FICX 2023 | 'Eureka': Viggo Mortensen abre la puerta de un relato mágico y misterioso

Lisandro Alonso presenta en el FICX la más exigente de sus aventuras fílmicas: un viaje espiritual en tres tiempos para dignificar a los pobladores originarios del continente americano.
Viggo Mortensen en 'Eureka'
Viggo Mortensen en 'Eureka'
Cinemanía
Viggo Mortensen en 'Eureka'

Nueve años después de estrenar Jauja, Lisandro Alonso regresa con la que es su película más ambiciosa. Si sus anteriores trabajos solían presentarnos a un individuo que se embarcaba en un viaje o una búsqueda, esta ocasión el argentino abre el foco para acercarse a la vida de una comunidad indígena, los Oglala Lakota, que habitan la reserva de Pine Ridge, en los EE UU, entre Dakota del Sur y Nebraska.

Pero hay mucho más. Estructurada en tres segmentos, que mutan de género, tono y formato de pantalla, Eureka se configura como un enigmático viaje hacia algún lugar donde ser uno mismo no sea tan sacrificado. Levantar esta coproducción, rodada en distintos países —el prólogo, en clave de western, tiene lugar en el desierto almeriense—, ha sido toda una aventura. No podía ser de otra forma tratándose de Alonso.

'Eureka': crítica

Valoración:

Hay un pasaje de singular belleza en el tramo central de la película de Lisandro Alonso. Una oficial de policía, Alaina, acude a un casino donde se ha advertido de incidentes. Llega tarde, porque ha tenido problemas en la carretera, y los alborotadores han desaparecido. Justo entonces se levanta una tormenta de nieve (que aisló allí al equipo de rodaje durante varios días). 

Vemos a Alaina dar pasos cautelosos por la habitación en la que se produjo el altercado, observando. Se detendrá frente a una ventana y veremos el reflejo de su rostro, surcado por los copos de nieve, y el tiempo parecerá detenerse. Percibimos entonces algo, puede que la tristeza de existir en un mundo que no es nuestro.

Pero empecemos por el principio. Eureka parece arrancar en territorio afín al del filme anterior de Alonso, Jauja. Tenemos, de nuevo, a Viggo Mortensen buscando a su hija. Esta vez un poblado lleno de indios borrachos, fotografiado en 4:3 por Timo Salminen, el operador de fotografía habitual de Aki Kaurismäki. Como una antigua película del oeste, literalmente: al poco rato, el plano se abre y descubrimos que esa narración se está proyectando en un televisor, en la vivienda que Alaina comparte con su hija Sadie. La pantalla se ensancha, para ajustarse a las dimensiones del mundo contemporáneo.

Describir sumariamente el filme sería hacerle un flaco favor. La crítica de cine tampoco está para eso. Alonso contaba tras la proyección que el proceso por el que Eureka terminó siendo una realidad fue largo y accidentado; sin embargo, hay una limpidez, una convicción que dota de gran organicidad al conjunto y que tiene que ver con tener muy claro cómo se quiere filmar. La película deja algunos cabos sueltos, pero tiene que ser así: la idea es que la sucesión azarosa de encuentros humanos y desplazamientos geográficos permee una sensación, nos deje con algo dando vueltas.

El combustible de Eureka fue el deseo de Alonso de acercarse e intentar entender las ingratas condiciones de vida de los Oglala Lakota. Su marginación por parte del gobierno de los Estados Unidos, que tan solo espera que un día desaparezcan sin más. Esa parte central —la menos onírica, curiosamente— es la más poderosa, la que nos transmite el peso de un lugar y de algunos de los rostros que lo habitan, y ello ocasiona que los otros dos segmentos, el inicial y el final, dejen menos poso.

Esto ocurre, en especial, tras la bella transición entre el segmento de Pine Ridge y el que nos hará retroceder en el tiempo y nos ubicará en la selva amazónica, esquilmada por el extractivismo capitalista. Pasamos del momento culminante de Eureka a una nueva ficción, esta con ecos de Herzog o Apichatpong Weerasethakul. También la duración de los planos se acorta, y es como si no nos diera tiempo a terminar de apegarnos a esos personajes.

Y, sin embargo, persiste esa forma tan fluida de narrar, tras la que persiste la convicción de un cineasta a quien motivan los retos. Parece, por otra parte, que tan solo ahora, en 2023, estemos empezando a oír a gente como Martin Scorsese que Hollywood está en deuda con los pobladores originarios del continente americano. No en vano, coincidió con Lisandro Alonso en Cannes con una película, Los asesinos de la luna, sobre los crímenes en los que se fundamenta la construcción de los Estados Unidos. La de Alonso, sospecho, es mucho más estimulante.

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