Godard, ese troll: las anécdotas más escandalosas de un genio del cine

El director franco-suizo no solo destacó por su obra, sino también por su capacidad de sacar al prójimo de sus casillas.
Jean-Luc Godard.
Jean-Luc Godard.
Cinemanía
Jean-Luc Godard.

"No estaba enfermo: solo estaba exhausto". Así ha explicado la familia de Jean-Luc Godard su decisión de recurrir al suicidio asistido. Algo que, si bien responde a motivos que nadie tiene el derecho de cuestionar, ha puesto de luto al mundo del cine, obligado a despedirse del autor de Al final de la escapada, Adiós al lenguaje y otras películas capitales

Así pues, toca homenajear a Godard. Y, una vez repasadas las películas imprescindibles para conocerle, es el momento de rendir tributo a su otra faceta más destacada: la de troll. Conocido por su mal carácter y por un sentido del humor extremadamente corrosivo, el cineasta dejó durante décadas un rastro de salidas intempestivas, broncas legendarias y frases capaces de arruinar la autoestima de cualquiera. 

Así pues, ofrecemos una pequeña selección de sus momentos más espectaculares. Los cuales siguen demostrando que un director de cine también puede ser una estrella, para lo bueno y para lo malo. 

Su pelea con Truffaut

Aliados al principio, amargos enemigos al final: Godard y el autor de Los cuatrocientos golpes se conocieron trabajando en Cahiers du cinéma (la mítica revista de cine), dieron juntos los primeros pasos de sus carreras… y acabaron protagonizando una de las rupturas más amargas de los anales del séptimo arte. 

A la altura de La noche americana (1973), la sátira de Truffaut sobre el mundo del cine que acabaría ganando un Oscar, un Godard en plena fase maoísta escribió a su aún amigo señalando que aquella cinta le había parecido un horror y exigiéndole dinero para un nuevo filme. Truffaut respondió con una misiva a la altura, y el resultado fue una correspondencia llena de insultos salvajes, a la par que creativos.

El documental Truffaut y Godard: Two in the Wave da testimonio de un enfrentamiento que no terminó ni siquiera con la muerte del primero en 1984, a los 52 años: en un texto sobre su examigo, Godard le describió como un buen crítico, pero un mal director. En 1988, sin embargo, otro texto del cineasta mostraba cierta añoranza por sus años de buena compañía. "Si nos despedazamos poco a poco el uno al otro", apuntaba Godard, "era por miedo a ser el primero que acabase devorado vivo". 

Sus pullas a otros directores (y de otros directores)

Jean-Luc Godard y Steven Spielberg.
Jean-Luc Godard y Steven Spielberg.
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"Tarantino llamó a su productora como una de mis películas [Banda aparte]. Habría hecho mejor dándome dinero", soltó Godard acerca de su fan más célebre en Hollywood. "No le conozco en persona. Creo que sus películas no son muy buenas", apuntó sobre Steven Spielberg. Y, cuando le preguntaron qué le parecía el Apocalypse Now de Coppola, lo zanjó con un sencillo "la Guerra de Vietnam costó más dinero". 

Así pues, Jean-Luc no se cortaba a la hora de propinar pullas a compañeros de gremio. Pero estos también le devolvían el golpe más pronto que tarde: "Cualquier cosa de Godard es una engañifa frente a una buena película de kung-fu", decía Werner Herzog, mientras que Orson Welles hizo burla de sus ambiciones intelectuales e Ingmar Bergman, más escueto, definió su cine como "un puto coñazo". 

De este modo, queda claro que no solo la historia del séptimo arte sería muy distinta sin Godard: también lo serían las antologías de insultos entre directores de cine. 

'King Lear', toda ella

Las películas de Godard no serían lo mismo sin su su sentido del humor, inmisericorde y de color betún la mayoría de las veces. Pero el mayor bromazo del director tuvo lugar cuando este sedujo a la compañía responsable de muchos de los filmes de serie B más pestíferos de los 80 para rodar una película que resultó ser un trolleo con todas las letras. 

La compañía en cuestión era la Cannon, la misma que llevó al Olimpo de los videoclubes a Chuck Norris con Desaparecido en combate. La película fue King Lear, un filme que debería haber sido una suntuosa adaptación de Shakespeare y acabó siendo una de las mayores comidas de tarro en la filmografía de su director, inaccesible incluso para sus devotos. 

