¿Qué fue el landismo? El fenómeno de taquilla que arrasó en la España de los 70

La imagen de Alfredo Landa persiguiendo suecas es inseparable del desarrollismo tardofranquista. 
Imagen de 'Manolo, la nuit' (1973).
Imagen de 'Manolo, la nuit' (1973).
Cinemanía
Imagen de 'Manolo, la nuit' (1973).

Pocos actores o actrices pueden alardear de haber dejado huella en el habla cotidiana de su público. Y si son españoles, menos aún. Por ello, aun sin desdeñar el mérito de la expresión "hacer un Antonio Resines", podemos decir que Alfredo Landa dejó testimonio de su talento (y de su aguante) ayudando a acuñar un término que debería figurar desde hace mucho tiempo en el diccionario de la Real Academia. 

Ese término, por supuesto, es "landismo". Una palabra que conviene recordar hoy, en el décimo aniversario de la muerte del actor, porque dice muchísimo del pasado de nuestro cine... y de nuestro pasado histórico, también. Todo ello a través de un rastro de películas que, como reconocía el propio Landa, solían ser de calidad discutible. 

Hablamos de comedias tirando a gruesas, con un humor basado en los equívocos y los gags de garrotazo y tentetieso. Las cuales, además, solían tentar al público con exhibiciones de anatomía femenina (en lo que permitía la censura) para después colocar una moraleja extremadamente conservadora. Lo cual, en sus mejores momentos, no las impide seguir siendo descacharrantes. 

La invasión de las suecas en bikini

¿Cómo llegó a convertirse Alfredo Landa en el rostro de este fenómeno? Para entenderlo debemos recordar que el actor era un virtuoso de la comedia. Ya en su primer papel importante, como secundario en Atraco a las tres (1962), Landa demostró ser capaz de compartir pantalla con Manuel Aleixandre, Gracita Morales y un inmenso José Luis López Vázquez sin desmerecer en lo más mínimo.

Tengamos en cuenta, además, que el ascenso de Alfredo Landa en el cine español coincide en el tiempo con el desarrollismo. Hablamos de ese período en el que la España franquista salió por fin de la miseria de los años 40 y 50, apoyándose tanto en su alianza con EE UU (cosas de la Guerra Fría) como en el auge del turismo. Ensayando además, de cara a la galería, intentos bastante hipócritas de apertura social.

La (falsa) relajación de la censura, la paulatina acomodación a la sociedad de consumo y la llegada de legiones de extranjeros en busca de ocio barato se sumaron entre sí para dar lugar a ese país delirante radiografiado por Luis Carandell en su libro Celtiberia Show. El SEAT 600 como vehículo, el piso en un barrio de nueva construcción como vivienda y la turista de costumbres relajadas (preferiblemente sueca) como mito erótico fueron los pilares de su imaginario.

Las películas del landismo

Todos estos elementos fueron dejándose ver en el cine español de finales de los 60, con Alfredo Landa como rostro insignia. Entre 1967 y 1970, nuestro hombre apareció en filmes como Novios 68, 40 grados a la sombra y Las que tienen que servir, dirigidas por especialistas en el género como Pedro Lazaga, Mariano Ozores y un José María Forqué que se adaptaba como podía a los devenires de la industria. 

En 1969, Una vez al año ser hippy no hace daño (de Javier Aguirre) y Por qué te engaña tu marido (Manuel Summers) cimentaron la imagen de Landa como el arquetipo de señor bajito cuyo físico poco agraciado (algunos dirían "racial") materializaba la metamorfosis de la España del botijo y la azada en ese nuevo país donde las cosas se pagaban a plazos y algunas chicas (pocas, y siempre bajo miradas reprobatorias) iban por ahí en minifalda. 

La verdadera explosión llegó en 1970, y su nombre fue No desearás al vecino del quinto. La película de Ramón Fernández, escrita por el nefasto Juan José Alonso Millán, no dejaba de ser una farsa llena de chistes homófobos centrados en el personaje de Landa, un modisto que se hace pasar por homosexual para intimar con chicas. En sus memorias, nuestro héroe no se cortó en señalar que le parecía "más mala que Fu-Manchú". Y tenía razón.

