Julia Fox ('Diamantes en bruto') saca a la dominatrix que lleva dentro en 'PVT CHAT'

La amante de Adam Sandler en la obra maestra de los hermanos Safdie encarna en ‘PVT CHAT’ a un personaje inspirado en sus propias vivencias
Julia Fox en 'PVT CHAT'
Julia Fox en 'PVT CHAT'
Cinemanía
Julia Fox en 'PVT CHAT'

Filmin estrena PVT CHAT, del neoyorquino Ben Hozie, una película muy independiente –pequeña, imperfecta, pero interesante– en la que la diamantina Julia Fox ejerce de dominatrix, en versión online, una profesión a la que la entonces futura actriz se dedicó cuando iba a la universidad. Es lo mejor que podremos ver de ella hasta que se estrene, a principios de julio, No Sudden Move, la nueva heist movie de Steven Soderbergh para HBO Max, con un reparto eminentemente masculino y ambientada en la Detroit de los años 50.

Para los que no la recuerden, que ya deben quedar pocos, Julia Fox era la empleada y amante del joyero encarnado por Adam Sandler en Diamantes en bruto, de los hermanos Benny y Josh Safdie, película también conocida como “la joya de Netflix”, una obra maestra y total que figuró entre lo más destacado de la cosecha prepandémica de 2019. Al menos para la crítica más avezada, porque no todo el público puede seguirle el ritmo, frenético y adictivo, a los Safdie.

Si Sandler bordaba uno de los mejores papeles dramáticos de su carrera (se contenta con uno con década, aproximadamente), Julia Fox se erigió en la gran revelación de la película, y por supuesto que no sólo por sus formas de dimensiones kardashianas que sonrojarían al mismísimo Russ Meyer. 

La primera gran escena, en paños menores, de la Fox con Sandler tenía algo que podía recordar a la explosiva aparición de Alexandra Daddario en la primera temporada de True Detective, cuando la serie todavía era tildada de “machista”, o incluso traer a la mente otras opulentas Fox (Megan & Samantha), sin parentesco conocido con la que nos ocupa, pero esa belleza tan sensual como exuberante, que tiene el valor añadido de romper con el nocivo canon de la modelo anoréxica, sólo es una parte del personaje, dentro y fuera de la pantalla.

Julia Fox es muchísimo más que eso. Los Safdie llevaban un lustro hablándole de la película, y cuando Diamantes en bruto pasó de peli indie a proyecto gordo, con la incorporación de Scott Rudin y Martin Scorsese como productores, la Fox tumbó a otras 299 aspirantes –incluidas estrellas de la talla de Scarlett Johansson, Jennifer Lawrence o la mismísima Kim K., que se dice que olisquearon el papel–, y los Safdie, para celebrarlo, le pusieron Julia a su personaje: Julia de Fiore. 

No hubo estrella que pudiera con ella, y no sólo por esas curvas que desbordaron un Playboy de 2015, dos años antes de la defunción del ya mítico magazine fundado por Hugh Hefner. La química con Sandler era brutal, y Julia se metió a su personaje en el bolsillo. Ella sí que le podía seguir el ritmo a los Safdie, iba sobrada de carisma, determinación y background. Fox ya era estrella antes de ser estrella, o por lo menos ya era personaje antes de ser personaje. Hasta podríamos decir que era una artista a la que sólo le faltaba actuar.

Reina de Manhattan

Tanto Diamantes en bruto como PVT CHAT transcurren en Manhattan, la primera a la altura de la calle 42 y la segunda, mucho más abajo, en un Chinatown que Ben Hozie gusta de fotografiar por la noche, con un convincente realismo nocturno, que nos da la impresión de estar ahí, comprando cervezas a deshoras. Hozie, de hecho, empezó a filmar su película antes de arrancara el rodaje de Diamantes en bruto (y la acabó después), pero Fox, por entonces, no era en absoluto una desconocida en la noche neoyorquina. Todo lo contrario.

La futura actriz e insta-girl, que hoy va por los 595k followers, llegó a Nueva York, concretamente a Yorkville (por encima de la calle 79), con apenas seis años, dejando atrás a su madre y a la madre patria -nació en Milán, en 1990–, de la mano de un padre separado tan poco responsable como el de Go Get Some Rosemary (2009), de los Safdie, que la dejaba a su libre albedrío.

Así llegó a la salvaje adolescencia. A los 13, la pillaron robando en Bloomingdales, grandes almacenes para los que ha acabado anunciando productos de belleza; a los 14 se fugó con un pequeño traficante y a los 17 ya tuvo una experiencia cercana a la muerte con una sobredosis, un capítulo que luego plasmó a su manera en RIP Julia Fox (2017), una exposición que consistía en desnudos pintados en bastidores de seda con su propia sangre. 

