El golpe de Paul Newman y Robert Redford: cuando le birlaron el Oscar a 'El exorcista'

En los Oscar de 1974, los timadores de 'El golpe' quisieron jugársela al mismísimo Satán... y lo consiguieron.
Paul Newman y Robert Redford en 'El golpe' (1971) dirigida por George Roy Hill
Paul Newman y Robert Redford en 'El golpe' (1973) dirigida por George Roy Hill
Paul Newman y Robert Redford en 'El golpe' (1971) dirigida por George Roy Hill

Pocas cosas pueden dibujar una sonrisa más rápidamente en el rostro de una persona, hacer que su sistema nervioso rebose de serotonina, como la inolvidable melodía con la que se abre El golpe: The Entertainer, escrita a principios del siglo XIX por Scott Joplin. Realmente, EE UU a principios de los 70 necesitaba un chupito de felicidad. El país se desangraba por la guerra de Vietnam y por el bochorno de ver a su presidente convertido en un criminal.

Los protagonistas

Por entonces, David S. Ward es, sin embargo, un tipo feliz. Joven y talentoso, intenta medrar en la industria del cine con dos guiones. Como tiene problemas mecanográficos graba el argumento de sus guiones en cintas de cassette. Así se entera el actor y productor Tony Bill de la existencia de El golpe, la historia de la venganza de dos irresistibles timadores durante la Gran Depresión. 

Así se enteran sus socios, el matrimonio formado por Julia y Michael Phillips. Aquella cinta debía ser como el famoso chiste de los Monty Python, el más letal del mundo, que hacía reír a quien lo leyera. Cualquiera que lo escuchaba quedada seducido por su trama.

El plan

El trío de productores recorre todos los estudios de Hollywood. Quien más caso les hace son The Zanuck/Brown Company, a sueldo de Universal. Como a todo el que sabe de él, les entusiasma el guion, y también, como a todos, les horroriza la posibilidad de que se eche a perder con Ward en la dirección. Zanuck y Brown tienen a George Roy Hill apadrinando a su mirlo blanco, Steven Spielberg, en su segunda película, Loca evasión. 

Tras revolucionar los códigos del musical con Millie, una chica moderna (1967) y del western con Dos hombres y un destino (1969), Roy Hill ve en la historia de Ward la posibilidad de dejar su impronta en el cine de gángsters. Además, él es el hombre que lanzó la carrera de Robert Redford hace ya tres años con el personaje de Butch Cassidy. Y el rubio está casi obligado a aceptar el proyecto, asfixiado por sus asuntillos inmobiliarios en Sundance. 

Siempre, claro, con una condición: “Me caía bien Ward, pero era inexperto”, recoge Michael Feeney en la biografía de Redford. Por más que le desagrade a Julia Phillips, que lo define en sus memorias como “otro hombre de negocios disfrazado de artista”, Roy Hill será el cerebro de la operación.

El anzuelo

Hacer una película de época resulta extremadamente costoso. ¿No sería un reclamo interesante volver a reunir a Redford y Paul Newman a las órdenes de Hill una segunda vez? Los 500.000 dólares que van a cobrar los dos, la cantidad más elevada jamás pagada a un actor, son tentadores. Pero Newman exige el papel de Gondorff, el maestro del timo, para el que ya está apalabrado Peter Boyle. 

Se supone que es una bola de sebo y no un madurito interesante. Es el primer papel en el que Newman ya no sería el pimpollo más fresco del cine. Paul se lo piensa. Según Feeney, Redford desencalla la situación cediendo su porcentaje de taquilla a Newman. “Me sentía obligado con Paul, por lo que me había apoyado al inicio de mi carrera. Se lo di. Se quedó con mi porcentaje, que se convirtió en una fortuna de millones y millones de dólares”.

El cuento

Redford como Hooker y Newman como Gondorff están extraordinarios, pero es que el villano, Doyle Lonnegan (“¡Me llamo Lonnegan!”, en un chiste recurrente prestado, tal vez de El tercer hombre) no les va a la zaga. Robert Shaw iniciaba así su trilogía de repulsivos geniales (habría que sumarle Tiburón y Pelham 1, 2, 3). Shaw es una sugerencia de Paul Newman, cuando Richard Boone, el Lonnegan original, hace mutis por el foro dos días antes de empezar a rodar. 