Sin embargo, pese a su nula calidad y los problemas con la censura, No desearás... arrasó en taquilla, con 177 millones de pesetas de recaudación frente a 17 de presupuesto y una cifra de público que se acercaba a los cinco millones de espectadores. Eso abrió las compuertas para cintas que seguían su ejemplo, usando el rostro de Alfredo Landa como reclamo para llenar los cines. Todas ellas, señalemos, rodadas con recursos ínfimos y a velocidad maratoniana.  

La emigración a la Europa próspera (¡Vente a Alemania, Pepe!), el auge del spaghetti western en Almería (Vente a ligar al Oeste), el endeudamiento de la clase media (No firmes más letras, cielo) o la quiniela premiada como vellocino de oro (Jenaro el de los 14) fueron algunos de los asuntos abordados por nuestro héroe en las docenas de películas que protagonizó durante los años posteriores.  

Asimismo, como ya adelantamos, muchas de esas cintas apuntaban directamente a la represión sexual del españolito medio. Algunas de ellas, como Los días de Cabirio y Manolo la nuit, tensaban la suspensión de la incredulidad imaginando para Landa una exitosa carrera de gigoló. Ahí la llevan Richard Gere y Paul Schrader, desde luego. 

¿Por qué terminó el landismo?

Que todas las tendencias llegan a su fin es una ley impepinable, y a ella deben someterse tanto los virales de Tiktok como las explosiones cinematográficas de la España rancia. En el caso del landismo, los factores que llevaron a su extinción fueron el fin de la censura y la ambición del propio Landa por desencasillarse. 

A partir de 1977, los cines tuvieron por fin hueco para películas de carácter abiertamente erótico, bajo la famosa clasificación S. De esta manera, los productores ya no necesitaban rodar comedias chuscas para atraer a los espectadores prometiéndoles escenas subidas de tono. Aquel mismo año, además, Landa apareció en El puente, de Juan Antonio Bardem, una película que ponía en solfa su propio arquetipo de obrero salidorro sin más ideología que palpar muslos y ganar quinielas. 

En 1979, para colmo, Andrés Pajares y Fernando Esteso arrasaron en taquilla con Los bingueros bajo la dirección de un Mariano Ozores que, como vemos, no se perdía una. En las carteleras españolas había irrumpido un nuevo tipo de humor, mucho menos sutil que el del tardofranquismo, que marcaría la tónica durante buena parte de los 80. 

Esta transición cinematográfica, que corrió en paralelo a la política, se aprecia en la carrera de un Alfredo Landa que alternó filmes como Historia de 'S', Polvos mágicos y Profesor Eróticus (los títulos lo dicen todo) con Las verdes praderas y las dos entregas de El crack. Tres cintas dirigidas por un José Luis Garci en plena forma que mostraron su versatilidad, bien como ejecutivo estresado, bien como Germán Areta, el detective más hard boiled de nuestro cine. 

¿Tiene una fecha oficial el fin del landismo? Pues sí: el 23 de mayo de 1984, cuando Landa subió al estrado del Festival de Cannes para recoger su trofeo a Mejor actor, ex aequo con Paco Rabal, por Los santos inocentes. Una victoria que escoció lo suyo al actor, quien aseguraba no haber recogido el trofeo en solitario por culpa de las asechanzas de Pilar Miró, pero que marcó un antes y un después en su carrera. 

Aun así, el landismo tuvo un inesperado epílogo en TV. Hablamos de Lleno, por favor, una serie creada por Vicente Escrivá y emitida en 1993 donde el actor interpretaba a un gasolinero extremadamente facha (y casado con Beatriz Carvajal) que podría ser la evolución de su personaje habitual en los 70. Solo que, si algunos títulos del cine landista pueden ser revisados hoy en día, ese show resulta del todo infumable... salvo si se tiene estómago para aguantar a Micky Molina. 

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