Entre el camello y la sobredosis conoció a Briana Andalore, su amiga del alma, con la que acabaría lanzando una línea de ropa bastante sugerente. El encuentro tuvo lugar en una fiesta de Yorkville a la que Julia acudió con lookazo, un gatito en los brazos y documentación falsificada que la acreditaba como mayor de edad.

Artista multimedia

Qué más. Julia no puede parar de crear. En 2015, autopublicó un libro (hoy agotado) basado en sus relaciones tóxicas (Symptomatic of a Relationship Gone Sour: Heartburn / Nausea), en cuya portada aparecía pinchándose –a lo Arielle Holmes en Heaven Knows That (2014), de los Safdie–, y en 2016 inauguró su primera exposición en solitario, titulada PTSD –las siglas de Post Traumatic Stress Disorder–, en la que mostró las fotografías tomadas durante un viaje por las zonas más pantanosas, en todos los sentidos, de Luisiana, ahí donde se rodó Bestias del sur salvaje (Benh Zeitlin, 2012), pero con un espíritu toxicómano más cercano del West Monroe de The Other Side (Roberto Minervini, 2015), más pegamento y menos ecología.

En los últimos tiempos también ha dirigido un corto, Fantasy Girls, que nadie parece haber visto todavía, pero que implica adolescentes y prostitución, y se ha prestado a cameos en clips como Jackboys, del rapero Travis Scott, o en la película Puppet (Adam Levett y Chris Levett, 2020), una excentricidad sobre ese underground neoyorquino que se conoce como la palma de su mano. Lo protagoniza el diseñador Carly Mark, y The Face definió la película como “el psicodrama psicodélico que no podrás olvidar”. 

También ha tenido tiempo de volver a emparejarse y de tener un hijo, Valentino, con un tal Peter Artemiev, de profesión piloto privado, como el de Diamantes en bruto. Uno de sus últimos y más sonados posados en Instagram fue luciendo bombo de nueve meses tal y como vino al mundo.

Lo de dominatrix surgió cuando su novio traficante acabó en la cárcel, como era de prever, y ella, después de acudir al mismo instituto al que fuera Basquiat –una de sus influencias– ya iba a la universidad. Le atrajo que no tuviera que mostrarse desnuda, ni tener sexo con los clientes, y la experiencia acabó despertando su vocación por la actuación y desarrollando su capacidad de improvisación. 

En Rolling Stone, explicó: “No había guion, con unas pocas indicaciones tenías que hacerte a la idea de los intereses del cliente, y construir a partir de ahí, improvisando todo lo demás. Imagínate tener que hacer eso varias veces al día con diferentes disfraces –de monja, profesora, enfermera, madre–, dependiendo de los deseos de los clientes. Estaba bien pagado, y había cierta camaradería entre los trabajadores. Llegué ahí hecha una adolescente angustiada, y salí siendo una mujer segura de sí misma”.

Dominatrix en versión cam-girl

En la película de Hozie que estrena Filmin, Peter Vack –visto en series como Love Life, Mozart in the Jungle o Homeland– es un ludopata que parece ganarse la vida jugando al blackjack online, y mantiene una relación virtual, a base de créditos, con la dominatrix a la que da vida una Julia Fox enfundada en látex negro. Lo que más le gusta es contemplarla fumando cigarrillos, y lamer la pantalla simulando que ella le apaga un cigarrillo en la lengua, mientras se masturba agitadamente, antes de culminar en el triste suelo de su habitación.

Una fantasía como otra cualquiera, diremos, que al final se convierte en algo así como un tratado sobre las relaciones virtuales de hoy en día, esas que resultan absolutamente incomprensibles a los mamíferos analógicos con más de medio siglo a sus espaldas, porque no pueden entender que una relación amorosa o sexual pueda iniciarse sin haber tocado, olido y saboreado a la otra persona. El amor puede ser como ver una película, una película como esta en la que hay pene, desnudos y no pocas escenas de masturbación, para los que quieran estar avisados de estas cosas.

Ben Hozie lleva las cosas más lejos para decirnos que, en este mundo de pantallas interpuestas, el contacto físico, el sexo de antaño que implicaba los cinco sentidos, se ha devaluado completamente en beneficio de la imagen bidimensional, que ni huele, ni siente, ni sabe a nada. Cuando Peter tenga al alcance de la mano sus fantasías, preferirá no tocarla, un mensaje perturbador, especialmente en plena resaca de una pandemia que, entre otras cosas, nos ha demostrado que estábamos sobradamente preparados para mantener esa distancia social propia del mundo virtual.

En sintonía con las recientes Borrar el historial (Benoît Delépine y Gustave Kervern) o Los Mitchell contra las máquinas (Michael Rianda y Jeff Rowe), PVT CHAT está en esa onda de denuncia contra nuestra dependencia tecnológica, mostrando cómo llegamos a someternos a nuestros portátiles, con los que hemos desarrollado una auténtica relación sadomasoquista. Y, por supuesto, nos ofrece todo un recital de carne y látex marca Fox.

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