'Prometheus': la apuesta más arriesgada de la saga 'Alien'

El regreso de Ridley Scott a la saga que le dio la fama fue recibido de manera polarizada por los fans.
Prometheus
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En 2012, los aficionados al cine de ciencia ficción en general y a la saga Alien en particular estaban de enhorabuena. Ridley Scott regresaba a la franquicia con una precuela de su obra original. Un título emblemático de la historia del género, posiblemente una de las más influyentes de toda la historia del cine y cuyas secuelas –exceptuando la magistral Aliens: El regreso– habían ido devaluando la franquicia, tanto en calidad como en sus resultados en la taquilla.

Tras la mirada de James Cameron, la saga no volvería a ser la misma. La decisión de este último de no intentar recuperar las sensaciones de casa encantada de la primera entrega y su apuesta por reconvertir el horror puro del original en un híbrido entre cine de acción y bélico demostraron que el cambio de género le sentaba muy bien al universo creado por Dan O’Bannon y Ronald Shusett. En cambio, las dos siguientes entregas de la saga, Alien 3 y Alien: Resurrección, dirigidas respectivamente por David Fincher y Jean Pierre-Jeunet, no acabaron de cumplir las expectativas.

Prometheus, estrenada el 8 de junio de 2012 en Estados Unidos, parecía ser la película que devolvería a la saga el prestigio que nunca debió perder. Un estreno que, salvando las distancias, propició un debate y una polémica cercanos a la que viviera George Lucas tras el estreno de Star Wars: Episodio I - La amenaza fantasma. ¿Qué había ocurrido para que, después de 33 años del estreno de Alien y 30 años después de Blade Runner el regreso de Ridley Scott a la ciencia ficción no fuera recibido con el entusiasmo esperado?

Fotograma de una de las escenas más recordadas de 'Prometheus'. (FOX)

El origen de 'Prometheus'

El proyecto llevaba gestándose desde principios de la década de los 2000. Tanto Scott como Cameron querían regresar a la saga que les dio la fama. Pero la decisión de Fox de desarrollar el crowdpleaser –surgido de un easter egg salido del clímax de Depredador 2 y posteriormente de los cómics homónimos de Dark Horse– y que lo dirigiera Cameron, hizo que este último abandonara la idea de volver a la saga, ya que consideraba que este crossover chusco entre los monstruos más populares del estudio sería el último clavo en el ataúd de la franquicia.

Sin Cameron, solo quedaba Scott. Y este no volvería hasta finales de la primera década del siglo XXI, cuando le propusieron el guion de un recién llegado llamado Jon Spaihts. En el libreto, Scott descubrió que Spaihts se centraba en algo que él mismo estaba sorprendido de que nadie hubiera intentado desarrollar antes: el space jockey que descubría la tripulación de la Nostromo en el planeta LV-426 en la primera entrega. Una criatura diseñada, al igual que el xenomorfo, por el mismísimo H.R. Giger.

La especulación de los aficionados a la saga sobre esta elefantiásica figura acabaría por convertirla en un tótem de la ciencia ficción contemporánea. ¿Quién era? ¿De dónde provenía? ¿Por qué tenía el torso reventado, como si un xenomorfo hubiera salido de su interior? ¿Qué era la estructura en la que estaba situado cuando la tripulación de la Nostromo encontraba su cadáver? El libreto de Spaiths daba todas las respuestas.

Del 'space jockey' a los Ingenieros

Lo primero que hizo Spaiths fue cambiar el nombre de dichas criaturas: de space jockeys a Ingenieros. Y lo segundo, hacer que su forma exterior no fuera su fisonomía, sino una armadura o traje espacial que ocultaba su verdadera identidad y su forma humanoide. Y, a partir de las teorías de Erich von Däniken, relacionarlo con la génesis de nuestra raza. Una temática que enlazaría a la saga Alien con la otra obra cumbre de Scott, Blade Runner, la adaptación del relato de Philip K. Dick titulado ¿Y si los androides soñaran con ovejas eléctricas?

Eso era lo que realmente le interesaba al cineasta británico. Ya antes de que Spaiths presentara su propuesta a los ejecutivos de Fox, Scott tenía claro que, vista la deriva de la saga en sus secuelas, lo único que podía reinventar la franquicia era mirar al pasado, a los acontecimientos previos a la primera Alien. Y esta propuesta le servía perfectamente a Scott para sus propósitos.

