Cumplir años es una sensación rara pasada la mayoría de edad. Evidentemente, sumar dígitos es un lujo y la alternativa es terrible… pero cada vez que se acerca la fecha a mí se me encoge un poco el estómago. Una especie de sensación de que todo pasa muy deprisa, que estoy desperdiciando el tiempo y que no estoy donde tendría que estar a mi edad (si es que acaso esa frase tiene alguna lógica). Todo esto viene porque el lunes me caen 43 hermosas castañas (no preguntéis por mis tratamientos faciales, esta cara de niña es cosa de genética) y mi querida jefa y amiga, Sonia, me ha hecho el regalo de poder escribir una columna de confesiones, y no sólo estéticas.
Tengo la suerte de tener una memoria prodigiosa y creo que puedo acordarme de prácticamente todos mis cumpleaños. Recuerdo, como es evidente, el del 2011 cuando cumplí 21 años. Esa mañana cayeron las Torres Gemelas en Nueva York y yo estaba empezando mi año de Erasmus en Helsinki. Aquella noche, todos los expatriados nos reunimos, con más miedo que ganas, en un local de la universidad. ¿Volver a casa o quedarnos? ¿Iba a empezar la III Guerra Mundial? Aun con todos los nervios yo fui capaz de ponerme un precioso jersey blanco de Ralph Lauren con la bandera estadounidense (por aquello de mostrar apoyo). Me lo había regalado mi novio de la época y fue una de mis primeras joyitas de armario.
Esa pieza ha paseado después por varios armarios y a todas nos ha traído mucha felicidad. Es lo que tiene la ropa cargada de energía positiva, que es capaz de transmitirla
Los 25 los celebré infinidad de veces. La primera con una amiga y un fiestón de los de recordar. Al igual que el precioso vestido lencero blanco que llevaba. Lo que intento olvidar (y por desgracia no puedo) eran las uñas acrílicas que llevaba, con una espantosa manicura francesa y todo. ¡No sé en qué estaba pensando!
Los 26 me llegaron con una fiesta sorpresa, después del peor verano de mi vida. Llevaba un vestido de Hoss Intropia (como se llamaba entonces la marca) que me había regalado una amiga porque aunque a ella le encantaba, le recordaba a cuando estaba embarazada y no soportaba verlo en el armario. Esa pieza ha paseado después por varios armarios y a todas nos ha traído mucha felicidad. Es lo que tiene la ropa cargada de energía positiva, que es capaz de transmitirla.
También fue fiesta sorpresa mi cumple de los 30. Tan sorpresa y tan inesperada que recuerdo a todo el mundo guapísimo y yo con unos vaqueros y una camiseta de publicidad. Me acuerdo hasta del cinturón, que imitaba una cinta métrica. Me gustaba tanto que lo destrocé y nunca encontré uno igual. Me lo pasé como en mi vida.
Los 31 llegaron con una tarta en forma de Birkin de Hermès (probablemente el único que tenga en mi vida). Otra vez más, la gente estupenda que me rodea me asaltó en plena 'fashion week' mientras yo lloraba como una magdalena porque no entendía nada. ¡Ah! Por cierto, unas horas antes David Bustamante me cantó cumpleaños feliz en un rodaje.
Unos años después, los 37, llegaron en Alicante, trabajando con Maldita Nerea, y fue Jorge Ruiz quien me cantó y me hizo soplar velas rodeados de maletas porque nos tocaba una época de ir de un lado para otro.
Los 40 llegaron con la pandemia. Mi primer año de mi etapa rosa. Llevaba el pelo teñido y un espectacular vestido de COS de ese mismo color. Éramos pocos, pero estábamos felices después de unos meses extrañísimos.
Como podéis ver la ropa es la que me ayuda a situarme en sitios y lugares, tanto es así, que alguna de las prendas de las que os he hablado siguen en una caja en el altillo de mi casa porque tienen tanto valor emocional para mí, que soy incapaz de deshacerme de ellas (y eso que tengo clarísimo que en muchas no volveré a entrar jamás). Pero son el recuerdo tangible de lo feliz que al final he sido siempre el día de mi cumpleaños, por mucho nudo en el estómago que tenga las jornadas previas.
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