Cabrera, paraíso mediterráneo

  • El Parque Nacional Marítimo y Terrestre del Archipiélago de Cabrera es un destino turístico único y paradisiaco.
  • Lo forman 18 islas e islotes, entre las que destacan Cabrera y Conejera.
  • De 10.021 hectáreas 8.703 son acuáticas: lugar de ensueño para el submarinista.
  • Todo el magacín 'Tierra Viva', página a página (PDF).
Aguas cristalinas en una playa del parque.
Aguas cristalinas en una playa del parque.
TONI GÓMEZ
Aguas cristalinas en una playa del parque.

Considerado como una de las joyas de las Islas Baleares, el Parque Nacional del Archipiélago de Cabrera se erige como uno de los pocos exponentes del ecosistema insular mediterráneo que apenas ha sido alterado por la mano del hombre.

Formado por 18 islas e islotes, entre las que destacan Cabrera y Conejera, este parque de 10.021 hectáreas es mayoritariamente marítimo: solo 1.318 hectáreas son terrestres, ocupando una superficie de algo más de 13 kilómetros cuadrados, y el resto, unas 8.703, son acuáticas. Esto convierte el parque en un lugar de ensueño para amantes de la naturaleza y el mundo sumergido, no apto para alérgicos al salitre.

Lejos del mundanal ruido

Quienes quieran encontrar un lugar donde refugiarse para alejarse del mundanal ruido tienen aquí una solución cercana y de belleza incomparable. Sin embargo hay que advertir que no es posible alojarse en el parque ni tampoco en sus inmediaciones: este espacio está tan sumamente protegido que en él solo puede hallarse como establecimiento de recreo una pequeña cantina sin siquiera cocina. Por supuesto, tampoco se puede acampar, como en la mayoría de los espacios protegidos, ni pueden desembarcar animales en el parque.

Acceder a él tampoco es tarea sencilla: solo puede hacerse por vía marítima, en barco turístico que zarpa desde varios puertos de la isla de Mallorca, o bien en embarcación privada o de alquiler, que necesitará un permiso de navegación de la administración del parque. El desembarco solo puede hacerse en el muelle principal del puerto de Cabrera y siempre mediante embarcación auxiliar, con un máximo de 50 embarcaciones diarias fondeando el puerto.

Reina la armonía

Casi todas las actividades que se desarrollen han de llevar su correspondiente autorización previa: desde las inmersiones de buceo con escafandra, hasta cualquier deporte náutico, pasando por las excursiones a pie autoguiadas necesitan ponerse en conocimiento previo de la administración.

Pero esto no debe ser un motivo de descarte del parque en la lista de destinos pendientes, sino todo lo contrario: su nunca excesiva protección garantiza un lugar en plena armonía con la naturaleza, en el que adivinar la presencia pasada del hombre se hace a veces complicado. El misterio de tanto celo y reserva se encuentra en el hecho de que el Parque Nacional del Archipiélago de Cabrera, declarado como tal en 1991, es uno de esos pocos lugares en España que gozan de supervisión extrema de régimen casi militar.

Y no andamos muy lejos: siempre ha sido un lugar estratégico para el control naval del Mediterráneo e, incluso, en 1916 la isla de Cabrera fue expropiada por el Gobierno a la familia Feliu, a quien pertenecía, por intereses de la defensa nacional del país.

Lugar de paso de civilizaciones

La historia de este archipiélago se ha visto marcada históricamente por los avatares de diferentes pueblos y civilizaciones que, en su ruta por la conquista del Mediterráneo, han recalado en las costas baleares. Fenicios, romanos, cartagineses y bizantinos encontraron en la zona un lugar de asedio o asalto en su afán de búsqueda de refugio o avituallamiento.

En el siglo XIV se hizo indispensable la construcción de un castillo que protegiera la isla de ataques piratas, pues divisar al enemigo desde la torre vigía facilitaba las posibilidades de defensa. En 1809 la derrota de los ejércitos de Napoleón en la Batalla de Bailén dejó al menos 6.000 prisioneros franceses que las autoridades españolas, en busca de una prisión lo suficientemente lejana para evitar la transmisión de enfermedades, enviaron a Cabrera, convirtiendo la isla en lugar de cautiverio militar durante cinco años.

Pero dejando a un lado la historia, lo cierto es que hoy el parque se ha convertido en lugar de enorme interés turístico que recibió el pasado año 64.688 visitantes. Su particular paisaje está marcado por la excepcional transparencia del mar de la zona, que evoca aguas que bien podrían ser caribeñas, fenómeno debido al escaso nivel de precipitaciones que se registran, lo que evita el arrastre de sedimentos terrestres hacia el mar.

El legado submarino

El legado natural más valioso del parque se encuentra bajo sus aguas, en los impresionantes acantilados submarinos, que pueden alcanzar en las islas de la zona sur bruscas caídas de hasta 90 metros. El gran tesoro se alberga en su fondo marino, con más de 455 especies de plantas, grandes fondos rocosos y una enorme pradera de posidonia que oxigena las aguas. En cuanto a la fauna, destacan reptiles endémicos de Baleares, como la sargantana, un pequeño animal cuyas características varían en cada una de las islas del archipiélago gracias a su libre evolución durante miles de años sin depredadores que lo impidieran.

Los mamíferos son escasos, y la mayoría fueron introducidos artificialmente. Las aves migratorias, por su parte, adquieren una destacada relevancia en la zona, tomando el archipiélago como lugar de paso y sustento en su ruta. Todo ello, junto con las férreas medidas de protección que recaen sobre el parque, contribuye a que el litoral de la isla de Cabrera represente, por su excelente estado de conservación, lo que Félix Rodríguez de la Fuente calificó como «el Mediterráneo de Ulises».

Para caminantes y curiosos

Entre las opciones turísticas más interesantes está la de hacer una ruta guiada a pie previamente concertada. De la mano del Servicio de Interpretación del Parque, el turista podrá elegir entre alguno de los nueve itinerarios existentes en la isla de Cabrera que perderán al caminante entre senderos, bahías o cuevas.

Si se opta por el itinerario de Ses Sitges, de unas tres horas de duración, se accederá a la Reserva de Santa María, uno de los lugares menos visitados de la isla. Para obtener una vista panorámica realmente privilegiada, el itinerario idóneo es el de Na Miranda (dos horas), y quienes quieran ver de primera mano los efectos de la erosión marina sobre las rocas, el recorrido que llega a Sa Cova Blava impresionará al visitante con una cueva natural que se adentra 40 metros hacia el interior de las rocas, con una altura de al menos 20 metros. Quienes guarden con cariño fotos de faros no pueden perderse la ruta que lleva hasta el faro de N’Ensiola, de 11 kilómetros.

Los amantes de las pericias históricas no deben dejar de visitar el monumento a los franceses, situado en el centro de la isla, ni el museo Es Celler, antigua bodega de la familia Feliu convertida hoy en una exposición sobre la historia y etnografía de la isla. El ya nombrado castillo de Cabrera, construido a 72 metros sobre el nivel del mar y restaurado en los años ochenta, se encuentra a unos 30 minutos del puerto, y junto a él se puede ver también el pequeño y sorprendente cementerio de la isla.

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