La historia de ‘El secreto’, el libro que volvió estúpido a Hollywood

Cómo el manual de autoayuda más popular de la era moderna y una pseudociencia llamada ley de atracción reventó las mentes de nuestras estrellas favoritas.
La historia de ‘El secreto’, el libro que volvió estúpido a Hollywood
La historia de ‘El secreto’, el libro que volvió estúpido a Hollywood
La historia de ‘El secreto’, el libro que volvió estúpido a Hollywood

A principio de la década de los ochenta, Oprah Winfrey estaba obsesionada con la novela El color púrpura. Regalaba el libro a amigos y familiares, rezaba para conseguir un papel en la película.

Un día, internada en un centro de adelgazamiento, mientras lloraba bajo la lluvia, suplicando a Dios conseguir el papel de sus sueños, recibe una llamada. Era Steven Spielberg. Meses después, estaría nominada al Oscar como mejor actriz de reparto. Ella está convencida de que todo esto ocurrió porque lo pensó muy fuerte. Porque todos sabemos que el universo, cuando deseas algo muy fuerte, te lo da.

Rhonda Byrne también cree que el universo es el responsable de que Oprah consiguiese el papel. A través de algo llamado ley de atracción. Según su libro El secreto, publicado en 2006, la ley de atracción es tan real como la ley de la gravedad y explica que los pensamientos emiten ondas que atraen aquello que imaginas.

Con esta premisa, carente de cualquier base científica, ha llegado a vender más de 19 millones de ejemplares en todo el mundo, traducidos en más de cuarenta idiomas, edificando un imperio de superstición que la ha hecho millonaria y que incluye documentales, secuelas literarias y una prolífica vida de coach televisiva.

La última piedra de su negocio es El secreto. Atrévete a soñar. Un drama protagonizado por Katie Holmes y Josh Lucas en el que la ley de atracción (y, oh, sorpresa, muchísimo dinero) soluciona la vida de una madre de tres hijos, viuda y en bancarrota.

Aprovechando su estreno en nuestra cartelera, cabe preguntarse: ¿sigue de moda esta teoría? ¿Por qué ha sido tan popular entre la élite de Hollywood? Y, aunque suene demencial, ¿de verdad nuestro cerebro puede moldear el universo a su antojo?

El gato de Schrödinger sirve para todo

“Solo porque no lo entiendas, no significa que tengas que rechazarlo. Probablemente no entiendas lo que es la electricidad. Para empezar, nadie tiene ni idea de lo que es la electricidad. Pero, aun así, disfrutas de sus beneficios. No sabes cómo funciona, yo no sé cómo funciona. Pero sé esto: puedes cocinar la cena de un hombre con electricidad. Y también puedes cocinar a un hombre”.

Bob Proctor, filósofo, en el documental El secreto (2006)

Este párrafo resume de manera particularmente acertada el nivel de compromiso científico que manejan tanto el libro El secreto como su homónima adaptación al documental. Su retórica está plagada de términos genéricos como “vibrar” o “frecuencia” y de perezosas alusiones a la física cuántica.

Sin embargo, su aplicación no ha sido testada ni probada, sino que se basa en los testimonios de aquellos interesados en que el mensaje sea consumido. Al carecer de cualquier control, las pruebas que ofrece son las vivencias de los propios actores que se enriquecen con todo este tinglado.

La conclusión final es doblemente aterradora: si tu vida es un horror, no solo la culpa es tuya por emitir pensamientos negativos. Lo es, además, por no saber aplicar la ley de atracción.

Miguel Anómalo, autor de Conjuras, tierras planas y lagartos, tiene claro dónde se posiciona en esta batalla entre ciencia y humo. “La grandeza del método científico no es que sea infalible, sino que tiene mecanismos para corregirse. Lo que falla en teorías como la ley de la atracción, es que si no funciona, te echan la culpa a ti. Si algo basado en el método científico falla, sabemos corregir ese error”.

