Laia Costa ilumina el Festival de Málaga con 'Els encantats', crónica del vacío que deja el amor maternofilial

Elena Trapé vuelve a por la Biznaga de Oro y nos brinda otra interpretación soberbia de Laia Costa tras 'Cinco lobitos'
Els encantats
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A Contracorriente
Els encantats

Una niña llora en el asiento trasero de un coche. No la vemos. La cámara enfoca a su madre, cada vez más pequeña según su hija se aleja. Es la primera vez que se separan y de ese y otros vacíos habla precisamente Els encantats, la tercera película de Elena Trapé que se presenta hoy en el Festival de Málaga y se estrenará el próximo 3 de junio.

El encuadre en la luna trasera del coche trae un recuerdo involuntario, el de la pequeña Frida dejando atrás Barcelona y su vida anterior en Verano 1993, película de Carla Simón que también forma parte de este enjambre de cineastas catalanas que han presentado sus trabajos en el Festival de Málaga durante los últimos años.

Elena Trapé también participó en el certamen con su anterior película, Las distancias, con la que además ganó la Biznaga de Oro a la mejor película y la Biznaga de Plata a la mejor dirección. Si Las distancias hablaba de la desubicación de una generación a través de un grupo de amigos de viaje en Berlín, aquí Trape elige un enfoque mucho más intimista y cercano para hablar de otro sentimiento de pérdida, el del vacío que dejan los hijos tras los primeros años de apego. Un sentimiento inexplorado hasta ahora. ¿Quizás porque es más femenino que masculino?

Els encantats
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A Contracorriente

Els encantats sigue a Irene durante los primeros días que se separa de su hija. Trapé retrata de forma sutil la desubicación y la culpabilidad que siente esta madre recién separada, incapaz de pasar tiempo con su hija en el puente que le toca a su padre ni de disfrutar de la vida como lo hacía antes de ser madre.

En un intento de reencuentro acude a la naturaleza y la infancia, a la casa en el pueblo de donde es originaria su familia, un paisaje de ensueño que sin embargo solo acrecienta su angustia. Tampoco los otros son capaces de consolarla. Ni el relativismo que producen las desgracias ajenas (la amiga del pueblo que se recupera de un cáncer y en cuya interpretación despunta Ainara Elejalde, de casta le viene al galgo) ni el consuelo de un nuevo cuerpo.

En este sentido, destaca también la interpretación del actor Daniel Pérez Prada cuyo personaje y trama (con una gastroenteritis de lo más inoportuna) aportan cierta comedia a la intensidad y angustia que envuelve al personaje protagonista. Ahí es donde brilla más Elena Trapé como guionista y directora, logrando con un par de pinceladas que nos reconozcamos en esas sensaciones tan humanas, como la incomodidad que produce un momento íntimo con quien no tienes intimidad.

Otro momento similar que demuestra el buen pulso y la sutileza como narradora de Trapé es esa conversación telefónica que Irene tiene con su madre tras huir al pueblo y en la que es incapaz de contarle el motivo verdadero de ese viaje. Qué bien capturado ese amor maternal que muchas veces resulta tan invasivo para una hija y las contradicciones que despierta en la protagonista, que lo está experimentando por primera vez como madre.

Habrá quien apunte que somos una generación demasiado floja y que vemos problemas y dramas donde no los hay. Esta película, digámoslo ya, no es para ellos. Pero para los que quieran sumergirse en estos sentimientos les esperan casi dos horas de pleno disfrute. También provocado por la interpretación soberbia, una vez más, de Laia Costa.

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