'Depredador' contra Schwarzenegger: la historia real detrás de la cacería que acabó con el hombre de acción de los 80

Un aparente vehículo a mayor gloria de Schwarzenegger escondía un discurso contra la violencia 'made in Hollywood'.
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El 12 de junio de 1987 se estrenaba Depredador de John McTiernan. Un aparente vehículo a la mayor gloria de Arnold Schwarzenegger y escisión selvática de Alien que escondía en su interior un discurso contra la violencia made in Hollywood cercana al RoboCop de Paul Verhoeven.

“Cuando decidí involucrarme en Depredador, pensaba que la gente sentía una fascinación perversa por las imágenes de disparos. Literalmente, casi un deseo pornográfico. Y pensé, bien, si queréis imágenes de disparos, os las daré”.

Estas declaraciones, salidas de la boca de John McTiernan, director de Depredador, llaman la atención tras repasar los emblemáticos trabajos en el género que realizaría a finales de los 80 y principios de los 90. Películas tan memorables como la que aquí nos ocupa, Jungla de cristal o El último gran héroe, esta última también protagonizada por Arnold Schwarzenegger.

Sobre todo cuando desarrolla su argumento en los audiocomentarios de la edición especial en DVD de Depredador. Hablando de la icónica secuencia de la destrucción de la selva por parte del grupo de mercenarios protagonistas, McTiernan comenta:

“En realidad lo que hacía era cachondearme de la guerra, ridiculizar el deseo de ver imágenes de disparos. (…) Creé una circunstancia en la que no hay ningún ser humano delante de las armas (…) Se trataba de mostrar la impotencia de las armas, que era todo lo contrario de lo que pretendían que hiciera al contratarme”.

Y ahí está la clave de todo. Depredador parecía un aporte más a la hiperestilización y magnificación del action hero surgido de la era Reagan, gracias sobre todo a las películas protagonizadas por culturistas como Sylvester Stallone y el propio Schwarzenegger. En realidad fue un paso más en la evolución de ese über héroe bigger than life que el austriaco había popularizado en los 80 con películas como Conan el Bárbaro (y su secuela Conan el Destructor) o, sobre todo, películas de acción como Ejecutor o Comando.

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'Rocky' se encuentra con 'Alien'

En concreto, Depredador recuperaba tras Comando la colaboración entre Schwarzenegger y el productor Joel Silver, artífice de un estilo emblemático que redefiniría el cine de acción de Hollywood de los años 80 y 90. El proyecto partía del libreto de una pareja de hermanos guionistas noveles, John y Jim Thomas, que colaron (literalmente) el guion de su película (en un principio titulada Hunter) bajo la puerta de uno de los ejecutivos más importantes de 20th Century Fox, John Davis.

El concepto era sencillo. Para Davis se resumía en Rocky meets Alien. John McTiernan tenía la idea de realizar una cinta que se pareciese a King Kong. En el fondo era trasladar la tensión y el suspense de Alien, de Ridley Scott, pero pasados por el turmix testosterónico de la action movie ochentera localizada en una selva sudamericana de calor asfixiante. Comenzaría como una película de acción canónica y a la mitad del metraje, casi como si fuera Psicosis, se daría la vuelta como un calcetín para transformarse en un survival horror con toques de slasher.

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Pero McTiernan tenía guardados unos cuantos ases en la manga que harían emparentar a Depredador con otro título estrenado ese mismo verano y que tendría un éxito aún más rotundo: RoboCop, de Paul Verhoeven. La sátira de ciencia ficción-acción de Verhoeven entregaba un espectáculo de violencia y adrenalina atronadora en sus aspectos más superficiales para, como siempre en la carrera del holandés, dinamitar la cultura estadounidense y en especial la era Reagan con ingentes dosis de mala baba y cinismo a partir de la hipérbole y la ultraviolencia.

Deconstruyendo al übermensch

McTiernan, mucho más sutil que la apisonadora Verhoeven, conseguiría equilibrar la balanza y entregar un espectáculo anabolizado que encandilaría a las masas deseosas de una sobredosis de testosterona, pero que a su vez entregaría -para el espectador que supiera y quisiese leer entre líneas- una crítica feroz a la deriva fascistoide del cine de acción de la era Reagan.

