Queja del día: ¿Ha perdido 'Juego de tronos' el norte definitivamente?

En sus últimos capítulos, la serie estrella de HBO se ha vuelto más popular que nunca... olvidándose por el camino todo aquello que la hacía única
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Contiene SPOILERS de Juego de tronos hasta T7E6

"Como una partida de Dungeons & Dragons". Así describía la web io9, con no poco cachondeo, el último episodio emitido hasta la fecha de Juego de tronosPara Rob Bricken, uno de los redactores de la publicación, el viaje de Jon Nieve y sus colegas al norte del Muro acaba semejando "un grupo de paladines, bárbaros y guerreros de nivel 10 contra una horda de no-muertos de nivel 0". Y, aunque Bricken no considera esto motivo para despachar el show (su artículo se titula "Juego de tronos está en su mejor y su peor momento"), a nosotros nos resulta muy inquietante. Porque, hace seis años, cuando comenzó su andadura, Juego de tronos se presentaba como el antídoto a los tópicos de la fantasía más o menos medieval.

Dejando aparte aquel pitch, mil veces citado, que describía la serie como "Los Soprano en la Tierra Media", algunos amábamos el show de HBO por su manera de hacer picadillo un género marcado, demasiadas veces, por los personajes de una pieza, las situaciones resueltas a través de deus ex machina y el maniqueísmo. No en vano George R. R. Martin, el autor (tardón) del novelón original Canción de hielo y fuego, afirmaba que la génesis de su historia estaba en una lectura cínica de El señor de los anillos: "Después de la derrota de Sauron, los orcos aún seguían ahí", recordaba el escritor. "¿Qué hizo Aragorn? ¿Ordenó un genocidio? ¿Los hizo matar a todos, incluso a los orquitos bebés en sus cunitas de orcos?". 

El 'grand guignol' de Poniente

En los Siete Reinos de Poniente, que sepamos, no hay orcos. Pero, durante sus primeras temporadas, Juego de tronos se ajustaba a esta intención paródica. Un adjetivo que aplicamos con plena conciencia: según el diccionario, "parodia" equivale a "imitación burlesca", y una burla no tiene por qué ser necesariamente graciosa. En lugar de apegarse a una noción idealizada de la Edad Media, como aquella en la que Tolkien basó su obra, la serie se hacía cargo (más o menos) de lo que supone un régimen feudal, dividido sin solución de continuidad entre aquellos que ostentan el poder y aquellos que lo padecen. Combinando eso con la naturaleza truculenta de sus historias, la serie se las apañaba para ofrecer situaciones 'más grandes que la vida' animadas, a la vez, por una marcada tendencia hacia lo grotesco.

Queja del día: ¿Ha perdido 'Juego de tronos' el norte definitivamente?

Pensemos, por ejemplo, en qué hizo tan grandes a las primeras temporadas de este show, aquellas que engancharon a medio mundo. Y una buena forma de analizar eso es medir su abundancia de frases 'históricas': "Qué cosas hago por amor" "córtale la virilidad y échasela a las cabras","el caos es una escalera", "lo que va antes del 'pero' no importa" "son hombres valientes: vamos a matarlos" son algunas de ellas. ¿Cuántas de estas agudezas, en cambio, han generado las dos últimas temporadas? A falta de un presupuesto que, por entonces, les daba para pocas escenas de masas o grandes momentos CGI, los showrunners David Benioff D. B. Weiss tenían que apoyar su serie en las relaciones entre los personajes. Y, como la mayoría de esos personajes se odiaban entre ellos a muerte, el resultado eran unos diálogos llenos de vitriolo.

Con lobos huargo o sin ellos, es muy difícil construir un fenómeno de masas sólo a partir de unas cuantas citas memorables. Y en HBO lo sabían, de modo que impulsaron el ascenso de Juego de tronos valiéndose de viejos anzuelos: el sexo y los desnudos. Pero las actrices (sobre todo, Emilia Clarke) arrugaron el ceño, y las subidas de audiencia corrieron en paralelo a un aumento en los presupuestos. Así pues, la Juego de tronos de 2017 no es esa serie que tanto se prestaba a los chistes de tetas y culos, parafraseados o no de Tyrion Lannister. Es una serie que, en su empeño por ofrecer espectacularidad visual (y en cerrar sus tramas antes de la octava y última temporada), se ha dejado en el tintero aquello que la hacía única.

¿Dónde está el enemigo?

Al que firma esto, lo que más a cuadros le ha dejado de los últimos episodios no es el descalabro de su tiempo narrativo. Ni tampoco la frecuencia con la que Daenerys Targaryen saca de paseo a sus dragones, con el riesgo añadido de que los pobres reptiles acaben convertidos en zombies con hipotermia. Asimismo, procuraremos ignorar que los mejores actores del reparto (Charles Dance, Diana Rigg...) han hecho ya mutis, dejando a Lena Headey, Aidan Gillen y Peter Dinklage como excepciones en un mar de gestos acartonados. Lo que de verdad nos preocupa es que, por primera vez desde su comienzo, la serie nos está mostrando héroes. Ahora podemos distinguir, con relativa facilidad, a los villanos y a los buenos. Y eso es malo.

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Jon Nieve ya no es un metepatas, sino todo un señor rey en el Norte, mientras que la khaleesi ya no se lanza a la conquista animada por su mastodóntico ego, sino por unas difusas intenciones de reforma social (inimaginables en un panorama donde el Antiguo Régimen sigue siendo la única realidad posible). Para colmo, ambos han atraído junto a ellos a todos los personajes que, a priori, pueden caerle bien al espectador. Es decir, a los menos hijos de perra, con Tyrion y Sandor Clegane a la cabeza. Frente a ellos no encontramos ya a los fallidos, patéticos y maravillosos Cersei Jaime, sino al Rey de la Noche, convertido en una figura darthvaderiana a la que nos resulta fácil temer y odiar, puesto que desconocemos su origen o motivaciones. Qué facilón todo.

Para colmo, tanto los guiones como la puesta en escena de Juego de tronos presentan ahora una marcada evolución hacia la chapuza. No basta con rizar el rizo en cada capítulo si a la historia se le notan las prisas, como tampoco basta con el recurso sistemático al CGI en una escena de batalla, cuando la narrativa visual sigue siendo 'televisiva' en su sentido más bajo. Así pues, si tiramos de este hilo, acabaremos echando de menos la antigua Juego de tronos: aquella en la que uno no podía identificarse del todo con nadie, en la que la mayor parte de los combates ocurrían fuera de campo y en la que no se nos describía una lucha del bien contra el mal, sino un panorama de realpolitik con espadas, mucha mugre y mucho humor negro.

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Puede que Benioff y Weiss tengan sorpresas guardadas en la manga, y que la octava temporada de Juego de tronos recupere aquel cinismo que tanto gustito daba. Pero algo nos dice que antes veremos a George R. R. Martin anunciando la publicación de su próximo libro para mañana mismo. En todo caso, y como ocurrió con la versión para el cine de El señor de los anillos, esta serie ha hecho popular el género de fantasía entre ese mismo público que hace unos años lo hubiese desdeñado por ser cosa de nerds sin vida social. Y lo ha hecho, además, poniendo en solfa algunos de sus lugares comunes. Una satisfacción malvada que los fans de la vieja guardia podemos disfrutar... pero que a algunos siempre nos sabrá a poco .

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