Actor de carácter y con carácter, la lía el primer día de rodaje, cuando llega al set con una cojera por causas “deportivas”. Suena a cuento, porque todo el mundo sospecha que la lesión se debe a su gran afición, la gimnasia alcohólica. Hill hace de la necesidad virtud e incorpora la cojera de Shaw al personaje.

El tinglado

“No se ve como un autor, sino como un administrador”, son las palabras que Julia Phillips le dedica a George Roy Hill. El director, siempre reacio a la promoción de su persona, monta una producción espectacular. Otras películas, como Luna de papel o Bonnie & Clyde ya han revisitado los años 30, pero ninguna de forma tan lúdica y estilizada. El golpe no es una película de época, sino un homenaje al cine de época. 

De los intertítulos a las escenas casi silentes, como la muerte de Salino, pasando por la fotografía de Robert Surtees, las ilustraciones imitando las de la revista Saturday Evening Post, las transiciones y cortinillas entre escenas o la paleta de colores, todo es un remedo de las películas clásicas de gángsters de la Warner. 

En la biografía que le dedica Andrew Horton, Hill afirma: “La película es pura diversión, y no me preocupaban los elementos anacrónicos […] Por ejemplo, en las escenas callejeras de aquellas películas no se usaban extras. A Jimmy Cagney le disparaban y moría en calles vacías. Así que hice lo mismo”.

El esquinazo

El ilusionismo de su puesta en escena enfurece al joven Ward. “Ya sé que, si esto fuera de un joven director, habría un montón de planos callejeros sórdidos, narices mocosas y puertas”, dice Hill el Administrador. Afortunadamente para él, se declara una huelga de guionistas y Ward desaparece de su vista. Ya solo se debe concentrar en sus roces con Newman, actor de método y, por lo tanto, pesado intensito. 

Las estrellas, sorprendentemente, se llevan a partir un piñón, como reconoce Newman: “No había un papel protagonista. Eso nos obligó a dar lo mejor de nosotros mismos y a competir. Pero yo gané. Me hice con el público sentado. Redford se pasa toda la película corriendo”.

Finaliza el rodaje y Universal sube la apuesta: estrena a lo grande el mismo día que El exorcista, de William Friedkin. Lucha por la taquilla y lucha por las nominaciones a los Oscar. Más recaudación para el padre Karras, y las mismas diez nominaciones para los pillos Hooker y Gondorff.

El golpe

Entre esas candidaturas, la de mejor actor para un Robert Redford del cual, desde entonces, los Oscar nunca se han vuelto a acordar como intérprete. La ceremonia es igual de emocionante que la carrera final de caballos de El golpe. El exorcista hace las veces de Lucky Dan en el filme y parece adelantarse con mejor sonido y mejor guion adaptado, pero El golpe / Dr Twink rápidamente recupera posiciones: banda sonora, montaje, guion original, dirección artística, director… Así hasta siete premios. 

Cuando les van a dar el de mejor película, irrumpe un streaker con sus vergüenzas al aire ante los mismísimos bigotes de un socarrón David Niven.

También supone el octavo y último galardón para la legendaria diseñadora de vestuario Edith Head, la artista más laureada de la historia de Hollywood que lo agradeció con las palabras: “Imagínense lo que es que te premien por vestir a los dos hombres más guapos del mundo…”. Aunque tal vez el gran hito de aquella gala fue que Julia Phillips se convirtiera en la primera mujer de la historia en ganar un Oscar como productora. 

Tanto éxito solo trajo desdén crítico. Para la viperina Pauline Kael, era Dos hombres y un destino con “el bigote intercambiado”. Y para la revista Time: “No es una película, es una receta”. En épocas descreídas, de Corleones y Popeyes Doyles, su ligereza no apetecía a la crítica ceñuda. Porque Time tenía razón: Roy Hill y sus muchachos había dado con una fórmula, concretamente, la de cómo ser feliz en una sala de cine.

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