'La que se avecina' se acaba: 4 razones para alegrarse de su final

Los habitantes de Mirador de Montepinar encaran su último tramo en antena. Es hora de desearles un merecido descanso, y también de preguntarse si nos han ofrecido algo más que una ensalada de tópicos tóxicos.
Reparto de 'La que se avecina'.
Reparto de 'La que se avecina'.
Cinemanía
Reparto de 'La que se avecina'.

Hay que ver cómo pasa el tiempo: parece que fue ayer cuando Telecinco estrenó La que se avecina, y ahora nos encontramos con que la serie creada por Laura Caballero, Alberto Caballero y Daniel Deorador se enfrenta a un posible final: su temporada 15, que se estrenará en 2024, podría ser la última. Eso le daría un total de 17 años en antena, los cuáles no son moco de pavo para una serie hecha con materiales de derribo. 

Esto último no va con segundas: como sabemos, La que se avecina (a partir de ahora, LQSA) nació tras el derrumbe, literal y figurado, que llevó a Aquí no hay quien viva a despedirse de Antena 3. Así pues, el show  apareció como un reboot con todas las letras, al que además le costó encontrar su forma definitiva: las primeras temporadas, con Malena Alterio y otros supervivientes del casting original enfrentándose a guiones con muy poquita gracia, han caído en un olvido casi absoluto por eso mismo. 

Ahora bien: si observamos hoy lo que ha acabado siendo LQSA, ¿juzgaremos que esa transformación valió la pena? Nosotros pensamos que no. Es más: aunque la serie haya conseguido hacernos reír en algunos momentos, su despedida supone un punto y aparte, y quizás un punto final, en una forma muy concreta de plantear las series en España, marcada por prácticas industriales  dudosas y también por la perpetuación de chistes que dejaron de tener gracia hace mucho tiempo. Si es que la tuveron alguna vez.

Tras debutar en 2007, con la crisis inmobiliaria haciendo estragos, LQSA podría haber sido una sátira graciosa de la resaca del 'ladrillazo'. Pero, en lugar de eso, la serie optó por recalentar las mismas bromas rancias que todos conocemos demasiado bien, dándoles un barniz de 'incorrección' que, en la práctica, se ha traducido en sobredosis de chocarrería… y en cifras millonarias de audiencia.

¡Más minutos! ¡Es la guerra!

Como saben sus espectadores, cada capítulo de LQSA dura nada menos que 70 minutos: más de una hora por episodio. Un formato que resulta demasiado familiar en la TV española, y que no se debe a la sobreabundancia de historias que contar, sino más bien al bajo coste de la serie y a consecuencias de nuestro actual ordenamiento jurídico. 

Para empezar, tengamos presente que rodar La que se avecina resulta bastante barato. Y, para seguir, recordemos que la legislación actual permite 12 minutos de spots publicitarios por hora de programa en emisión. Así pues, con cada capítulo del show que nos ocupa se tapa el mismo espacio en la parrilla que con dos capítulos de un serial estadounidense. Y, además, se le saca un partido muy jugoso a base de incluir el máximo posible de anuncios en un solo espacio. 

Laura y Alberto Caballero, creadores de 'La que se avecina'.
Laura y Alberto Caballero, creadores de 'La que se avecina'.
Cinemanía

Esta duración exagerada tiene otro efecto de consecuencias devastadoras: el exceso de trabajo para los guionistas, sumado a la obsesión de la TV generalista por el multitarget (la capacidad de un solo programa para enganchar a espectadores de demografías diferentes), estimula la conversión de los episodios en desfiles de tramas recicladas, gags sin gracia ni originalidad y, sobre todo, de latiguillos con los que identificar a cada personaje. 

Esa es la razón de que frases como "merengue, merengue", "¿quieres salami?", "hostia terrible", "¡me caigo muerta!" y otras muchas se nos hayan incrustado en el cráneo tras casi década y media de oírlas a todas horas. Porque, para colmo, la política de redifusiones de Mediaset hace posible ver un capítulo de LQSA a cualquier hora del día, especialmente si uno sintoniza el canal Factoría de Ficción. Para que luego digan de Zuckerberg y su metaverso: Mirador de Montepinar sí que es una dimensión paralela. 

Que se mueran los feos

No es exagerado decir que el elenco de LQSA está formado por puros desechos humanos: salvando personajes puntuales como Enrique Pastor (José Luis Gil), y a veces ni siquiera ellos, los personajes de este show se caracterizan por unos niveles desmesurados de codicia, lujuria y, sobre todo, envidia, además de por una contumaz intención de salirse con la suya a costa del prójimo. 

Con tales ingredientes, el show de los hermanos Caballero se encuadra en una tradición que abarca del Lazarillo de Tormes al cine de Luis García Berlanga, pasando por Quevedo y El buscón. Desde el Siglo de Oro (si no antes), la clave para hace reír en este país reside en aprovechar el placer morboso ante las desgracias ajenas, acompañadas, a ser posible, por una buena dosis de humillación pública.

Así pues, no es extraño que los personajes masculinos con más tirón de LQSA sean Antonio Recio (el pescadero ultraderechista y salido al que encarna Jordi Sánchez) y Amador Ribas, el gañán albaceteño con el rostro de Pablo Chiapella que pasó de ser un 'triunfador' de los años del ladrillo a un paria sin un céntimo. 

Pero, si analizamos fríamente el humor de LQSA, encontramos una diferencia notable con respecto a muchos de sus precursores. En lugar de una intención satírica  o de un llamamiento a la empatía (algo que Berlanga y Rafael Azcona supieron esconder muy bien en su Plácido), esta serie ha convertido en su rasgo de estilo principal el animarnos a reír a costa de los más débiles. 