No solo porque no tenía que continuar esas secuelas apócrifas, sino porque también le permitía no centrarse en el xenomorfo, una criatura a la que la sobreexplotación y la sobreexposición habían acabado pasando factura. El único problema del guion de Spaiths era que pretendía ser una precuela directa del primer Alien. Y Ridley Scott quería que tuviera una cierta clase de independencia de la saga original y no ser necesariamente una causa-efecto directa de la primera entrega. Ahí entró el guionista Damon Lindelof.

De Jon Spaiths a Damon Lindelof

Lindelof partiría de la propuesta inicial de Spaiths, pero eliminaría toda referencia directa de la criatura creada por H.R. Giger. Sobre todo, quería que fuera una cinta autosuficiente, casi una primera entrega de un trabajo que Scott pretendía desarrollar en una posible trilogía que acabaría enlazando directamente con el primer Alien.

Aunque Spaiths no piensa igual y en declaraciones al documental dirigido por Charles de Lauzurika –que acompaña la edición especial en formato físico de la cinta– considera que la contratación de Lindelof estuvo más motivado por cuestiones corporativas -la inseguridad de que la propuesta más comercial y potente de Fox para el 2012 la escribiera un novato- que creativas, lo cierto es que el concepto inicial en el que estaban de acuerdo Lindelof y Scott era, a priori, más interesante que el de Spaiths.

Digo a priori, porque aunque la película busca infructuosamente alejarse lo máximo posible de los elementos que convirtieron Alien en un clásico infinitamente homenajeado y emulado. La lucha entre la originalidad y la reverencia a la obra inicial es lo que provoca las irregularidades más destacables en un trabajo tan atrevido y fascinante en la mayoría de ocasiones como frustrante en otras.

Del terror espacial a la ciencia ficción 'high brow'

Prometheus arranca de una manera diametralmente opuesta al resto de películas de la saga. En dicha secuencia, unos seres extraterrestres de aspecto humanoide (los antiguos space jockeys ahora denominados Ingenieros, como descubriremos más adelante en el filme) realizan una suerte de experimento con sacrificio incluido de uno de los suyos (en clara alusión al sacrifico de Cristo) que desembocará (como también averiguaremos después) en el nacimiento de la raza humana.

La siguiente secuencia nos lleva al año 2089, 33 años antes de los acontecimientos de la Alien original y de nuevo otro eco con la figura de Jesucristo con la edad que tenía en el momento de su crucifixión. Los arqueólogos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y Charlie Holloway (Logan Marshall-Green) descubren una serie de pinturas rupestres que indican la invitación de unos seres extraterrestres; serían realmente los que dieron lugar a la vida y la evolución humana y fueron confundidos por dioses.

Justo después conocemos al otro gran protagonista de la cinta: David. Un androide interpretado excepcionalmente por Michael Fassbender y que se convierte por méritos propios en la gran revelación de la cinta. Un personaje que sirve de conexión entre Ingenieros, humanos e Inteligencia Artificial, al ser los segundos los creadores de esta nueva raza de seres.

David: la perfección

Posiblemente David sea el elemento más interesante y ambiguo de la película, ya que no solo juega con las expectativas del fan de la saga –en el original, Ash el androide interpretado por Ian Holm, se convierte en el verdadero villano del filme– sino también porque le sirve a Scott para seguir desarrollando el discurso de lo que significa ser humano, tema central de Blade Runner.

La localización donde nos encontramos a David ya es un lugar confortable para el aficionado a la franquicia. Una nave espacial llamada Prometheus que David recorre, invitando al espectador a visitarla junto a él, igual que el travelling subjetivo que Scott hacía con la Nostromo en los primeros compases de Alien. 

