Si bien es una lástima que un icono tan excelso de la mezquindad carpetovetónica nunca llegara a colaborar con Buñuel, puede consolarnos que al menos trabajó con sus herederos más aventajados: Saura, Regueiro y Manuel Gutiérrez Aragón, quien en su primer largo lo llevó a las estribaciones de los Picos de Europa para abismarse en la fonación de una Kiti Mánver feral. A medio camino entre el Truffaut de El pequeño salvaje y Humbert Humbert, este lingüista burgués acabará sufriendo su propia fábula de terror rural. Daniel de Partearroyo
CinemaníaUn amnésico en silla de ruedas tras un accidente tiene escondido en la memoria el número de cuenta del banco suizo con el dinero que tanto ansía su arpía familia. Así que, para recomponer su cabeza, debe sufrir los teatrillos que le montan sus parientes. López Vázquez, glorioso, debe ser al mismo tiempo parapléjico, perturbado y hasta el niño que un día fue, en una película que acaba hablando no de una amnesia personal sino de una colectiva: la de un país paralítico en dictadura, lleno de gente que mira hacia ningún lado. Javier Ocaña
CinemaníaManuel Blanco Romasanta, criminal real acusado de 13 asesinatos en el año 1852, permitió a López Vázquez, previo paso por un maquillaje excelso, componer una de sus interpretaciones más sombrías. En una historia con diversos paralelismos con el Frankenstein de James Whale, Romasanta se salvó de la pena de muerte por una extraña atenuante: “Enfermedad psiquiátrica por síndrome de licantropía clínica”. Su abogado fue el tatarabuelo de Juan Antonio Porto, guionista de la película de Olea, de texturas ásperas y fondo cruel. Javier Ocaña
CinemaníaComprometido en su rol de padre sustituto (“Pero cuando el padre se muere, así que muérete y hablamos”) aunque este le exigiera convertirse en búfalo para disfrute de sus dieciséis ahijados, López Vázquez aportó el puntillo de vinagre gracias al cual las peripecias de Alberto Closas y su clan fueron más allá de su pacatería y de la búsqueda de Chencho. En 1979, La familia, bien, gracias nos lo mostró en chándal y al borde del suicidio por un ataque de cuernos: estaba claro que los tiempos habían cambiado. Yago García
CinemaníaUn pequeño gesto de Antonio, el sastre (“cortador eclesiástico militar di-plo-ma-do”) y hermano del matarife en ciernes en la obra maestra berlanguiana, define al inmenso López Vázquez y explica cómo trabajaban estos genios. Nuestro actor seguía actuando siempre al acabar la toma y Berlanga nunca decía “¡Corten!”. Al final de la escena de Manfredi en la sastrería, cogió el metro por su cuenta y midió la cabeza de su niño; eso llevó a Azcona a incluir una línea magistral: el crío “es normal”, lo de su suegro no era hereditario. Carlos Marañón
CinemaníaSiguiendo los pasos de Nino Manfredi en El verdugo, el personaje de López Vázquez en esta comedia esperpéntica de Berlanga se ve funestamente abocado al matrimonio. Un castigo casi peor que ganarse la vida con el garrote vil, sobre todo si la boda de este empleado de la banca burgalés tiene lugar en un Sitges a rebosar de suecas e inglesas en biquini. López Vázquez dominó todos los registros del desasosiego, y no solo por la muerte de Doña Trinidad, su madre, el día del banquete nupcial. Andrea G. Bermejo
CinemaníaNadie como López Vázquez para representar el sufrimiento del matrimonio como una mazmorra de crispación emasculante, violencia doméstica, fantasías de adulterio y mudanzas interminables. En la película más cáustica de Francisco Regueiro, pura nitroglicerina de incorrección política y misantropía al son de Las Grecas, la asfixia de la vida conyugal se diluye en el somnífero que administra diligentemente a su esposa para mantenerla siempre dormida. Daniel de Partearroyo
CinemaníaEn el improbable entorno de Cuenca, que no es el Swinging London –ni falta que hace–, habita este particular y retorcido psicópata traumatizado por la belleza de Geraldine Chaplin. Mitad antihéroe de Luis Buñuel y mitad de Michelangelo Antonioni, Julián es el mejor representante de un sesentayochismo hispano para el que la modernidad empezaba en los Pirineos. Detrás de su rostro impertérrito se agita la coctelera de una represión y violencia sexual al ritmo de la música Teddy Bautista y sus Canarios. Rubén Romero Santos
