'Hellraiser': la más perversa fábula de dolor y placer de Clive Barker

El debut en el cine del escritor Clive Barker sería al slasher de los 80 lo que la línea Vertigo de DC al cómic de terror.
Hellraiser
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Cinemanía
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Es difícil comprender la importancia y la trascendencia de una obra como Hellraiser en el presente. Su llegada a las salas de cine provocó un impacto y un seísmo en el subgénero pocas veces visto. Sobre todo porque, aparentemente, era un nuevo intento de arrastrar a las enfervorecidas masas de adolescentes que disfrutaban (disfrutábamos) de las innumerables secuelas de sagas como Viernes 13, Halloween o Pesadilla en Elm Street.

El reclamo publicitario era el icónico Pinhead, con su ajustada y viscosa túnica fusión de cuero y carne, más ese lívido rostro, los profundos ojos abisales puntuados por una infinidad de clavos o alfileres y una suerte de cubo de rubik maligno, de infinitas y peligrosas combinaciones que sostenía entre sus manos. El artífice de todo esto era el director británico novel Clive Barker.

Barker solo era desconocido para el público cinematográfico. Los aficionados a la literatura de terror sabían que este joven británico era, como mencionaba el mismísimo Stephen King en las frases promocionales de la película, “el futuro del terror”. Y no era para menos. La publicación de su recopilación de relatos de terror titulada Los libros de la sangre habían provocado un revulsivo en el género pocas veces visto.

Todo gracias a su fusión de los códigos y temáticas clásicas del género, junto a unas imaginerías perversas. Evolución de la nueva carne cronenbergiana a la que Barker añadía elementos del universo S&M, donde las laceraciones de la carne y lo gráfico de sus descripciones daban lugar a unos relatos entre el dolor, el placer y el estremecimiento que servían como exorcismo de los fantasmas que había dejado la Inglaterra thatcheriana.

Algo semejante había ocurrido en el mundo del cómic americano unos años antes con la llegada de Alan Moore a las páginas de La cosa del pantano, pervirtiendo y abriendo las mentes de unos lectores que hasta el momento habían consumido unos relatos de horror que no penetraban en sus carnes de la manera que el británico desarrollaría a lo largo de cinco años. Una senda que luego continuarían autores como Neil Gaiman en los primeros compases de su Sandman o Peter Milligan y su Shade: El hombre cambiante.

Rodaje de 'Hellraiser'
Rodaje de 'Hellraiser'
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Clive Barker: de escritor a cineasta

Clive Barker ya había probado suerte en el cine con las adaptaciones de Underworld y Rawhead Rex, en las que el no había participado creativamente. Nada contento con los resultados y motivado por su experiencia al frente de una compañía de teatro alternativo llamada The Dog Company, de la que era director, decidió adaptar con gran parte de ese equipo uno de los relatos más populares de sus Libros de la sangre: The Hellbound Heart. Lo que daría pie a la película Hellraiser.

Buscando financiación de manera infructuosa dentro de suelo británico, Barker, junto al productor Chistopher Figg, fueron contactados desde el otro lado del Atlántico por la productora New World Pictures, que buscaba una franquicia de terror que pudiera conseguir los resultados de taquilla de la joya de la corona del género por aquel entonces, Pesadilla en Elm Street.

Con un presupuesto de 900.000 dólares y un plan de rodaje de 7 semanas –que se extendió hasta 10 en total– la cinta se rodaría en parte en los estudios Pinewood y, sobre todo, en una vivienda abandonada que se convertiría en el nuevo hogar del trío protagonista: el matrimonio conformado por Larry, su esposa Julia y Kirsty, la hija del primero.

Hellraiser
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Entre el noir, el beat y el subgénero de casas encantadas

Lo más interesante de la película y su juego de expectativas es que Pinhead y su escuadrón de cenobitas (seres interdimensionales cercanos en concepto, que no en intenciones, a los Eternos del Sandman de Gaiman), supuestos serial killers cercanos a los Freddy Krueger, Jason Vorhees o Michael Myers de sus supuestas franquicias rivales, no son los protagonistas de la función. Ni siquiera se les podría considerar los villanos.

Ese papel le corresponderá a Frank, hermano de Larry y antiguo amante secreto de Julia, que acabará atrapado –gracias a ese cubo de Rubik diabólico– en las sesiones de dolor y placer proporcionadas por unos cenobitas que lo buscan tras haber resucitado gracias a la sangre accidental de Larry.