Tras un breve prólogo situado en el espacio exterior y donde el espectador observa la llegada de una nave espacial a la tierra (una secuencia que se realizaría en la posproducción de la película y que rompe algo el misterio que parte la narración) nos situamos en una concatenación de secuencias que son el epítome de la propaganda militar made in USA. Helicópteros del ejercito aterrizando en una base militar situada en un indeterminado país sudamericano y del que baja un equipo de mercenarios salidos de los boinas verdes.

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Un equipo conformado por un conjunto de individuos anabolizados liderados por Dutch Schaefer (Arnold Schwarzenegger) exveterano del Vietnam, entre los que se encuentran, entre otros, Carl Weathers (Apollo Creed en la saga Rocky), el campeón de wrestling Jesse Ventura, Bill Duke y el guionista Shane Black (autor del libreto de Arma letal contratado por el propio McTiernan para que reescribiera el guion de los Thomas) como alivio cómico, misógino y espejo del espectador medio.

Un conjunto de personajes entre el arquetipo y el estereotipo, definidos con un par de características básicas (el tic con la maquinilla de afeitar del personaje de Bill Duke, el amor por las armas de formas fálicas del personaje de Ventura o la verborrea sexualizada de estudiante de primaria del personaje de Black). Su representación queda definida en el plano que resume el concepto de Depredador: el primer plano de los desproporcionados y anabolizados bíceps de Weathers y Schwarzenegger fundidos en un choque de manos como metáfora de sus miembros viriles.

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La impotencia del 'action hero'

A partir de ahí, durante su primera media hora el filme entrega una concatenación de secuencias que no desentonarían en ninguno de los actioners que se popularizaron en los años 80. One-liners machirulas como esa “No tengo tiempo para sangrar” emitida por el personaje de Ventura; chistes misóginos surgidos de la pluma de Shane Black y el productor Joel Silver; bromance entre los personajes de Bill Duke y Jesse Ventura; y, por supuesto, ataque hipervitaminado a la base enemiga, infestada de estereotipados y corruptos militares hispanoamericanos y rusos.

Sin embargo, en paralelo, McTiernan introduce el elemento disruptor que tomará el protagonismo en la segunda mitad: el Depredador. Un macho alfa aún más alfa que el conjunto de mercenarios esteroidizados que irá acabando con ellos, lenta pero progresivamente, como si fueran scream queens del slasher más prototípico.

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Es a partir de ahí donde Depredador enseña sus verdaderos cartas. Tras el trampantojo de género que es su primera mitad -tan exagerada en sus formas que es sencillo ver las intenciones paródicas de McTiernan- la cinta se reinterpreta a si misma, reconvirtiéndola en un viaje hacia el corazón de las tinieblas conradiano donde los estoicos y acartonados arquetipos que la protagonizan comienzan a revelar aquello que se esconde bajo su fachada de supermachos: sentimientos, miedos, impotencia, etc…

Regresando a lo primario

Todo ese armamento paramilitar de dimensiones y formas fálicas con las que han destruido entre chistes y chascarrillos a otros seres humanos sin despeinarse no sirve de nada ante una criatura que les supera en masculinidad tóxica. Un cazador venido de las profundidades del espacio que tampoco se despeina mientras los va asesinando uno detrás de otro, única y exclusivamente por el placer de la caza, por la recolección de trofeos en un Marina D’or de sangre y vísceras que, al contrario que en su inferior secuela, McTiernan sugiere más que muestra sin caer nunca en el exhibicionismo pornográfico de la violencia.

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En su clímax final, donde el personaje interpretado por Schwarzenegger debe involucionar para vencer a esta bestia espacial, la cinta se retrotrae a un cierto estado primitivo (cercano a lo que haría posteriormente Gendy Tartakovsky en su fundamental serie de animación Primal) donde todo el artificio y exuberancia tecnológica y militar plasmada con desvergüenza en la primera mitad de la cinta acaba reducida a lo básico: dos animales atizándose casi con palos y piedras.

Pero todo ello a partir de un espectáculo palomitero en el que McTiernan en ningún momento olvida los motivos por los que fue contratado y la audiencia a la que va dirigida, coronándola como una de las cintas más interesantes y emblemáticas del género de acción de los 80. El primer trabajo de John McTiernan en Hollywood y primera película de una trilogía sobre la violencia en el cine de acción que completarían Jungla de cristal y ese ejercicio meta adelantado a su tiempo que fue El último gran héroe. Pero eso es una historia para otro día…

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