El verano se acerca y con las altas temperaturas hidratarse pasa a ser una cuestión de salud de primer orden. Debemos consumir entre 2 y 2,5 litros de líquidos a lo largo del día. Además, hay que tener cuidado con las bebidas alcohólicas y con algunos medicamentos, ya que empeoran el estado de hidratación.
Según la European Food Safety Authority (EFSA), la hidratación correcta es necesaria siempre; es decir, es imprescindible beber aunque no se tenga sed. Recomienda para ello que un 75-80% del líquido que consumamos provenga de bebidas y entre un 20-25% de los alimentos. Cuánto bebemos depende de nuestra edad y sexo:
- Niños entre 9 y 13 años deberían beber un 2,1 litros de líquidos al día
- Las niñas de esa edad, 1,9 litros
- Mujeres (adolescentes, adultas y mayores), 2 litros
- Hombres (adolescentes, adultos y mayores), 2,5 litros
Además, las embarazadas deben consumir 0,3 litros más y las mujeres en periodo de lactancia 0,7 litros más (respecto a las no lactantes de igual edad).
“Teniendo en cuenta el papel del agua en nuestro organismo en el transporte de nutrientes, la eliminación de sustancias de desecho, la regulación térmica, etc., debemos asegurar que estamos respondiendo a los requerimientos diarios de líquido”, explica Lluís Serra-Majem, presidente de la Fundación para la Investigación Nutricional y de la Academia Española de Nutrición y Ciencias de la Alimentación.
Los riesgos de hidratarse poco
Mantenerse adecuadamente hidratado a lo largo del día, sin esperar a la sensación de sed, es importante y más con la llegada del verano. “Esto es especialmente relevante entre la población más vulnerable como los niños, las mujeres que están en pleno embarazo y/o en periodo de lactancia, o las personas mayores”, subraya el experto.
La consecuencias de la deshidratación son varias:
- Desciende el rendimiento físico
- Puede inducir dolores de cabeza y es causa de fatiga
- Disminuye la memoria a corto plazo
- Afecta a diferentes actividades intelectuales: de atención, psicomotoras, etc.
Efectivamente, según la EFSA, una hidratación adecuada contribuye al mantenimiento de las funciones físicas y cognitivas, si bien pocos estudios han examinado hasta ahora los efectos de la deshidratación en el rendimiento cognitivo.
Serra-Majem señala que “la deshidratación influye en la capacidad de rendimiento, y en situaciones de deshidratación leve de sólo un 2% resultan afectadas habilidades cognitivas como la coordinación viso-motora, la atención y la memoria a corto plazo. En niveles superiores, se produce un descenso en la capacidad de alerta y concentración, y aumenta el cansancio, la fatiga y la somnolencia”.
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