Los comensales que te traemos a continuación son más de hablar que de comer, pero te aconsejamos que te surtas de munición para no pasar hambre mirando esos deliciosos (e ignorados) platos.
"En prisión, la cena siempre era un gran acontecimiento". Y tanto que lo era. Henry, Paul y compañía eran italianos incluso antes que mafiosos, y por eso no es de extrañar que ni siquiera en la cárcel se privaran de una buena cena. No olvidemos que hablamos de Scorsese, que ha dedicado un documental a la cocina de su mamma. Puede que la madre de Tommy no estuviera por allí, pero ellos se bastaban y se sobraban por sí solos. Y a juzgar por la escena, lo de la cocina se les da de maravilla.
Mira que Vivian le pone todo su empeño. Toma clases particulares de protocolo culinario con Barney, se viste para impresionar y se muestra educada con los invitados. Todo perfecto hasta que aparecen en escena... las caracolas voladoras. Menos mal que el maître la coge al vuelo. No será la primera vez que le ha pasado...
Nos trasladamos de un elegante restaurante de Los Ángeles a una casa madrileña dirigida por Álex de la Iglesia. Y como cabe esperar, de esa combinación sólo puede salir un desastre. Willy Toledo sufre un empacho de garbanzos para no hacer "el feo" a su suegra. Pero ni con esas consigue contentar a la familia política. ¡Ah! Y no olvidemos a la pequeñaja que no para de decir que está embarazada. Menos mal que el suegro está dormido.
Nuestra querida Bridget tiene muchas virtudes, pero la de cocinar no es una de ellas. Ya en la primera película quiso invitar a sus amigos a una cena para celebrar su cumpleaños. ¿Y cómo acabó la cosa? Pues con una especie de sopa azul incomestible. Menos mal que estaba allí Darcy, caballero de brillante armadura (o mejor dicho, cocinero), para preparar una tortilla con la que quitar el mal gusto de la sopa. Y de paso ganarse a los amigos de la rubia.
¿Habéis probado alguna vez eso de ir a un restaurante japonés e intentar comer con los palillos? Pues imaginaos esa dificultad, y multiplicadla por diez. Lo de "manostijeras" puede tener su gracias hasta que llega la hora de cenar y no eres capaz de coger un simple guisante con tus "manos". Aunque a lo de untar mantequilla en el pan le está cogiendo el tranquillo. Paciencia Eduardo.
A Wallace Shawn y André Gregory les basta con una cena para hacer de ello una película. Y es que la comida (o en este caso, más la bebida), con reflexiones profundas y conversaciones sobre temas existenciales, se digiere mejor.
Este restaurante de Buenos Aires tiene poco de común: está situado en una catedral gótica, con el techo al descubierto (esperemos que cierren los días de lluvia) y sus invitados pueden disfrutar de una "última cena" muy especial. Más allá de las peculiaridades de las parejas y familiares que se dan cita en el recinto, su menú es uno de los más selectos de la ciudad (incluida la carta de vinos). Y encima tienes música en directo. A cambio de tanto lujo, tendrás que soportar dos pequeños detalles: un baño que parece una cripta y los responsables del local observándote desde sus televisiones como si fuera Gran Hermano.
Llegas a la mesa a cenar con tus padres, con la mejor de las intenciones y un hambre voraz, y basta con que tomes asiento para que la comida se convierta en lo de menos. Tu padre ha dejado su trabajo y tu madre parece a punto de sufrir un ataque de nervios por ello. ¿Y qué pasa a continuación? Pues que tu madre grita como una loca y tu padre arroja la comida (sí, esa que deberías estar disfrutando) contra la pared.
Si existe un personaje en la industria cinematográfica que merezca el galardón a "metepatas oficial", ese es Greg Follen, y encima le toca lidiar con un hueso duro de roer como Jack Byrnes. Y en una cena con sus suegros no iba a ser menos. Están todos comiendo sus ensaladas, después de "rezar", cuando a Follen se le ocurre preguntar por una urna que "decora" el salón. Pues resulta que son las cenizas de la difunta señora Byrnes, que terminan (tras una serie de catastróficas desdichas) esparcidas por el suelo y rociadas con meada de gato. Y no nos olvidemos de la conversación sobre los pezones. Esta cena da para un reportaje entero.
Pongámonos en situación: tu mejor amigo (del que estás perdidamente enamorada) se va a casar con doña perfecta, así que se te ocurre la brillante (y madura) idea de hacer pasar a tu otro amigo por tu novio. Y él, como venganza, se pone a cantar en medio de la cena previa a la boda. Eso sí, la familia de la novia, encantada, se le une al instante. ¿A quién le importa el marisco pudiendo desafinar colectivamente?
A Pierre Brochant le sale el tiro por la culata. Él, que este miércoles espera ser el ganador de la apuesta que hace todas las semanas con sus amigos (a ver quién trae al mayor idiota a la cena)... Vale que su candidato, François Pignon, muy listo no es, pero es que encima es un gafe de cuidado. Por lo que, al final de la noche nos preguntamos: ¿quién es el idiota: Pignon o el propio Brochant?
Woody Allen abandona temporalmente la cena de pascua que está "disfrutando" con su familia política para explicarnos las diferencias entre una cena protestante y una judía. Para empezar, nada de jamón en la mesa judía. Pero como una imagen vale más que mil palabras, nos ofrece las dos versiones de la cena: por un lado, la educada e intelectual familia Hall; por otro, los Singer, bullosos, informales y sin trabajo, hablando sobre enfermedades. "Somos como el agua y el aceite", dece Alvy, y cuánta razón tiene...