Los ingredientes de Craig McCracken: niñas superheroínas, amigos imaginarios y hippies espaciales

El creador de varias de las series de animación más icónicas de las últimas décadas estrena 'Kid Cosmic' en Netflix.
Kid Cosmic
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Cuando era niño, Craig McCracken dibujaba. Es más, casi no hacía otra cosa: creaba de forma constante nuevas tiras cómicas, y tebeos de superhéroes, y no llegaba a comprender por qué no eran publicadas de inmediato. En sus propias palabras, esa inocencia infantil le llevaba a todas partes, porque confiaba demasiado en esos garabatos de seisañero como para ser capaz de procesar que el resto del mundo no lo hiciera.

Kid Cosmic, su nueva serie para Netflix, nace de exactamente ese sentimiento. Pero como toda buena historia de superhéroes, para llegar a ella tenemos que empezar por el principio.

Relato de orígenes

La pasión de McCracken por el dibujo le despertó interés por el mundo de la animación, cosa que terminó llevándole a la escuela CalArts. Allí no solo compartió pupitre con varios de sus futuros colaboradores, como Genndy Tartakovsky o Paul Rudish, también empezó a animar sus primeros cortometrajes.

No Neck Joe, su proyecto de primer año, ya despertó el interés de varios festivales; pero fue su siguiente creación escolar la que cambiaría su carrera para siempre. Inspirado por los famosos cuadros de Margaret Keane, McCracken le había dibujado a su hermano una tarjeta de cumpleaños con tres niñas de grandes ojos, a las que decidió ceder su propio corto: The Whoopass Girls (casi literalmente, “las niñas que te patean el culo”).

Recién salido de CalArts, el estudio Hanna-Barbera le reclutó como director de arte para su nuevo proyecto, la serie Dos perros tontos, pero McCracken seguía con su creación en mente. 

Cartoon Network, por aquél entonces una cadena nueva sin series originales bajo su manto, se interesó por los proyectos de McCracken y sus jóvenes compañeros de CalArts, y los emitió por televisión bajo el nombre World Premiere Toon-In para comprobar su potencial y popularidad. Sus autores incluso fueron entrevistados por Space Ghost, protagonista del late-night animado de la cadena, para promocionar el evento.

Pero, por desgracia para las niñas que te patean el culo, no fueron el mayor éxito de la noche. Por suerte para McCracken, el honor fue para El laboratorio de Dexter, de su excompañero Tartakovsky, que le incorporó a su equipo como director de arte y guionista jefe en cuanto la cadena le dio luz verde y la convirtió en su primera serie original.

La divertidísima El laboratorio de Dexter contó con este equipo durante 52 episodios y una película televisiva, pero durante todo este tiempo, McCracken no dejó de luchar por su serie. Varios prototipos adicionales de episodios para la misma fueron producidos dentro del programa de pilotos de la cadena, que terminaron de convencerles para mover a todo el equipo de Dexter al proyecto... tras un rápido cambio de título.

¡Así nacieron...!

Las Supernenas fue un éxito sin precedentes para Cartoon Network desde el día de su estreno. Pero verla, incluso hoy en día, es ser consciente de inmediato del porqué: la serie rompió con todos los moldes de la animación televisiva de la época, siendo un soplo de aire fresco para su audiencia infantil y convirtiéndose en una serie de culto para el público adulto. Su tono abiertamente camp, de su sobreactuado narrador a su interminable galería de villanos, se beneficiaba en todo momento del impecable talento cómico de su equipo, y sus elaboradísimas secuencias de acción no le andaban a la zaga.

Pero ante todo, la libertad creativa con la que el equipo contaba les permitía contar historias construidas alrededor de todo aquello que les apasionaba, pasión presente en el palpable cariño y atención al detalle que dedicaban a cada uno de sus episodios. Desde el dedicado al supergrupo de villanos autobautizado como “los Beatles del mal”, que homenajeaba a la banda de forma tan hilarante como hiperespecífica (escrito por McCracken en persona, devoto fan de los Fab Four), hasta el inspirado en aquella semana en la que un frustrado Tartakovsky reunió al equipo de la serie, que habían conectado consolas de videojuegos a todos los monitores del edificio, y les envió a casa hasta que se terminaran de una vez Ocarina of Time y pudieran volver a trabajar.

