'Luz de luna': la mayor obra maestra de la carrera de Bruce Willis se hizo para TV

Una diva, un recién llegado y toneladas de talento. Una serie que lo tuvo todo... y todo lo perdió en un abrir y cerrar de ojos.
Luz de luna
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Cinemanía
Luz de luna

En 1985, Glenn Gordon Caron apenas sobrepasaba la treintena. Atrevido e insolente, formaba parte del equipo creativo de Remington Steele, con el relamido y repeinado Pierce Brosnan para la NBC. Su competidora, ABC, que atravesaba una mala época, decidió contratarlo para tres pilotos. Había escrito dos que habían sido un fracaso. Su valedor, el directivo Lew Erlicht, le dijo que el tercero debía ser una serie de detectives. A Caron casi le da un parraque. ¿Otro Remington Steele? 

Pero un paseo por Central Park le hizo cambiar de opinión. Allí, Meryl Streep y Raúl Julia representaban La fierecilla domada. ¿Por qué no llevar la comedia de Shakespeare al presente, y ambientarla en la dichosa agencia de sabuesos?

“Piensa en una estrella”, le dijo Erlicht. ¿Quién podría encarnar a la fierecilla, a Maddie Hayes, esa pijaza estafada por su contable? Caron solo tenía en la cabeza a Cybill Shepherd y su papel en La dama del expreso (Anthony Page, 1979): rubia, espigada, con carácter, una especie de Veronica Lake setentera que había enamorado al Nuevo Hollywood. 

En busca de protagonistas

A Cybill le entusiasmó ese guion sin terminar: “Cuando mi agente me envió esas 50 páginas, me di cuenta enseguida de que era lo que llevaba buscando mucho tiempo. Había estado años estudiando las comedias alocadas dirigidas por Howard Hawks, en especial La comedia de la vida (1934), La fiera de mi niña (1938) y Luna nueva (1940). Películas que ensalzaban a Carole Lombard, Katharine Hepburn y Rosalind Russell: mujeres que hablaban rápido, eran sexys, inteligentes y divertidas”.

Lo ha dejado escrito en sus memorias, Cybill Disobedience, en las que, genio y figura, prácticamente se arroga todo el mérito del éxito de Luz de luna. Insinúa que los conocimientos cinematográficos de Caron eran escasos comparados con los suyos, y por eso ella decidió el estilo interpretativo de los protagonistas. También, que convenció a creador y cadena para fichar al desconocido Bruce Willis como el verborreico David Addison. 

Probaron a más de 20 candidatos hasta dar con ese inexperto actor que solo había hecho de extra y de secundario en Corrupción en Miami. Se presentó con la oreja acribillada de pendientes y sin afeitar, tras salir de su trabajo como camarero. ¿Podía semejante gañán ser ese hombre que se rige bajo el lema: “Vive rápido, muere joven... y con tu ropa interior limpia”? La lectura con Shepherd demostró que sí y así lo reconoce ella: “Era obvio que había química entre nosotros y todo el mundo se dio cuenta. La temperatura de la sala ascendió como 20 grados”.

Se lanzaron seis episodios y, aunque no funcionó muy bien en la primera emisión, en su redifusión el público cayó rendido a su compendio de lo mejor de la comedia estadounidense: sus diálogos eléctricos y sus gags físicos, y esa química entre Cybill y Bruce que traspasaba la pequeña pantalla.

'Luz de luna' como desafío

Caron se envalentonó. La segunda y tercera temporadas cambiaron la historia de la televisión. Todo o casi todo lo que se ha hecho después se condensa en esos capítulos. En Television: Companion to the PBS Television Series, Caron confiesa qué le impulsó a revolucionar el medio: “Gran parte de Luz de luna responde a mi aburrimiento con la forma televisiva [...] Una de las diferencias [con otras series] es que los personajes (David y Maddie) saben que están haciendo un programa de televisión. Ven televisión. Y les aburre”. 

Así que ya en el primer episodio de la segunda temporada, Hermano, una rubia por caridad, afloran los elementos metanarrativos: la pareja rompe la cuarta pared por sorpresa y se dirige a los espectadores. Eso era solo el principio. Caron se lanzó a una serie de especiales tan insólitos como osados. 

El cuarto de la segunda temporada, La secuencia del sueño siempre llama dos veces, era un homenaje al cine negro filmado en blanco y negro. Lo introdujo un señor llamado Orson Welles, en la que fue su última aparición en pantalla una semana antes de morir. 

