Los claroscuros de Cantinflas, el creador del pelado de México que conquistó al mundo

Se cumplen más de cien años del nacimiento de Mario Moreno, el comediante mexicano que convirtió a Cantinflas en icono y verbo.
Cantinflas
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Salta a la vista que Mario Moreno, Cantinflas, supo ganarse bien la vida haciendo reír al mundo. Considerado uno de los mexicanos más conocidos de todos los tiempos, el cómico apareció en cuarenta y nueve cortometrajes y películas —la mayoría de ellas dirigidas por Miguel M. Delgado—, y hasta dio origen a una forma de actuar universalmente conocida que la RAE reconoció en 1992 incluyendo en el diccionario el verbo ‘cantinflear’.

Moreno nació en Ciudad de México un 12 de agosto, y llegó a amasar una fortuna que le permitió vivir de forma acomodada durante décadas. Pero él no era ni mucho menos un artista de alta cuna. De hecho, procedía de una familia humilde (y bastante numerosa) que pudo salir adelante gracias al sueldo del padre, empleado de correos.

En su adolescencia, Moreno probó a ganarse el pan limpiando botas, conduciendo taxis, boxeando y hasta ejerciendo como torero. Hasta que una carpa de cómicos ambulantes cambió el rumbo de su vida a finales de los años veinte. Su talento innato para la comedia y sus dotes de buen bailarín le llevaron a abandonar por completo los estudios y a buscar trabajo en los fines de fiesta que albergaban aquellas carpas instaladas normalmente en las zonas más deprimidas y superpobladas de la ciudad.

"Después de varias escaramuzas provincianas de las que consigna una huida de casa para alistarse en el ejército —siendo menor; había nacido en 1911— y una primera aproximación al mundo carpero de provincias, regresa a la capital y comienza a trabajar en distintas actividades de este espectáculo. En estos tiempos de cambio de década, ya baila charlestones y taps con la cara pintada de blanco y tiene sketches cómicos con otros actores y actrices de la carpa, hasta que decide irse de gira por provincias", explica la doctora en Historia del cine Marina Díaz López en su artículo La estelarización de Cantinflas y su presencia en el imaginario ranchero.

En una de aquellas carpas conoció Cantinflas a su mujer, Valentina Ivanova, con quien no tuvo hijos naturales —se supone que él era estéril— pero sí que llegó a adoptar a un niño, Mario Arturo, que fallecería en 2017 de un ataque al corazón. Algunos rumores apuntan a que el actor pagó diez mil dólares por el bebé cuando la madre biológica (una norteamericana llamada Marion Roberts) se lo entregó en un estudio de Los Ángeles.

El pelado de oro

De la antes mencionada gira por provincias, el actor volvió a su ciudad con un personaje prototípico ya creado: el del pelado de la capital mexicana. “A principios de 1936”, explica igualmente Díaz López, “el propietario del Mayab, el ruso José Furstemberg, se propone lanzarlo al estrellato motivado por el éxito que demuestran los coches que rodean la carpa cada noche, de los que bajan espectadores que no pertenecen al entorno popular. Remoza el teatro Garibaldi, cerrado por aquel entonces, para llamarlo Follies Bergère. Será la entrada de Cantinflas en la esfera del teatro de revista y su presentación para el público más amplio que lo refrendará definitivamente”.

El éxito en el teatro fue enorme y la prensa especializada comenzó a hablar de Cantinflas como la revelación del año, lo que llevó a su primera presentación en el cine, en un papelito en No te engañes corazón (1936). Al poco, el publicista Santiago Reachi le contrató para rodar una serie de cortometrajes comerciales, y ambos acabaron montando una productora (POSA Films) con la que Cantinflas realizaría todas las películas a lo largo de su carrera, explotando una y otra vez aquel personajito crítico y popular que solía presentarse frente al espectador ataviado con bigote, un pantalón caído, una camiseta harapienta y una gabardina al hombro (y hablaba mucho sin decir nada).

Ahora bien, parece ser que Cantinflas tenía también un lado menos amable y un pelín oscuro que hacía mucha menos gracia que su arquetipo. “Cantinflas siempre desempeñaba el papel de hombre sin recursos, pero con un corazón de oro. Sin embargo, parece que lo tenía más oscuro que el futuro de Bárcenas, y sí, mostraba su misma afición a acumular oro. De hecho, rechazó ser la imagen del Mundial de México porque a su entender no le pagaban lo suficiente, y fue denunciado por la Central Campesina Independiente como uno de los mayores latifundistas de México”, señalan el editor Malcolm Otero y el periodista Santi Giménez en su libro El club de los execrables.