CinemaníaSolo José Luis López Vázquez podía interpretar a un niño siendo un adulto. Con su mítica calvicie y sus jerseys de pico, el rostro del actor fue capaz de concentrar toda la confusión, la culpabilidad autoinflingida y la fragilidad de un niño de una familia rota en los albores de la Guerra Civil. No solo eso, en esta particular magdalena de Proust de Carlos Saura que tanto molestó a la ultraderecha, el actor transita el pasado y el presente con una facilidad asombrosa, una interpretación que alcanza cotas magistrales en las escenas en las que revive el amor reprimido por su prima Angélica, la de su infancia (Clara Fernández de Loaysa, que recuerda a López Vázquez muy antipático en el rodaje) y la de su madurez (Lina Canalejas). Andrea G. Bermejo
CinemaníaHombre agazapado tras los mimbres más rígidos de lo femenino o una mujer que en realidad es un hombre: en Mi querida señorita no importan tanto las tribulaciones de género de Adela Castro Molina, sino la delicadeza con la que López Vázquez imprime esa confusión emocional. Armiñán escribió la historia del primer personaje queer del cine español generalista, y el actor le insufló de manera magistral de una vulnerable corporalidad, que recogía, sutilmente, las sombras del pasado represor franquista. Paula Arantzazu Ruiz
CinemaníaCuando Marco Ferreri le ofreció la oportunidad de protagonizar El pisito, López Vázquez llevaba más de una década en el cine, principalmente en secundarios en el ámbito de la comedia, y había trabajado ya con Bardem, Berlanga o Lazaga. Pero su carrera iba a cambiar a partir de esta magistral adaptación de la novela de Rafael Azcona. López Vázquez no renunció a su capacidad para el humor, pero lo hizo de una manera en la que su rostro transmitía esa amargura tan característica, no exenta de dulzura. El sarcasmo y la mirada ácida del filme encontraron la prolongación genial en este ciudadano medio español que solo sueña con tener un piso para poder casarse. Fernando Bernal
Cinemanía“Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”: la frase emblemática de este empleado de banca con vocación de supervillano le describe a la perfección. Admirador de la femme fatale Katia Loritz y amigo, pese a todo, de esos compañeros junto a los que planea su golpe, Galindo es también un esclavo y un siervo de esa sucursal que le chupa la vida. Su conclusión ante tal panorama: “Está mal robar a un semejante, pero un banco no es un semejante”. O, como dijo el otro, que saquear una entidad financiera es poca cosa en comparación con fundarla. Yago García
CinemaníaEl hijo de Quintanilla el de las herrerías, el novio de Martita y la única esperanza de Plácido (Cassen) para mantener el motocarro que le da de comer. En definitiva, un don nadie para los ricos y un mesías de los pobres en la noche en la que estos gozan del “privilegio” de optar a una cena caliente. Su voz chillona e insistencia conducen a Plácido a través de esa cabalgata de astracanadas llena de letras, cestas de navidad y hasta máquinas de expectoración para curarle la sinusitis. Al final es verdad eso que dice, siempre le toca bailar con la más fea. David Pardillos Rodríguez
CinemaníaEn poco tiempo no habrá ni rastro de estos icónicos elementos urbanos. Pero todos recordaremos al hombre de traje negro del mediometraje con Emmy de Antonio Mercero. Entre la curiosidad y la displicencia iniciales, López Vázquez, españolito medio de mostacho tupido e hijo con balón, no puede evitar sentir la llamada de esa puerta entreabierta al infierno rojo de una cabina diabólica. Su personaje, que pasa del desconcierto a la incredulidad, y de ahí al desgarro, es el mayor monumento al horror cotidiano del cine español. Carlos Marañón
CinemaníaDesde que le conocimos, preso de los encantos de Bárbara Rey (no podía ser otra) y su bocata de chorizo, hasta su grand finale rumbo a Lourdes, el heredero del clan Leguineche quedó como un dechado de virtudes: mentiroso, oportunista, justito de entendederas y, sobre todo, salido cual papión. ¿Por qué, entonces, le queremos tanto? Tal vez por esa comicidad en perfecta sincronía con las de Luis Escobar y Luis Ciges, o quizás porque una tradición secular nos impide enfadarnos con los hidalgos tronados que compensan con morro la falta de caudales frente a su noble afán de vivir sin dar ni golpe. Mucho ojo, que a nosotros el señor marqués (hijo) no nos ha hecho más que bien. Yago García
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