'Cristo y Rey' comienza con prisa y deja con sed: queremos ver más de Jaime Lorente como Ángel Cristo

Antes del tortuoso matrimonio entre el domador y la vedette, hubo un hombre y una mujer que se conocieron por avatares de la vida. No todo iba a ser malo desde el principio.
'Cristo y Rey'
'Cristo y Rey'
Cinemanía
'Cristo y Rey'

El morbo lo puede todo. Esa atracción hacia acontecimientos desagradables tiene un gran poder en la condición humana. Y Cristo y Rey lo lleva de serie. Maltrato, adición, amantes prohibidos… 

Pero el primer capítulo de la ficción (ya disponible en ATRESplayer Premium) que repasa, o trata de hacerlo (nunca sabremos cuánto hay de verdad), la tortuosa relación entre el mejor domador del mundo y la actriz y musa del destape no arroja aún las sombras de la relación ni de sus personajes. Solo las luces. Lo hace a través de una trama que avanza muy ágilmente y que deja poco lugar a la contemplación.

La primera secuencia nos brinda una presentación impactante de Ángel Cristo, interpretado por un Jaime Lorente que ha logrado una construcción física y emocional que no deja fisura alguna. En acción, en su medio, el domador es capaz de meter la cabeza en la boca de una de sus fieras. Es “el amo del circo”. 

Jaime Lorente en ‘Cristo y Rey’
Jaime Lorente en ‘Cristo y Rey’
Cinemanía

Pero, 10 años después de ese instante (la elipsis resulta bastante precipitada), Cristo es también un hombre con el corazón herido por la pérdida de un amor, con la capacidad de desahogarse con un amigo y abrazarle, y con la sensibilidad suficiente como para ofrecer un sentido y cariñoso discurso a su compañía. El circo se precipita al desastre por su mala gestión y porque, en 1979, España quiere modernizarse y encuentra en el espectáculo un concepto antiguo. Fernando Arias Salgado tampoco lo quiere en su gala de TVE.

Aún es esas, Ángel Cristo no deja escapar a su demonio, ese que esperamos con morbo, a excepción de un episodio temprano, excesivamente violento, que no acompaña la personalidad del domador que se nos ofrece después. Porque, en este primer capítulo, Cristo es un hombre que sufre y que trata de salvar su circo a toda costa. 

Hay alguna anécdota con el alcohol, nada preocupante y muy descartable como antesala de la adición del domador que tan mala vida dio después a Bárbara Rey. Entre los claroscuros, surge un instante de gran belleza: la del hombre abatido en una jaula que busca consuelo en su leona, recostada sobre su pierna como si se tratara de una linda gatita.

Bella y bestia

La oscuridad del domador contrasta con la luminosidad de una Bárbara Rey en la cima de su éxito, que deslumbra con cada show picantón o película subidita (con la Dúrcal) que hace. Su presentación, gloriosa, interpretando una delicada versión de la canción popularmente conocida como Volare, busca un impacto idéntico a la de Cristo. Y lo consigue. Se crea así la dicotomía entre ambos personajes: la ruda bestia del circo y la sugerente bella del espectáculo. Esta última representada por una correctísima Belén Cuesta.

El retrato de la época bebe de la estética de los 70, siempre agradecida, y el desfile de personajes famosos entretiene, y se desea. Chelo García-Cortés y José María Íñigo son los primeros en aparecer. Pero si hay una personalidad tan misteriosa como predecible, esa es la del amante de Bárbara Rey, muy presente desde el principio. “Su majestad”, como le llama la vedette, a quien profesa un romanticismo excesivo que nunca sabremos si fue o no verdad. 

De momento, nos quedamos con el encuentro entre Cristo y Rey, que el domador persigue a la desesperada durante el capítulo para intentar salvar su circo. Aunque en un primer momento no hay ni un ápice de química entre los dos (gran decepción porque esperábamos flechazo), la cosa promete hacia el final gracias a la magia del circo. Las ganas del segundo capítulo están aseguradas.

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