Seguramente recuerdes lo que pasó con los mareos de 'Liga de la Justicia' entre versiones de Joss Whedon y Zack Snyder, pero Warner ya venía curada de espanto: en 2004 el estudio resolvió que la precuela dedicada al padre Merrin (aquí Stellan Skarsgård) que había dirigido Paul Schrader no era lo bastante gore, así que le despidió y contrató al director de ‘Deep Blue Sea’ para rodarlo (casi) todo de nuevo, cambiando la actriz protagonista y añadiendo sustos y efectos digitales de mercadillo. El resultado fue muy embarazoso.
Pues no, la ultimísima entrega de ‘El exorcista’ no está muy allá. Algo que podíamos imaginarnos tratándose del sinvergüenza del director de 'Superfumados', pero por probar a rescatar algo bueno entre su saqueo indisimulado de la iconografía del film original (en el marco de una saga que siempre optó por huir hacia adelante), quedémonos con su sentido del humor desmitificador y por la considerable rebaja del ímpetu teológico. Y olvidemos la obscena utilización de Ellen Burstyn volviendo como Chris, gracias.
A mediados de los 70 Hollywood aún no dominaba bien lo de hacer continuaciones de grandes taquillazos, así que la secuela de 'El exorcista' es una película altamente alienígena en cuanto a las decisiones tomadas. Sin William Friedkin ni el guionista William Peter Blatty a la vista (sí Linda Blair bregando con el trauma demoníaco), nos topamos con una película contemplativa, casi ensayística, que deambula de un lado a otro sin saber si se posiciona de parte de la ciencia o de la religión y sin dar el más mínimo miedo. Es una película aburridísima, vaya, pero muy curiosa en su desorientación.
Como la versión de Harlin era ostensiblemente horrible, Warner le ofreció a Schrader estrenar la versión original, tal y como él la había planteado. Las críticas fueron algo mejores pero el público tampoco terminó de responder, y quizá era natural porque al estilo de 'Hereje' este film se olvidaba de dar miedo, más preocupado por explorar la crisis de fe del padre Merrin y trazar complejas asociaciones entre nazismo y colonialismo mientras se olvidaba del todo de Pazuzu, de Regan y acaso de Peter Blatty.
Ni siquiera cuando el autor de la novela (y guionista de su adaptación) se hizo con las riendas de otra secuela, esta saga conoció algo parecido a la lógica. Blatty había escrito una segunda parte, 'Legion', y se propuso adaptarla de cabo a rabo: esto significaba rebajar los exorcismos (el único que hay, brevísimo, se debe a una imposición del estudio), y darle protagonismo a un policía (George C. Scott) investigando unos asesinatos truculentos que se adelantaban cinco años a 'Seven'. Y la película es maravillosa, con toda la imaginación y riqueza plástica que solo podía lograr todo un creyente.
La tercera es genial, pero 'El exorcista' sigue siendo 'El exorcista'. Es decir, sigue siendo un film de terror ejemplar, con la realización desbocada de un Friedkin que venía de triunfar con 'The French Connection', en sintonía a una lista de valores archiconocidos. Las interpretaciones, de Burstyn a Blair pasando por Jason Miller y Max von Sydow. La música de Mike Oldfield. El guion de Blatty, tan angustioso como generoso con los personajes. Es, en fin, una película tan monumental que no es extraño que Hollywood haya intentado exprimirlo tantas veces. Lo que sí es extraño es las formas tan raras en que lo ha hecho.
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