'Estación Once' es mucho más que un inoportuno drama apocalíptico sobre una pandemia de gripe

La adaptación de la novela de Emily St. John Mandel no ha llegado en el mejor momento a HBO Max, pero eso no eclipsa su calidad.
Estación Once
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Cinemanía
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[Este artículo contiene SPOILERS DE 'ESTACIÓN ONCE']

Es imposible controlar el devenir de los tiempos y uno nunca sabe la pertinencia que va a adquirir una obra artística por razones ajenas, pero cuando la base es sólida precisamente esa capacidad de hablar al presente desde el pasado es uno de los grandes valores de la buena literatura. No ha pasado tanto tiempo desde la publicación de Estación Once en 2014, pero la adaptación audiovisual de la novela de Emily St. John Mandel ha llegado en un momento radicalmente distinto.

Fue en 2019 cuando se puso en marcha la adaptación de Estación Once en forma de miniserie que ahora emite HBO Max. Tres años de desarrollo después, el contexto en el que se recibe una historia en torno a una pandemia de gripe fulminante que siega a casi toda la humanidad no es el mismo. No solo aún no hemos salido de la pandemia de covid, sino que la casualidad ha querido que Estación Once se estrene en plenas fechas navideñas marcadas por el meteórico avance de la variante Ómicron. También es en Navidad cuando se desata su pandemia en la ficción.

Esta resonancia con lo visto en las imágenes de la serie puede crear alta incomodidad, dependiendo en los niveles de tolerancia de cada espectador lo soportable que sea. No tiene por qué suponer un impedimento insalvable; al fin y al cabo, Sweet Tooth: El niño ciervo ha sido uno de los grandes éxitos de Netflix este año a pesar de lidiar también con su propia pandemia vírica de marcados tintes apocalípticos. Sin embargo, el tratamiento de Estación Once es mucho menos fantasioso o naíf.

Nada más empezar Estación Once, una mutación en el virus de la gripe se lleva por delante a la civilización en un santiamén; mata al 99% de los infectados. Al ver la serie después de los últimos dos años que hemos vivido, percibir esas toses de fondo en escenas intrascendentes genera una inquietud hitchcockiana difícil de calibrar de manera racional. 

Así de sopetón se nos presenta a uno de los protagonistas: en el momento de su muerte. Es Arthur Leander, un actor teatral interpretado por Gael García Bernal, que fallecerá en medio de una representación de El rey Lear. Será a través de flashbacks como vayamos sabiendo más de Leander y otros personajes de su entorno cercano, como la artista Miranda Caroll (Danielle Deadwyler) o la pequeña Kirsten, una niña de ocho años que en el futuro tendrá el aspecto de Mackenzie Davis.

De la pandemia al fin del mundo y vuelta atrás

Los saltos temporales son constantes en Estación Once. Tomando el inicio de la pandemia en 2020 como punto de inflexión, la acción se retrotrae al pasado de algunos personajes y también salta 20 años hacia delante. 20 años después de la extinción casi total de la humanidad. Allí, en medio de una distopía postapocalíptica, es donde Kirsten viaja con una compañía de teatro itinerante representando obras de William Shakespeare. Y donde el showrunner Patrick Somerville saca mayor jugo a este universo narrativo.

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No en vano, Somerville fue uno de los guionistas de The Leftovers, aquel milagro televisivo que también lidiaba de manera genuina con el fin del mundo y el duelo por la desaparición de los seres queridos. En Estación Once se filtra tanto la atmósfera tambaleante de The Leftovers y su exploración de los efectos psicológicos del derrumbe de la civilización como el vértigo de la conspiranoia que tan bien explotaba la Utopia de Dennis Kelly.

Si allí un cómic de culto contenía las coordenadas para desenmascarar una conspiración orquestada desde oscuros círculos de poder, en Estación Once también es un tebeo –precisamente así titulado– de donde emanan sugerentes misterios premonitorios sobre la suerte de la protagonista. En las viñetas se cuenta la historia de un astronauta que contempla impotente desde el espacio un cataclismo planetario y se resigna a la soledad del resto de sus días. "No quiero vivir una vida equivocada y luego morirme", es una de las frases existenciales del cómic que se clavan dadas las nuevas circunstancias.

Es importante destacar ese componente de emoción humana, evidente bajo la superficie de las imágenes ultracuidadas de Hiro Murai (Atlanta) o Jeremy Podeswa (Juego de tronos), porque es fundamental para entender el alcance de la novela de St. John Mandel y la serieComo también sucedía en The Leftovers, Somerville prima por encima de todo las relaciones con los demás. Al fin y al cabo, el único asidero junto al arte (ya sea la obra del Bardo o unas viñetas a acuarela) que nos queda cuando todas las demás luces se apagan.

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