[Cannes 2021] ‘Drive My Car’: la road movie de Hamaguchi es la obra maestra del festival

Ryûsuke Hamaguchi adapta un relato corto de Murakami.
Drive My Car.
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Cinemania
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Una road movie que no llega muy lejos. Una road movie que no persigue el horizonte de una carretera sin final. El viaje es diario. Ida y vuelta al trabajo, el commute que dicen los americanos. Ida y vuelta rutinaria. Dentro de un coche. Un Saab 900 rojo. Un espacio pequeño y enorme. Privado, íntimo, un confesionario en el que dos personas desconocidas acaban liberándose.

La narrativa poética de Ryûsuke Hamaguchi es la primera película que ha enamorado por igual a toda la prensa en el Festival de Cannes. Después de ganar el premio especial del jurado este año en el Festival de Berlín con Wheel of Fortune and Fantasy, el cineasta japonés podría repetir premio importante en el certamen francés (esperemos que sea de la sensibilidad de Spike).

Hamaguchi ha convertido un relato corto homónimo de 40 páginas escrito por Haruki Murakami (2013) en una bellísima película de tres horas en el que se ha mantenido muy fiel a la historia original de una pareja formada por un director de teatro y una guionista de televisión de éxito. Una pareja muy enamorada, especialmente creativa durante sus relaciones sexuales, a través de la escritura ella salió adelante tras la muerte de su única hija pequeña, pero también a través de la infidelidad. Ella muere de pronto y él debe encontrar su propio camino de nuevo, solo.

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En ese camino, en ese viaje, su coche es su refugio. Un coche ochentero, en el que solo escucha una y otra vez la misma cinta, una lectura de Tío Vania, de Chéjov, grabada por su mujer. Con los huecos precisos para los diálogos de él. La cinta es como el fantasma de ella siempre en ese coche. En ese pequeño espacio sigue viva, por eso cuando llega a Hiroshima, invitado a un montaje de la obra del dramaturgo ruso, se resiste a que le pongan una conductora, pero son las normas.

La conductora es una chica joven a la que deja entrar en este espacio privado e íntimo, lleno de recuerdos y arrepentimientos. Una chica silenciosa, que escucha, observa, fuma, espera paciente. En ese espacio, en ese coche, en esos viajes van desarrollando una amistad, una relación conectada en la pérdida y en la necesidad de seguir hacia delante, de continuar en el camino. En ese coche.

Tío Vania es el espejo en el que los personajes se miden. Sobre todo el propio director, que cede su papel protagonista a un polémico joven actor, último amante de su mujer. La vida, la memoria, el legado, recordar a los que no están es el tema que se teje entre la obra de teatro y el filme, que se va hilando con gran maestría narrativa. Hamaguchi, que ya estuvo en Cannes en 2018 con Asako I & II, sale de esta edición reivindicado como uno de los grandes cineastas actuales. Quizá con premio.

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