Guionista y experto divulgador sobre conspiraciones y teorías judeo-masónicas, está harto de ver cómo se simplifican y retuercen principios científicos para intereses económicos. “Es como el empleo a la ligera de la paradoja del gato de Schrodinger. Se trata de una extrapolación a un mundo subatómico que no tiene nada que ver con lo que conocemos. Es una explicación muy simplificada para que tú entiendas lo que pasa con una partícula. Pero no hay ningún gato que esté vivo y muerto a la vez”.

El secreto está lleno de referencias a Galileo, a Platón, a Jesucristo. A todo lo necesario para que, desde fuera, sus mimbres parezcan sólidos. Pero todo es palabrería. Su absoluta carencia de rigor científico se esconde detrás de prescriptores, nombres propios de la medicina, la psicología o la comunicación, para más tarde ser respaldada por actores o celebridades.

Una milenaria forma de falacia conocida como argumento ad verecundiam o argumento de autoridad. Defender algo como cierto únicamente porque lo sostiene una aparente eminencia, sin importar que no exista demostración ninguna.

¿Por qué confiamos antes en un intérprete, en un famoso, que en un científico? Anómalo tiene una explicación. “Preferimos a los famosos porque nos dan soluciones sencillas. No efectivas, pero sencillas. Un científico, por ejemplo, al hablar sobre la vacuna del COVID, te ofrece soluciones que no son inmediatas. Vendrá, pero hay que investigar, hay que hacer pruebas, tardará meses. Un magufo o influencer que ejerce de magufo, te ofrece algo más fácil”.

Si con estas conclusiones todavía hay alguien que no esté molesto, que se prepare. Con todos ustedes, Oprah Winfrey.

It’s my birthdaaaaaaaaay!

Oprah Winfrey, leyenda de la televisión americana, vive obsesionada con El secreto y la ley de atracción. Su relación de amor es tan extrema que Saturday Night Live llegó a realizar un sketch sobre el idilio.

En él, Maya Rudolph interpreta a Oprah, Amy Poehler a Rhonda Byrne y Julia Louis-Dreyfous a una ama de casa con una vida repleta de calamidades. Byrne y Oprah destrozan la mente de la pobre invitada, para luego pasar a echarle la culpa de su propio sufrimiento a un hambriento y enfermo ciudadano de Darfur (Kenan Thompson).

Todo esto sería graciosísimo si no fuese porque, días después, preguntaron a Bob Proctor (una de las eminencias que cita constantemente El secreto) si era posible que los niños de Darfur hubiesen visualizado su propia miseria. El autoproclamado filósofo, respondió seriamente: “Probablemente el país lo haya hecho”.

https://vimeo.com/116431169

Oprah no es más peligrosa que Trump, pero se le acerca. Como explica Kurt Andersen en un artículo de 2018 para la revista Slate: “Las fantasías que ha promovido en todas sus plataformas -su programa de televisión diario con 12 millones de devotos espectadores, su revista, su web, su canal de televisión por cable- no son tan peligrosos como las teorías de la conspiración de Donald Trump, pero durante tres décadas Oprah ha tenido un papel protagonista en alentar a los americanos a abandonar la razón y la ciencia en favor de lo imaginario”.

El común denominador entre las formas de Oprah y la pseudociencia de El secreto es algo conocido como la ilusión de potencial. La audiencia de una y los lectores de otra son conducidos a pensar que poseen grandes habilidades esperando a ser despertadas.

No solo esto es probablemente falso, sino que además los métodos que proponen para despertar este potencial son engañosos. Si quieren ver lo que hace demasiada confianza en uno mismo en la mente de una persona sana, echen un vistazo a los gestos del pobre Paolo Presta mientras entrevista a la mujer que lo convirtió en una estrella.

Esto no es cosa de los años dos mil. En 2018, durante la promoción de Un pliegue en el tiempo, una periodista volvió a preguntar a Oprah por su vision board, una herramienta complementaria a la ley de atracción que consiste en colgar, en tu habitación, fotografías de aquello que quieres conseguir.

Obviando que, si esto fuese cierto, todas las adolescentes de los noventa se habrían acostado con Brad Pitt, Oprah respondió que ya no utilizaba vision boards, pues ahora vibraba con el universo como una experta, como un satisfayer bien engrasado.