La etapa de McCracken al mando de la serie concluyó con su producción más ambiciosa hasta la fecha: una película directa a cines, un mundo inexplorado tanto para el animador como para la propia Cartoon Network. La película, un relato de orígenes para las protagonistas, nació casi como una respuesta a la comercialización y uso de la serie en merchandising, cuyo tono “cuqui” McCracken veía como ajeno al de la serie que realmente estaban haciendo: aprovecharían la oportunidad para contar una historia más oscura y ambiciosa.

Las Supernenas: La película acabó siendo una pequeña joya que hoy en día cuenta con estatus de culto, pero quizá por su tono o quizá por su ausencia de promoción, no dio los resultados esperados en taquilla. La serie siguió adelante, pero ya sin su decepcionado creador, que empezaba ya a darle vueltas a su siguiente proyecto.

Imaginación al poder

Foster, la casa de los amigos imaginarios fue el primer proyecto que McCracken desarrolló desde el minuto uno junto a Lauren Faust. Hoy en día famosísima en el medio animado por reinventar con éxito franquicias como Mi pequeño Pony o DC Super Hero Girls, Faust había entrado a trabajar en Las Supernenas como guionista y artista de storyboard, lugar en el que ella y McCracken se habían conocido, enamorado y casado. Ya viviendo juntos, adoptaron a un perro con solo tres patas, y empezaron a preguntarse por la vida que el cachorro había tenido antes de conocerle.

Ese fue el germen de Foster, la serie más costumbrista de McCracken, cuyo único elemento diferenciador con nuestro mundo eran los amigos imaginarios: una vez un niño creaba uno, este cobraba vida de inmediato y todo el mundo podía verlo. La propuesta inicial de la serie –centrada alrededor de Mac, un chico cuya madre le obliga a deshacerse de su amigo imaginario y decide dejarlo en un hogar de adopción para creaciones abandonadas– resulta, apropiadamente, una de las más creativas de toda su carrera.

La serie, pese a no darle a Cartoon Network las inigualables cotas de éxito de su anterior creación, adquirió un público fiel que la admiró durante seis temporadas de sense of wonder, durante las cuales McCracken y Faust exploraron con maestría la magia y la amargura de la infancia a través de un extenso y originalísimo reparto liderado por Mac y su amigo imaginario Bloo. Un protagonista de buen corazón pero moralidad dudosa que, como sus creadores admitían, formaba parte de una decisión intencionada de alejarse un poco de las “buenas chicas” que protagonizaban su serie anterior.

Vuelta al instituto

Tras concluir Foster, McCracken escribió y dirigió para Cartoon Network un pequeño regreso a sus orígenes: un especial de Las Supernenas para su décimo aniversario. El episodio nació de su idea original para concluir la serie, que no había podido usar tras su marcha, dándole un cierre extrañamente apropiado a su creación más exitosa una década después.

Pero McCracken, pese a estar pensando en el pasado, seguía mirando hacia el futuro. Fue esta la razón por la que, dándole vueltas al programa de pilotos gracias al cual logró hacer su primera serie, le propuso a la cadena dirigir un nuevo programa similar, en el que darían a nuevas voces jóvenes y frescas la oportunidad de crear nuevos pilotos para futuras series de animación. La cadena aceptó, y así nació The Cartoonstitute.

Pero Cartoon Network estaba pasando por una seria remodelación. Tratando de atraer una audiencia mayor, crearon el sello CN Real, a través del cual producirían por primera vez series de imagen real, y dejaron sus proyectos de animación de lado, concluyendo por el camino series como Chowder o Flapjack. Por ello, el proyecto de McCracken fue cancelado tras producir tan solo una docena de los 39 pilotos planeados, lo que le motivó a dejar la cadena de una vez por todas.

La historia, sin embargo, tiene un epílogo algo más esperanzador: el triunfal regreso de Cartoon Network a la producción de series de animación, nacido a partir del boom de Hora de aventuras, dio pie a que varios de los pilotos producidos por McCracken, como la delirante Tito Yayo de Pete Browngardt o la maravillosa Historias corrientes de JG Quintel, fueran convertidas en serie a posteriori. McCracken, incluso años después de su marcha, seguía dejando su huella en todo rincón del mundo animado.

