexiona, con gracia y tristeza marciana, sobre lo irracional del proceso creativo y sobre la presión de sentarse frente al espejo para descubrir si se tiene (o no) lo que hay que tener (llámenlo inspiración, llámenlo duende, llámenlo arte,...). El resultado es, a simple vista, un compendio de portadas de LP’s, y profundizando un poco más, un tratado sobre la fachada -ironías- del indie. Irregular; desconcertante también... pero grande en sus -aparentes- defectos.

Y como ya habremos usado más de tres veces el término “imprevisible”, aparece, como surgido del averno, Adam Wingard, para inaugurar Park City at Midnight, sección convertida en uno de los muchos síntomas que atestiguan el excelente estado de forma por el que ahora mismo pasa el género terror / fantástico. Pero con este demonio del indie-horror ya se sabe que nunca puede hablarse de un solo género, sino de muchos a la vez. The Guest es, sin rodeos, el Teorema de Pasolini pasado por la batidora del Mumblegore. ¿Quién dijo miedo? Está la clásica familia, y también el -encantador- factor externo que lo va a poner todo patas arriba.

El intruso dice ser un soldado que luchó junto al fallecido hijo mayor de dicha familia, pero en realidad es el lobo; una bomba siempre presta a estallar. Tiene también algo de vampiro, pues no pondrá los pies en casa ajena hasta que no se le haya invitado expresamente a hacerlo. Falsas apariencias, dispuestas a desatar, a la mínima, la violencia más bestial. Como sucediera en la imprescindible Tú eres el siguiente (así como en casi todas las obras de su filmografía), los géneros deciden invitarse los unos a los otros, para poco después pelearse y mancharse con la sangre del de al lado, y así, The Guest se convierte en una batalla campal entre el drama familiar, el thriller de acción, las teenage movies y, por supuesto, la comedia. Durante el proceso, los estereotipos mueren lenta y dolorosamente. Puro desmadre (al que por cierto, le cuesta aguantar en la recta final); puro Wingard, quien se reivindica, en cada lucecita, en cada máscara, en cada pulsión fetichista, en cada nota sintetizada, en cada planteamiento, en cada encadenado... como un señor autor. Del terror, y del fantástico, y...

En la edición en la que imprevisibilidad se está erigiendo en leitmotiv, no podían faltar las referencias a la guerra del Vietnam, es decir, a uno de los mayores errores de apreciación de la historia moderna. Last Days in Vietnam narra, precisamente, lo que supusieron los últimos días del conflicto vietnamita. Desde la óptica de los vencidos, por supuesto. El documental de Rory Kennedy es la reconstrucción de una insufrible agonía. Con las tropas de Vietnam del Norte sitiando Saigón, queda por fin claro que la única jugada que le queda al ejército estadounidense es la de la huida. Escalofriantemente dramática.

Los testimonios de altura (Henry Kissinger, por supuesto, no falta a la cita) y los que vivieron la tragedia en sus propias carnes se combinan para dar sentido a un excelente trabajo de recopilación de material de archivo. La narración, como era de esperar, se aleja de la imparcialidad, pero con un sentido de la heroicidad que no molesta (y que de paso, llama a la puerta de las grandes productoras) y con una firme voluntad descongestionante, Rory Kennedy acaba firmando un trabajo quizás demasiado acomodado en los esquemas del documental televisivo (el Canal Historia ha hecho mucho daño), pero innegablemente competente a la hora de impartir la clase magistral sobre política, guerra... y todas las medidas desesperadas que las envuelven.

Sin cambios de planesY una jornada más, la Competición Estadounidense decidió ir a contracorriente. Los esperados (y prometedores) debuts de Cutter Hodierne y Mona Fastvold no han dejado a nadie indiferente... aunque esto ya estaba escrito en el programa. El primero de ellos ha cumplido, con Fishing Without Nets, buena parte de las promesas / amenazas presentes en el cortometraje de mismo título que presentara en sociedad hará ya un año. Continuismo bien entendido. Por lo visto, aquello era más bien un teaser-tráiler de lo que estaba por llegar. La ambición presente en aquel trabajo se mantiene intacta y el referente (por reciente) es tan evidente que parece una obligación citarlo: estamos ante la otra cara de Capitán Phillips.

Los piratas somalíes son ahora los protagonistas, y aún así, éstos estaban considerablemente más humanizados en la cinta de Greengrass. Dolería si ésta fuera la principal prioridad de Hodierne. Lo que este rookie pretende es documentar (y claro, vuelve a aparecer la sombra de San Paul). En este sentido, no se arruga y consigue que el indie pierda, por unos instantes, el complejo de inferioridad (si es que a estas alturas seguía arrastrándolo). Técnicamente notable, es ésta una cinta más bien filmada que montada; agotadora en el bueno y en el mal sentido, que consigue (más allá de despertar posibles antipatías) que el espectador se sienta como un rehén más o, para ponernos en el otro bando (¿por qué no?) como un pescador obligado al que no le queda otra que probar suerte con la “pesca sin red”.

Lejos de la África oriental, y de retiro en una mansión a lo Le Corbusier, la noruega Mona Fastvold dirige, co-escribe y co-protagoniza The Sleepwalker (“La sonámbula”), en la que la apacible (?) vida de una pareja cambia radicalmente cuando la hermana de ella (quien llevaba tiempo en status de “ilocalizable”) decide presentarse sin previo aviso para hurgar en las heridas mal cicatrizadas. Absolutamente todo en esta ópera prima recuerda a uno de los debuts marca Sundance más celebrados de los últimos años.

Se palpa la presencia de Sean Durkin y su Martha Marcy May Marlene en cada -estupenda- composición, en cada desenfoque y en cada gesto incómodo. Fastvold, se nota, es de ideas fijas, y por lo tanto su película no tiene que esperar al contacto con el público para considerarse acabada. La intención, de principio a fin, es perturbar (indagando en sin pudor en las relaciones sociales / amorosas; desenterrando el dolor del pasado). Esto y poco más... hasta caer en un artificio que puede hacerse pesado. Y es que al igual que Durkin, Fastvold la cineasta es consciente del amplio arsenal de armas que le ofrece el cine, pero a diferencia de éste, hace uso de ellas de una manera mucho más vasta; mucho menos sutil.

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