Unos años después de firmar el guion de la estupenda Obvious Child (Gillian Robespierre, 2014) protagonizada por Jenny Slate –una de las películas más divertidas sobre el aborto– Karen Maine hizo el corto Yes, God, Yes (2017) invocando una mirada nostálgica hacia los primeros años del cibersexo por chats de internet. Igual que sucedió con Obvious Child, primero corto antes que largo, ha expandido la historia en Sí, Dios mío, sí, su debut como directora.
Sí, Dios mío, sí se ha estrenado en Movistar+ y, como el corto homónimo, cuenta con Natalia Dyer de protagonista. La actriz, conocida por su papel como Nancy Wheeler en Stranger Things, interpreta a una adolescente de un pueblo del Medio Oeste de EE UU. Alumna de instituto católico, los primeros contactos con su sexualidad están circunscritos a la carga de culpa religiosa que le inculcan en clase y los rebobinados instintivos de la escena de sexo en el coche de Titanic.
Es Natalia Dyer quien brilla más fuerte en una película de iniciación que sigue con comodidad los cauces habituales del género aportando la curiosidad de una ambientación en el cambio de milenio que refresca el habitual paseo nostálgico por décadas aún más pretéritas. Uno que Dyer conoce bien, claro; de hecho, se la nota mucho más cómoda con el guion de Maine que en ningún otro título de su filmografía.
El papel de la tímida Alice, temerosa de sus primeras navegaciones en las procelosas aguas de la masturbación y la atracción sexual, permite a la actriz desplegar una imagen de inocencia frustrada que se siente universal. A través de su ceño fruncido y gestos temblorosos se perciben las dudas y la culpa que corroe por dentro, fruto de una educación basada en la represión y la hipocresía.
Maine bebe de su propia experiencia, claro. Ella también creció en los años de jugar al Snake en los móviles, de escuchar a Christina Aguilera (fabuloso el empleo de Genie in a Bottle como canción de punzada hormonal), de conectarse a internet con un modem de 56K y entrar a los chats de AOL (o Terra en España) para tener conversaciones (y más cosas) sin filtro desde el anonimato. Gracias a esos y otros detalles, Sí, Dios mío, sí clava su ambientación en los primeros dosmiles sin caer en el fetichismo nostálgico
Quizás ese sea el mayor logro de la película. La calma y la mesura con la que se toma todo. ¡Hasta las mayores lubricidades! Esa contención también le impide alcanzar un clímax realmente memorable, pero forma parte del aprendizaje darse cuenta de que no es imprescindible. Como le explica a la protagonista esa fabulosa motera encarnada por Susan Blackwell (mucho mejor faro guía que el sacerdote de Timothy Simons, dónde va a parar), lo que hacemos todos es intentar salir adelante.
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