Ayuda galáctica

Pero él ya solo miraba adelante. Tras el éxito de Phineas y Ferb y Gravity Falls, Disney buscaba nuevas voces en su departamento televisivo, y McCracken respondió la llamada. A partir de un cómic que llevaba tiempo desarrollando, les presentó la idea de Galaxia Wander, la historia de un alienígena hippie que vaga por el universo junto a su mejor amiga, Sylvia, promoviendo la paz, el amor y la ayuda al prójimo y topándose a menudo con el desprecio, la ira y los intentos de captura de Lord Fobia, una especie de Skeletor en forma de adolescente emo que quiere conquistar la galaxia entre rabieta y rabieta.

Esta hipnótica combinación de factores dio pie a la mejor serie de McCracken hasta ese momento, un viaje intergaláctico situado en un planeta distinto en cada episodio, cuyo verdadero protagonista era su villano: Wander ya tenía la vida bien clara y solucionada, y ni siquiera quería derrotar a Fobia, solo hacerse su amigo. 

Pese a que McCracken se guardó esta carta al vendérsela a Disney, el antagonista de Galaxia Wander era la clave de la misma, y pese a las obvias ansias de su creador de añadir cada vez más continuidad y arcos narrativos a la serie, su trabajo en ella es tan envidiable como encomiable, adaptándose a las peticiones constantes de Disney de que la serie funcionara de forma autoconclusiva sin dejar nunca de llevarla cada vez más lejos.

Junto a figuras creativas como Francisco Angones o Noelle Stevenson, que pronto partirían a crear y dirigir proyectos como el reverenciado remake de Patoaventuras o la rompedora She-Ra y las princesas del poder, McCracken firmó dos temporadas de jolgorio creativo puro y sin destilar, llevando su amor por la comedia absurda a extremos nunca antes vistos sin dejar nunca de lado el núcleo de bondad y optimismo que la hacía característica. 

Fue entonces cuando su equipo entero presentó a Disney su propuesta para la tercera y última temporada de la serie, un ambicioso relato con flashbacks y revelaciones varias que concluiría los arcos de todos sus personajes... y Disney dijo no. McCracken, derrotado, trató de convertirla en una película, pero el proyecto tampoco salió adelante... así que volvió a refugiarse en el lugar en el que empezó todo: los cómics.

Maravilla cósmica

Kid Cosmic llevaba una década dando vueltas en la cabeza de McCracken. Su mayor problema, sin embargo, era que la imaginaba como una historia completamente serializada: los personajes debían poder crecer y cambiar de forma gradual, así que la descartó como proyecto de serie y empezó a hacer pequeños cómics con ella.

Esto originó al completo su estilo visual, inspirado en el balance entre el realismo y el cartoon de artistas como Hergé o Hank Ketcham con un toque de los mundos de George Herriman y su Krazy Kat, especialmente presente en los campos desiertos de Nuevo México que sirven de hogar para sus protagonistas.

Fue tras la llegada de Netflix al panorama de la animación televisiva cuando empezó a creer que su idea podía funcionar como serie, y la presentó tal cual: un arco de temporada de 10 episodios, dedicado a contar una única historia, en la que narraría al fin el gran tebeo de superhéroes con el que soñaba cuando era niño.

Y en el fondo, ahí reside el núcleo de la misma: es una historia de fantasía pura enfrentada a la realidad de ser un superhéroe a través de los ojos de un niño, que coge los mejores elementos de la era dorada de los cómics de Marvel y DC y los filtra a través de la pura inocencia infantil que conllevan, con la energía exacta de un grupo de chavales dibujando tebeos juntos después de clase o rodando una película casera con sus mejores amigos tras hacerse con la cámara de su abuelo.

Kid Cosmic es un pequeño milagro, una trepidante joya escrita y animada de forma impecable que devuelve a McCracken a la completa libertad creativa de sus orígenes y a la vez le lleva al límite, experimentando con los mejores elementos de sus tres series anteriores como si de Piedras del Poder se trataran y dando como resultado una obra aún mejor. Es una historia tan sincera como efectiva, con una tesis tan personal y humana como a menudo sorprendentemente política y de rabiosa actualidad, que en el fondo se reduce a un icónico estribillo de esa banda que tanto apasiona a su creador: salimos adelante con un poco de ayuda de nuestros amigos.

Desde aquí, no podemos hacer más que recomendárosla con efusividad y, ya de paso, cruzar los dedos para que Craig McCracken nunca deje de dibujar.

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