[Crónica Venecia 2012]: Paul Thomas Anderson nos da una lección

‘The Master’ se revela como la gran obra maestra que ninguno esperábamos. Joaquin Phoenix hace el papel de su vida pero se fuma un puro y tres cigarros seguidos. Por ANDREA G. BERMEJO
[Crónica Venecia 2012]: Paul Thomas Anderson nos da una lección
[Crónica Venecia 2012]: Paul Thomas Anderson nos da una lección
[Crónica Venecia 2012]: Paul Thomas Anderson nos da una lección

¿Qué esperábamos de Paul Thomas Anderson? Esperábamos que nos diese una obra maestra, un capolavoro, una revolución cinematográfica. Pero también queríamos respuestas. Lo esperábamos todo. Y no nos la ha dado. De ahí las caras de los periodistas a la salida del único pase de prensa de The Master que se ha proyectado en la 69 edición del Festival de Venecia. Caras de confusión y extrañeza, comentarios ambiguos, tuits mudos. ¿Por qué? Por una cuestión de expectativas. Porque Paul Thomas Anderson es un artista y ha hecho la película que quería hacer, no la que esperábamos que hiciese.

El desconcierto que ha generado The Master es, en parte, culpa del propio Anderson, y con esto no nos referimos a las expectativas con intereses que han generado sus cinco años de barbecho tras el clásico instantáneo que fue Pozos de ambición. No. Más bien la culpa es de la propia película. Concretamente, de su primera hora. En ella, el director de Magnolia despacha religiosamente todo lo que esperábamos de The Master: un retrato de la cienciología –“ha sido una fuente de inspiración”, ha reconocido el director en la rueda de prensa-, la interactuación de personajes torturados y iluminados made in thomasandersonland, una inquietante banda sonora con ruiditos, hipnotizantes planos secuencia marca de la casa, interpretaciones desbordantes y todo aquello que conforma el singular universo cinematográfico de Paul Thomas Anderson. Durante esta hora conocemos al personaje de Joaquin Phoenix (un errante ex veterano de guerra con un traumático pasado y un serio problema de alcoholismo que va más allá del alcohol –se bebe hasta los químicos de revelado del laboratorio en el que trabaja-), vemos cómo se cuela en el barco del antagónico padre que nunca tuvo, alter ego del creador de la Cienciología L. Ron Hubbard y uno de los papeles más apabullantes del gran Seymour Hoffman, y finalmente, presenciamos –en una escena de una intensidad antológica- cómo ambos se enzarzan sin pestañear en un duelo de titanes que promete un estallido de violencia cinematográfica sin precedentes. Hasta aquí lo que esperábamos.

Pero cuando parece que Thomas Anderson va a meterse en harina en terrenos de fe, entonces The Master se revela como otra cosa, algo inesperado,más terrible y oscuro, más sutil y perverso que habla de las entrañas y vericuetos del ser humano, y para lo que las respuestas que queríamos –todavía ha habido quien las ha ido a buscar a la rueda de prensa y se ha encontrado a un Thomas Anderson pasota y a un Phoenix tarado y fumando como un descosido- se quedan obsoletas. La sensación de desconcierto es entendible, no sólo porque la película era otra película que la que esperábamos –ah, las expectativas-, o por la descontada maestría de Thomas Anderson detrás de la cámara, sino porque se adentra lacerantemente en un terreno que remueve lo que muy pocas veces remueve el cine. Sólo las obras maestras. Las que no esperamos.

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