A partir de ahí, los déjà vu no dejan de sucederse: el despertar del equipo de investigación que acompañará a Elizabeth y Charlie en la expedición al planeta denominado LV-223 (no confundir con el LV-426 de la entrega original) de las cámaras criogénicas, el aterrizaje en el planeta inhóspito, el descubrimiento de una sala de incubación similar con sutiles diferencias a la que encuentran los tripulantes de la Nostromo, etc…

Dichos elementos, más un diseño de producción que homenajea y reinventa el trabajo fundacional de H.R. Giger –el artista suizo fue invitado a la producción e incluso fue testigo del trabajo de preproducción, pero finalmente por problemas de agenda no pudo involucrarse– más una estructura narrativa que sirve de espejo a la de la original, hace que la cinta oscile constantemente entre una reinterpretación y a la vez una desviación total.

Entre la bifurcación y la pleitesía al original

Si en Alien el momento clave era el nacimiento del xenomorfo desde el interior del cuerpo del personaje interpretado por John Hurt, aquí lo es el aborto de la criatura que anida en el interior de Elizabeth Shaw; o de Janek, el personaje de Idris Elba, fusión de los interpretados por Yaphet Kotto y Tom Skerrit en la Nostromo. Sin olvidar que la teniente Ripley aquí es escindida entre Elizabeth Shaw (la fragilidad física de Rapace también sirve de eco del personaje de Veronica Cartwright en Alien) y el poderío físico de Meredith Vickers, encarnada por Charlize Theron.

Un juego de referencias que acaba saliéndose por la tangente, dejando fuera de campo lo que se espera de la saga (las apariciones de las sucesivas evoluciones del xenomorfo nunca acaba dando un Alien tal cual lo ideó Giger) y sacando a la luz aquello que quedaba opacado en la saga original: la Weyland Corporation, empresa que está detrás de la explotación de la criatura aquí es sacada a la luz con dos personajes, el mencionado de Charlize Theron y el de su padre, el dueño de la compañía, Peter Weyland, interpretado por un Guy Pearce enterrado bajo infinitas capas de maquillaje.

Ese baile entre lo esperado y lo inesperado quizá fue lo que alienó a muchos fans de la saga, al no hallar aquello que ellos pensaban encontrar. Algo que Scott tenía muy claro que quería evitar. Pero a su vez, al basar su estructura y su estilo en la Alien original, Prometheus a veces cae presa de esas mismas contradicciones. Por ejemplo, la idea de emular la tripulación de la Nostromo para ofrecer un nuevo body count de víctimas, hace que muchos de estos personajes estén absolutamente infracaracterizados. Incluso, en su necesidad de que la trama avance hacia donde quieren Scott y Lindelof, actúan totalmente fuera de personaje, en especial los interpretados por Sean Harris y Rafe Spall.

Pero hasta los personajes principales y sus motivaciones quedan ahogados en un reparto demasiado abultado. Elizabeth y su fe cristiana vapuleada por el descubrimiento de quiénes son los Ingenieros queda como mero apunte a pie de página. La interesante relación entre Peter Weyland y su hija no se desarrolla. Y el carisma de un inmenso Idris Elba queda lastrado por una evolución y unas acciones de su personaje (su sacrificio final en la secuencia más espectacular del filme) harto cuestionables.

Así con todo, Prometheus es una obra que hay que aplaudir por su intento de salirse de las normas y los caminos fáciles de toda secuela y precuela de una franquicia encorsetada. El concepto detrás de Prometheus amplía el abanico conceptual de la saga, llevándola mucho más allá de la monster movie que era la original y sus secuelas, acercándola a la ciencia ficción high brow. 

Y la obsesión de Scott por construir todos los sets en los estudios Pinewood, utilizando el CGI única y exclusivamente para aquellos planos y secuencias que no se pudieran realizar de otra manera, da como resultado uno de los blockbusters más bellos y elegantes del Hollywood contemporáneo.

Lamentablemente, el recibimiento polarizado a la cinta, su relativo éxito en la taquilla (403.4 millones de dólares en todo el mundo) y la necesidad de estudio y fan fatales de la saga de que la franquicia que querían que los xenomorfos fueran de nuevo los dueños de la función dio como resultado una secuela cinco años después, Alien: Covenant, que tiraba por tierra todos y cada uno de los aciertos de Prometheus. Y que irónicamente funcionó aún peor en la taquilla (240,90 millones de dólares). Algo que acabaría enterrando las posibilidades de una tercera entrega, también dirigida por Scott, que habría enlazado ya si con el arranque de su Alien.

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