Alicante

Presidente vecinal, peón y cura del Rito Occidental

Austero y voluminoso, Manuel Ruiz Sogorb (Alicante, 1949) se crió en la calle María Auxiliadora del Barrio Obrero, un islote de plantas bajas con apenas «100 almas y pico», donde todavía hoy perdura.

Presidente desde hace 12 de la asociación de vecinos, «a la que la nueva estructura de las juntas de distrito apenas ofrece un rinconcito», denuncia encadenadamente «el abandono» del principal jardín de este barrio, «un parque precioso para niños y ancianos que destrozan las bandas con botellón del fin de semana y el tráfico de droga».

Asimismo, se queja de que «hay que arreglar todas las aceras, que aún son las originales, porque están rotas y producen caídas».

Y en el viejo camino de las Cigarreras, que era su ruta hacia la fábrica, «la falta de farolas permite la prostitución».

En general, «el barrio padece una inmensa desidia municipal. Por allí no aparece nadie», observa.

Discípulo de franciscanos

Alumno en la escuela nacional de su distrito y después en la ciudad de Castellón, con los padres franciscanos, este asalariado del Palacio Provincial, peón de mantenimiento, también reaparece a diario como cura, el padre Enmanuel, ordenado en la Iglesia católica del Rito Occidental, bajo la autoridad de un arzobispo inglés «y no del Papa». Enmanuel Ruiz acata, no obstante, la tutela directa de la diócesis de Nueva Granada, Colombia, y del arzobispo Víctor Manuel Cruz Blanca.

«Totalmente de acuerdo» con la Teología de la Liberación, con su cruz plateándole el torso añade: «Pero yo no hago proselitismo».

Siempre ocupándose de enfermos (por ejemplo, en el Perpetuo Socorro, la Clínica Vistahermosa o en su barrio), fue voluntario en el centro de Fontilles y navegó durante tres años en alta mar, «con los pescadores, en el apostolado de Estella Maris, pasando las de Caín».

Ayuda al prójimo

También atiende a inmigrantes, «para resolver papeles. En fin, ayudando a la gente».

Casado y separado («nosotros nos podemos casar»), el presidente-obrero-sacerdote ahora busca un local «para una capillita», mientras reprocha «que mucha gente piense que uno sólo es un puro gestor administrativo».

Ayudante en otra época del padre Makarios, sacerdote de la Iglesia ortodoxa, el peón Enmanuel enjuicia, a pesar de los pesares, que el movimiento vecinal  «está bien», aunque, cuando trota por los descampados y solares de su biológico Barrio Obrero, tropieza con una piedra y vuelve a lamentarse de la insensibilidad: «El Ayuntamiento sólo da promesas».