“Una película con una sonrisa; y, quizás, una lágrima”. Poco más se puede decir. Chaplin hizo su primer largo (lo escribió, dirigió, protagonizó y montó; en 1971, compuso la bellísima música que lo acompaña desde entonces) en la cúspide de éxito del personaje del vagabundo, estableciendo con su conmovedora historia paternofilial la marca personal de fusión de comedia trapisonda y candor sentimental. Un vistazo inmediato a su lenguaje ya la sitúa en el nivel más alto de sus contemporáneos, pero también posee un innegable valor extracinematográfico. Lo que vino después en el siglo XX fue terrible para millones de personas en todo el planeta; a muchas de ellas esta película las ayudó a pasar mejor los malos tragos.
Sabes que Lubitsch era genial, pero nada de su obra sonora te prepara para lo increíble que fue su etapa silente. En el ciclo de películas protagonizadas por Pola Negri que dirigió para la UFA, como esta alucinante farsa romántica en un lejano reino nevado, está la máxima graduación de su talento, a un ratio de ocurrencia genial por fotograma que constantemente desborda las limitaciones de la relación de aspecto de la imagen.
La primera adaptación de la novela del finés Juhani Aho se rodó en el norte de Suecia mientras Finlandia seguía en guerra con la Unión Soviética. Habría sido más apropiado titularla 'Marit', pues el personaje femenino, encarnado con desarmante sensibilidad por la prima ballerina Jenny Hasselquist, es quien centra la visión de Stiller en este triángulo amoroso donde el abuso de poder, la resignación o el consentimiento tienen más fuerza que cualquier indicio de amor o deseo. La bajada por los rápidos del río Kalix, rodada al natural y sin especialistas, es taquicárdica.
No se conserva ni una de las siete películas que John Ford estrenó en 1921, pero sí la que fue una de sus favoritas de la historia del cine. No es para menos, pues King filma con la majestuosidad de un Monument Valley los montes de Allegheny, cerca de su querida Virginia natal, donde Richard Barthelmess se erige antecesor de innumerables héroes solos ante el peligro. Allí se desarrolla esta historia de acoso doméstico, transigencia y desafío a unas fuerzas malhechoras que te superan en poder y número pero nunca en rectitud.
La confusión de Buster Keaton con un criminal (fruto de una ingeniosa treta fotográfica) es solo el eje vertebrador de un ramillete de subtramas acumuladas en 20 minutos sin resuello. Su mejor colección de gags visuales, ideados desde la perspectiva, más allá de las habituales acrobacias.
Aún cicatrizando las heridas de la Gran Guerra, en la década recién estrenada el planeta necesitaba reír más que nada en el mundo. En los años cumbre de la comedia silente el más aficionado a hacer equilibrios en las alturas fue Harold Lloyd, que antes de la icónica estampa del reloj colgante de 'El hombre mosca' (Newmeyer, 1923) ya desafió el vértigo de las plateas durante el tramo final de este tragicómico romance donde su personaje trata de suicidarse por desamor (debilidad personal: cuando echa dos cucharaditas de azúcar a un vaso lleno de veneno) y acaba ejerciendo de funambulista improvisado sobre las vigas de un rascacielos en construcción.
Poema visual devenido en vibrante registro congelado de un tiempo, aspiración primordial del cine. Acompaña con versos de Walt Whitman un recorrido impresionista por la Manhattan de principios del siglo XX: desde Staten Island hasta lo más alto que un rascacielos permitía entonces.
El segundo filme que dirigió Fritz Lang con Thea von Harbou al guion estuvo décadas perdido. Aunque recuperado en su mayor parte, persisten puntos de fuga que llevan a desorientarse en una alambicada intriga llena de recompensas. Se mezclan bajos fondos criminales (soberbios en atmósfera), triquiñuelas de apatía burguesa (el protagonista intenta engañar a su aburrida esposa para que revele un adulterio inexistente), hermanos gemelos de personalidades contrapuestas, una vamp a pleno rendimiento y Rudolf Klein-Rogge justo antes de ser Mabuse.
1921 fue un año de explosiva creatividad en Buster Keaton Productions, la unidad de producción personal que Keaton inauguró a finales del anterior. Estrenó seis películas de dos bobinas (20-24 minutos), todas ellas rebosantes de imaginación y energía para encadenar gags y cabriolas. En la última, Buster se echa a la mar con su familia en un navío de fabricación casera y flotación chapucera. Mención especial a las caras de circunstancias de Sybil Seely, cuyas tortitas son tan duras como para reparar las paredes de la embarcación.
Es habitual al ver películas de Lois Weber asombrarse por la sofisticación narrativa y la actualidad de sus temas. Ocurre en este relato que irradia fuertes niveles de humanidad al huir de maniqueismos con el choque entre una familia humilde (un profesor malpagado, ¿te suena?) y otra adinerada.
Más fantasía aleccionadora que de terror, pese a la desasosegante espectralidad de sus efectos visuales. La mayor angustia de esta parada clave en la historia del cine la aporta su desagradable protagonista (el propio Victor Sjöström), en vía de expiación de terribles pecados. Clásico navideño total.
La otra gran película protagonizada por la Muerte este año es un derroche de ambición de Fritz Lang y Thea von Harbou. Una odisea episódica con pie en Oriente Medio, Venecia y China que triplica la tragedia de unos amantes incapaces de burlar al destino aunque incluso la Parca ponga de su parte.
La última colaboración de Griffith con Dorothy y Lillian Gish (la tragedia morrocotuda de dos hermanas separadas por la Revolución Francesa) exhibe todos sus rasgos característicos dentro de la pantalla (dramón colosal de época con clímax a extenuante contrarreloj) y fuera (bloqueó el estreno de otra adaptación de esta obra teatral de Adolphe d'Ennery y Eugène Cormon para que no le hiciera sombra).
Podría ser la primera gran obra del cine japonés. Una adaptación de Gorki donde la influencia occidental es tan estruendosa como el montaje paralelo tan popularizado por Griffith. La moraleja se afianza mostrando qué habría sido de los personajes si hubieran tomado decisiones alternativas.
Antecedente directo de 'Nosferatu' (1922), cuenta con su propio carruaje abriéndose paso entre la penumbra y garras afiladas irrumpiendo en la bruma de una pesadilla. Igual que sucede con el aparatoso ritmo narrativo y misterio dramático a medio gas de la película, hay que tener en cuenta que en esta ocasión los decorados de Hermann Warm son más ampulosos que expresionistas.