El sexto de la tercera, El gran hombre de la calle Mulberry, era un homenaje a los musicales. ¿Y quién podía saber más de musicales que Stanley Donen, codirector de Cantando bajo la lluvia, que accedió a coreografiar unos bailes realmente logrados a cargo de Bruce Willis? 

En el siguiente, La fierecilla domada, llegó el éxtasis: los protagonistas se mezclaban con el clásico de Shakespeare que había inspirado a Caron en un primer momento y ¡recitaban sus diálogos en pentámetros yámbicos! Con un coste de 3,5 millones de dólares (7,5 de hoy), era el capítulo televisivo más caro jamás filmado. 

Pero la Luna tiene una cara oculta. La tensión era muchísima porque el reto creativo retrasaba la producción, y no siempre se podían solucionar los retrasos tan imaginativamente como en el capítulo Sin rodeos: como se quedaron sin tiempo para escribir, lo solucionaron con un falso documental de cotilleos; la presentadora Rona Barrett se dedicaba a indagar por la mala relación entre Maddie y David a través de entrevistas e imágenes de archivo.

El eclipse y la maldición

Luz de luna se parecía más a una supernova que a un satélite. Y las supernovas son, en realidad, estrellas en proceso de destrucción. En el capítulo 14 de la tercera temporada (Soy curioso... Maddie), la pareja por fin consuma. Lo hace con Be My Baby, de The Ronettes, sonando a todo trapo. Y al mismo tiempo que David, al liberar tanta tensión sexual reprimida, destrozaba el salón, la serie se iba al garete. Porque ya nada fue igual. En el momento en que se conocieron bíblicamente, se desató la conocida como “Maldición de Luz de luna”. Una leyenda que pone los pelos como escarpias a los guionistas televisivos y que se basa en que, cuando el sexo entre tu pareja protagonista entra por la puerta, la audiencia salta por la ventana. 

El share se desplomó. Los fontaneros del guion intentaron recuperar el desaguisado generando una segunda tensión sexual no resuelta, entre la estridente señorita Topisto (Allyce Beasley) y un nuevo personaje, Herb, interpretado por Curtis Armstrong. Pero la agencia de detectives iba de mal en peor y no paraba de perder clientes. Shepherd, siempre tan diva, exigió el despido de Caron y le fue concedido.

Para los no supersticiosos (y los amantes del sexo), nada de eso es achacable a los puritanos prejuicios asociados a la cópula. La relación entre Willis y Shepherd, ya de por sí avinagrada, se había envenenado de forma irrecuperable. Según cuenta Armstrong en sus memorias (Revenge of the Nerd): “Llegaron al punto de medir la distancia desde la puerta de sus camerinos a la del estudio, para que ninguno tuviera que dar un solo paso más que el otro antes de rodar”. 

El exigente e imprevisible sistema de producción los tenía exhaustos y su vida personal se resentía. Ella se quedó encinta de gemelos; él se rompió la clavícula esquiando, se unió a Demi Moore y se convirtió en estrella de Hollywood gracias a Jungla de cristal. Y a Demi, que insinuaran que las Ronettes sonaban fuera del plató le tenía muy mosca...

Eclipse inevitable

Malvivieron dos temporadas más. Pero ya no era lo mismo. La serie, que había sido nominada a 40 Emmy (ganó seis, cuatro de ellos para el capítulo shakesperiano, dos para Cybill), y a 10 Globos de Oro (ganó tres, uno para Bruce), se apagaba. Y se fue a lo grande, claro, con Eclipse lunar. “Oye, David. Después de estos años, de lo que hemos pasado juntos [...] Quiero que sepas... que me cuesta imaginar... que mañana no te veré”, decía una Maddie con los ojos humedecidos. 

El sensual solo de harmónica que compuso Al Jarreau como sintonía sonó una última vez y dejaba atrás, amén de una maldición, una retahíla de momentos y broncas antológicas. Willis y Shepherd estuvieron años sin hablarse. Pero en el roast a Bruce Willis en Comedy Central (2018), Cybill tomó la palabra para hacer las paces.

“Nuestros personajes no requerían mucho trabajo. Yo interpretaba a una antigua modelo, que es lo que era, y él interpretaba a un idiota... que es lo que es [...] Aunque no hayamos hablado en 30 años, siempre ha existido un vínculo muy importante entre nosotros: los derechos de autor”. Sexy, inteligente y divertida. Puro Maddie. Puro Luz de luna.

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