Así, Hellraiser supone una hibridación de tres géneros en apariencia imposibles de reconciliar: el noir, la mansión encantada e incluso una derivación perpendicular de la literatura beat versión William S. Burroughs, que Barker consigue fusionar sin aristas para entregar al público del slasher una obra de terror absolutamente única en su género.

En su epidermis, la trama principal de la película es un noir de manual. La relación a tres entre el pacato Larry (interpretado por Andrew Robinson, el asesino del zodíaco de Harry el Sucio), su esposa Julia y su hermano Frank remite a clásicos donde la mujer fatal, el marido “inocente” y el amante perverso son el centro del relato. Por supuesto, jugando a pequeñas modificaciones que no convierten a Hellraiser en un remedo manido. Julia es una femme fatale para Larry, pero una mujer sumisa y maltratada por el diabólico Frank.

Hellraiser
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A su vez, es la bruja mala y madrastra de la fábula del personaje más endeble del relato, Kirsty, la joven hijastra que intenta convertirse en la Nancy de la Pesadilla en Elm Street original, pero con tan poco tiempo en pantalla que su presencia como figura virginal e inocente solo sirve más para hacer avanzar la trama que como entidad de peso en el relato.

El verdadero protagonista es Frank en su doble papel de cadáver en progresiva recomposición (que da lugar a las secuencias más escalofriantes y gráficas de la cinta) y transformación orgánica y física (con ecos de la extrañeza de los doppelgangers de La invasión de los ladrones de cuerpos) bajo la fisonomía, en el acto final, de su hermano Larry. Proporciona además un elemento incestuoso a una obra ya de por si repleta de sexualidades perversas.

El elemento beat lo aporta también Frank con su estilo de vida en busca de experiencias al límite, cercanas a las del mencionado Burroughs o Hunter S. Thompson. Todo ello, por supuesto, rodeado de un componente sobrenatural al poner sus manos en un cubo de rubik diabólico de Oriente Medio que abre la puerta al elemento sobrenatural. En esta reinterpretación de las casas encantadas, el hogar de Larry y Julia es una vivienda real cuya arquitectura horizontal y estructurada en base a una escalera circular permite a la película sugerir las jerarquías de poder que se crean entre todos los personajes.

Purulencia sobrenatural

A su vez, Barker hace un uso espléndido de la opresión de filmar en un set de rodaje tan limitado trasladando las sensaciones del rodaje a la propia ficción. Gracias a la repulsiva organicidad del diseño de producción de Michael Buchanan, la vivienda obtiene una personalidad inequívoca como lugar donde el horror cenobita se hará presente en toda su visceralidad y carnalidad.

Cenobitas
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Porque no nos engañemos, aunque tengan poco tiempo de presencia en pantalla, las estrellas de la función son los cenobitas, realzados y convertidos en icónicas figuras del horror gracias a un equipo de especialistas en maquillaje y prostéticos comandados por Nigel Booth.  

Llevaron el gore hasta sus últimas consecuencias a partir de viscosidades orgánicas, perversiones de la carne salidas de la peor de las pesadillas y un gusto por la purulencia que a día de hoy todavía ha sido difícil de superar, no en calidad, sino sobre todo en la capacidad de Barker y su equipo de llevar el body horror a su máxima expresión.

Una obra tan fundamental como imperfecta

Por supuesto, Hellraiser no es perfecta, ni muchísimo menos. En primer lugar, por lo endeble de la construcción del personaje de Kirsty. Pero también con algunas decisiones narrativas y formales excesivamente redundantes (el accidente de Larry en paralelo al agresivo coito del pasado de Frank y Julia) o ese tren de la bruja en el que se convierten los minutos finales (tras la tan repulsiva como hipnótica tortura final a Frank). Los cenobitas pasan de ser seres ultradimensionales por encima de los humanos a serial killers de manual.

Esos pequeños defectos no empañan una de las películas de terror capitales y fundamentales de los 80, que influiría con su sello británico a un terror americano algo adormecido. A partir de una fusión de géneros y lugares comunes aporta una mirada mucho más perversa, repleta de capas de lectura y chispa para la explosión posterior de géneros como el splatterpunk o la proliferación de un body horror que arrancó desde principios del siglo XXI hasta nuestros días. Además de acabar derivando en una franquicia cinematográfica de lenta pero progresiva decadencia.

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