Desde las condiciones de su contrato con Cannon (¡redactado en una servilleta durante un festival de Cannes!) hasta la decisión de Godard de contar con Woody Allen y Molly Ringwald en el reparto, King Lear demuestra que Godard no solo era un cineasta magistral, sino también un sujeto con más cara que espalda. 

Su encerrona a Woody Allen

Que el director de Annie Hall y Godard trabajaran juntos en King Lear ya es raro de por sí, tratándose de dos cineastas tan diferentes. Pero lo que resulta aún más raro es que Allen se prestara a aquello después de la mala pasada que el franco-suizo le jugó en el corto Meetin' WA (1986).

Viniéndose arriba, como siempre, ante la posibilidad de alternar con la intelectualidad europea, Woody Allen aceptó ser entrevistado por Godard como parte de la promoción de Hannah y sus hermanas. Lo que no sabía era que su interlocutor se lo iba a poner muy difícil con sus preguntas. Porque, lo que es a Godard, las películas de Allen no le gustaban un pimiento, y su intención era poner al neoyorquino contra las cuerdas. 

Durante el encuentro, uno puede ver a Woody Allen sufriendo para responder a las agresivas cuestiones que le plantea su colega. Sumemos a esto un montaje orientado a pintarle como un seudointelectual y un cretino, y tendremos uno de los mayores actos de mala fe perpetrados por Godard en toda su carrera. 

Mandar a Madonna a hacer puñetas

Esto puede parecer una broma de mal gusto, pero es cierto: en 1993, una 'Madge' en la cima del escándalo debido al álbum Erotica y el director de videoclips (y futuro cineasta) Mark Romanek quisieron contar con Godard para el videoclip de la canción Rain. El personaje que le habían asignado era, por supuesto, el de un director de cine. 

La reacción de Godard ante la oferta no ha quedado para la historia, lo cual es una pena enorme. Pero está claro que su respuesta fue negativa, porque finalmente esta intervención corrió a cargo del músico japonés Ryuichi Sakamoto. Quien, ironía gorda, es fan acérrimo de Godard y ha bautizado varios de sus temas en honor a sus filmes. 

"¡Eso no son los Oscar!"

Jean-Luc Godard
Jean-Luc Godard
Cinemanía

Entre los destinatarios de las invectivas de Godard no podía faltar la Academia de Hollywood. Pero este caso es especial, porque hablamos del rechazo del cineasta a recoger el premio honorífico que la institución le otorgó en 2010. 

"Si la Academia quiere hacerlo, que lo haga, pero me parece muy raro: ¿de verdad han visto mis películas?", señaló Godard, preguntándose a continuación si Arnold Schwarzenegger, entonces gobernador de California, iba a entregarle el premio. ¿Qué pensaría cuando, años después, 'Arnie' le entregó un Globo de Oro a Michael Haneke? 

Anne-Marie Miéville, la pareja del director, apuntó otra razón para este rechazo: al cineasta, según daba a entender, también le había tocado las narices que su premio no fuera a entregarse por todo lo alto en la gala de los Oscar, sino en una ceremonia que tendría lugar varios meses antes. ¿Había ahí algo de resquemor por no pisar la alfombra roja, quizás?

Agnés Varda: la puerta en las narices

A los admiradores de Godard, y a los cinéfilos en general, las espantadas del director les solían parecer hasta entrañables. Pero hubo una que sobrepasó la tolerancia de muchos: el desplante al que el director sometió a su vieja amiga Agnés Varda en 2016.

Durante el rodaje de Caras y lugares, una de sus últimas películas, Varda quiso hacerle una visita a Godard. Pero, en lugar de recibirla, el director se limitó a escribir en la cristalera de su porche el nombre de un restaurante de Montparnasse en el que Varda, él mismo y Jacques Demy (marido de la directora y autor de filmes como Los paraguas de Cherburgo) solían quedar a cenar de jóvenes. 

"Si quería hacerme daño, lo ha conseguido", declaró una Varda con lágrimas en los ojos, mientras muchos espectadores pensaban que Godard se había ganado a pulso su fama de sujeto mezquino. La directora, por su parte, le dejó otra nota en la cristalera, acompañada por los brioches que había comprado para la merienda. Y quedó como una señora.

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