Los mismos autores apuntan en este ensayo que Cantinflas era un vendido —”De la ligera crítica política de sus primeros años, de sus (también ligeros) ataques al poderoso, a hacer cine al dictado del poder. Le gustaba más el poder que criticarlo. Su película El barrendero [la última que rodó], de 1981, tenía como objeto tener controlados a los basureros de DF y evitar así huelgas en el servicio de limpieza”— y también un mal compañero. Su afán de protagonismo le llevaba a “alargar sus improvisaciones de juegos de palabras y frases sin sentido tan características, con objeto de que no cupieran las líneas de sus compañeros, puesto que, al fin y al cabo, la estrella era él”.

Las sombras del rey de la comedia mexicana

Estrella era un rato, desde luego. De hecho, Cantinflas se convirtió en los años cincuenta en el comediante mejor pagado del mundo. Vale que la calidad de sus largometrajes era discutida por algunos críticos de cine, pero cada cinta que estrenaba resultaba más taquillera que la anterior y conectaba mejor con el público populacho. 

Con su primera película en Hollywood, La vuelta al mundo en 80 días (1956), donde encarnó al mayordomo de Phileas Fogg, Cantinflas llegó a ser nominado al Globo de Oro en la categoría de mejor actor de comedia o musical. Tras ganar el premio, su grito de guerra fue algo así como “México se me quedó chiquito”.

Por otro lado, Otero y Giménez aseguran en su libro que el comediante “convenció a George Sidney para filmar Pepe, una película con cameos de Jack Lemmon, Bing Crosby, Frank Sinatra o Dean Martin. Fue un fracaso absoluto. Su humor de juegos de palabras no viajó bien ni era traducible, pero, aun así, Cantinflas perseveró y, después de perpetrar la olvidable serie de animación El show de Cantinflas, hizo una versión con Hanna-Barbera para Estados Unidos. Tampoco salió bien. Una serie de dibujos animados que tenía que servir para enseñar historia a los niños, pero que no se sostenía debido a los disparates que contenía”.

Cuando el cómico mexicano murió en abril de 1993 —debido a un cáncer de pulmón que le habían detectado apenas un mes y medio antes—, Guillermo Cabrera Infante le dedicó un duro artículo. Entre otras cosas, el escritor aseguraba en él que Cantinflas estaba “obsesionado con su origen humilde” —algo que por lo visto trataba de ocultar a menudo—, y que “era, personalmente, un hombre insoportable”. El autor del texto apoyaba esta afirmación apelando a anécdotas como aquel día en el que una mendiga anciana le pidió limosna porque hacía varios días que no comía y Cantinflas le contestó de forma irónica: “¿Y por qué tan desganadita?”.

El mejor comediante del cine mexicano era un hombre muy perfeccionista. De hecho, pocas veces se mostraba plenamente satisfecho del trabajo realizado, y cuando un periodista le preguntaba cuál era su mejor película, él solía responder: “La que voy a hacer”. También era uno de los hombres más ricos de América, y se sabe que en más de una ocasión donó sumas de dinero a obras benéficas. Pero parece que eso de ‘que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha’ no iba mucho con el actor.

En una ocasión, Cabrera Infante le hizo una entrevista al mexicano y este se negó a charlar de cine, pues andaba empeñado en dar a conocer su papel de buen samaritano. “Le expliqué lo mejor que pude que había venido a verlo por sus películas. Pero repetía que había que reconocer su importancia como benefactor no de las artes y las letras sino de grupos sociales en todas partes. La entrevista fue, literalmente, un evento que no tuvo lugar y nunca la publiqué”, relataría el crítico de cine en el señalado artículo.

A lo largo de los años setenta, el cine popular mexicano fue transformándose por completo y, como consecuencia, la carrera de (un entonces ya envejecido) Cantinflas experimentó una progresiva decadencia. Aun así, nadie podrá negar que el artista fue capaz de convertirse en un fenómeno en América Latina y España, ni tampoco que ha inspirado a varias generaciones de comediantes. Antes de irse al otro barrio, por cierto, el mexicano escogió como epitafio “Parece que se ha ido, pero no es cierto”. Puede estar tranquilo el hombre. Ni ha nacido todavía otro cómico como él, ni tampoco se le espera.

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