Más allá de sus personajes emblemáticos, los blancos de las bromas más crueles de esta serie son figuras pertenecientes a minorías excluidas, como Alba (la chica transgénero interpretada por el actor cis Víctor Palmero) o ese conserje africano con el rostro de Ricardo Nkosi, al que los guionistas no tuvieron mejor idea que bautizar "Ongombo". El cual, por supuesto, es el centro de muchos gags sobre hiperactividad sexual y medidas desproporcionadas. 

Jordi Sánchez como Antonio Recio en 'La que se avecina'.
Jordi Sánchez como Antonio Recio en 'La que se avecina'.
Cinemanía

Asimismo, si un personaje de LQSA está interpretado por un actor poco agraciado (como Carlos Areces, dicho sea con todo el respeto) o tiene problemas mentales (véase a Bruno –Luis Merlo-, el pianista con trastorno de ansiedad), la serie juzgará oportuno cebarse con él de formas mucho más salvajes que con otras figuras más normativas. Por regla general, una persona fea o frágil será retratada por LQSA como malvada, estúpida o ambas cosas, cuando no como un iluso merecedor de que le coman la tostada. 

De esta manera, el show nos remite a las formas más rancias de humor typical spanish, basado en una combinación de picaresca sin entrañas y regodeo en la humillación del más débil. Y lo malo de esto no es recordarnos que el sistema recompensa a los malvados: es chapotear en ello sin dedicar un instante a reflexionar sobre por qué es así, y mucho menos a preguntarse si existen alternativas. Cosas que, lo juramos, tienen un hueco en el arte de hacer reír. 

Gañanes, putones y bujarrillas

El apartado anterior nos ha hecho sudar lo nuestro. Pero eso no es nada comparado con lo que viene ahora: un estudio de las relaciones de género en La que se avecina requeriría, nos tememos, un artículo tan largo como este. Siempre que no tiremos por el camino fácil y resumamos la actitud del show en una frase: "Ellas tienen la culpa de todo". 

Basta con fijarse en parejas como la de Amador y Maite (Eva Isanta) o la de Lola (Macarena Gómez) y Javi (Antonio Pagudo) para detectar una asimetría notable: mientras ellos son retratados, bien como simpáticos truhanes y metepatas, bien como víctimas acogotadas, las féminas aparecen como gorgonas castradoras cuyo único propósito es convertir las vidas de los varones en un infierno. 

Cristina Castaño como Judith en 'La que se avecina'.
Cristina Castaño como Judith en 'La que se avecina'.
Cinemanía

Bien casadas, bien solteras (como la terrorífica Judith de Cristina Castaño), las protagonistas de LQSA resultan encarnaciones de ese tópico, tan forocochero él, según el cual toda mujer joven tiene como único objetivo vital encontrar a un marido sumiso al que sacar el dinero, para después hundirle en la miseria mediante un divorcio contencioso y salir pitando en pos del 'alfa' de turno. 

Semejante estado de cosas se vuelve aún más sangrante si el personaje de turno ha entrado ya en la madurez (véase a Berta –Nathalie Seseña–) o si, peor todavía, está ya en edades a las que no se da por sentado el deseo masculino. Figuras como las de Goya (Beatriz Carvajal) o la inefable Estela Reynolds de Antonia San Juan nos devolvieron a la edad dorada del chiste de suegras, siempre tan agradecido… para aquellos cuyo humor sigue moldes previos a 1975. 

Y, si la perspectiva de La que se avecina sobre las mujeres resulta espeluznante, no hablemos ya de su óptica sobre los personajes LGTB. A diferencia de Aquí no hay quien viva, este show no ha contado con ningún personaje de sexualidad no normativa en sus temporadas más célebres, pero los personajes de Amador Rivas y Antonio Recio han compensado esa ausencia con gags cimentados en el pánico del macho hetero a la penetración anal, ayudando de paso a la propagación de términos como "bujarrilla" entre el público más joven. 

Este panorama cambió un poco con la llegada de Alba Recio al show… pero los Caballero podrían haberse ahorrado el gesto. No se trata ya de que la adjudicación del rol a un actor varón y cisgénero resultara insultante para el colectivo trans, sino también que las subtramas protagonizadas por el personaje no hacían más que reproducir tópicos contra los cuales se lleva luchando (inútilmente, visto lo visto) desde hace décadas. 

Pero ¿de verdad hace gracia?

A estas alturas, nuestra opinión sobre La que se avecina ha quedado más que clara. E, imaginando ya las soflamas sobre los ‘ofendiditos’ (es decir, quienes van más allá de la superficie de los chistes) y sobre el humor ‘políticamente incorrecto’ (es decir, rancio) que nos van a caer encima, toca hacerse la pregunta del millón: la serie de Laura y Alberto Caballero, ¿es divertida, o no?

Pues la respuesta es negativa. Puede que LQSA tuviera momentos brillantes en torno a la mitad de su recorrido, gracias sobre todo a trabajos como el de Antonia San Juan, pero desde hace mucho tiempo es un zombie televisivo que busca inútilmente pretextos para mantenerse en antena. Véanse para probarlo las incorporaciones de Loles León y Fernando Tejero, ambos a cargo de papeles especialmente odiosos, como intento de reverdecer viejos laureles (y viejos porcentajes de share, suponemos).

Así pues, la idea de que esta serie llegue a su final provoca pocas lágrimas: en el mejor de los casos, La que se avecina quedará como el último y peor exponente de cierta variedad de sitcom española, la cual tuvo su momento de auge para después experimentar una agonía lenta y dolorosa. Esperemos que las nuevas formas de exhibición y la evolución del público la conviertan en un recuerdo… o quizás no, porque sus responsables ya tienen en marcha un proyecto para Netflix. Así pues, y por desgracia, nos queda merengue para rato. 

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