Quizá lo más preocupante es que las también presentes Reese Witherspoon y Mindi Kaling no solo no la detuvieron, sino que estaban completamente de acuerdo. Porque si Oprah es la punta del iceberg, el resto del hielo está formado por una masa de hombres y mujeres atractivos y millonarios a los que les es fácil creer que el universo les da todo lo que quieren. Se llama Hollywood y es estúpido.

No lo llames religión, llámalo X

La fama y la brujería van unidas. El horóscopo, sin ir más lejos, nace como objeto de consumo de masas a raíz del nacimiento de la princesa Margarita, en 1930. Hija del británico rey Jorge VI, la expectación era tal que, frente a la ausencia de exclusivas y el hermetismo de la familia real, los periódicos de la época tuvieron que tirar de inventiva para informar del suceso.

John Gordon, editor jefe del Sunday Express, invitó a famosos astrólogos a confeccionar una serie de columnas llamadas "Lo que predicen las estrellas", que auguraban presagios para la nueva infanta. Fue tal su éxito que se mantuvo durante años, hasta permanecer en nuestros días como una práctica habitual que nos relaciona, de alguna forma, con las más inalcanzables celebridades.

Lady Gaga, Will Smith, Steve Harvey, Denzel Washington. Todos han hablado públicamente de la ley de atracción, defendiendo El secreto y su veracidad. Todos han usado metáforas simplonas (“los seres humanos somos como imanes”), influyendo a miles a la hora de entender el universo.

Pero quizás el más vehemente haya sido Jim Carrey. Su genialidad, innegable, viene acompañada de absolutas idas de olla. Vive convencido de que el universo que le rodea está creado por sus ideas y de que él no es el que experimenta el universo, sino que el universo le experimenta a él.

Su pensamiento mágico ha sido el que le ha llevado a elegir y desechar roles durante toda su carrera. Por ello se distanció de la violencia de Kick Ass 2 (2013) o decidió rodar Di que sí (2008), buscando positividad tras el fracaso de la oscura El número 23 (2007), de alguna forma también asociada a su forma de ver el mundo. Como joya de la corona, Jim and Andy (2017) ilustra perfectamente el método que sigue un actor cuya deriva interpretativa está guiada por la excentricidad.

Carrey confesó en el programa de Oprah el empleo de la visualización de objetivos como técnica abundantemente empleada en su vida. No ocurrió nada, claro. Cuando Carrey, Oprah o cualquiera de los suyos hablan sobre supersticiones, existe un sentimiento de gremio, de comunidad, que les protege de ser atacados por decir sandeces. Pensamientos que por momentos rozan lo liberal y otros, el progresismo ideológico más absurdo.

“Es cierto que la izquierda tiene una tolerancia hacia el magufismo que es muy curiosa” profundiza Miguel Anómalo. “Creo que tiene que ver con el rechazo hacia la religión. La izquierda rechaza a la religión porque es de derechas, pero sigue habiendo algo, inherente al ser humano, que le hace buscar explicaciones mágicas que les permitan reconciliarse con el universo. Al final es un rebranding de una ola new age que surgió entre los sesenta y los setenta (o resurgió, ya que cosas como la homeopatía eran más antiguas). Siguen siendo la misma mierda, pero se libran de siglos de historia. Pensando en la iglesia, por ejemplo, aquí te estás quitando la Inquisición, las cruzadas, matar gente, manipulación de gobiernos. Propones lo mismo pero libre de cargas”.

Los famosos son, en su mayoría, estúpidos. En ocasiones, porque se lo permitimos. Otras veces, porque se protegen. Es responsabilidad del público advertir sus mensajes nocivos y denunciarlos.

Si van a ver este fin de semana El secreto. Atrévete a soñar, háganlo por echarse unas risas. Ironicen a la salida sobre el machismo que impregna la decisión de que la protagonista en apuros sea una mujer viuda con tres hijos. Dense cuenta de la estrategia de venta que hay detrás. Diviértanse pensando en Paulo Coelho.

Visualicen muy fuerte la cena que se quieren tomar y sorpréndanse cuando en el restaurante les sirven justo lo que han pedido. Y empiecen a darse cuenta de que la gente que sale por la tele tiene talentos muy concretos, que suelen terminar cuando abren la boca.

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